Capítulo 3 El reencuentro

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Ruu, Keriz y Graown se encontraban en una pequeña casa rectangular, un refugio modesto y acogedor en medio de la ciudad de Plumas. La vivienda, de una sola habitación, estaba bañada por la tenue luz que se filtraba a través de las pequeñas ventanas. En el centro, sobre una sencilla cama, reposaba Shina, aún inconsciente. Alrededor de una mesa circular, los tres ocupaban sus asientos, mientras un fuego crepitaba en una chimenea de leña, llenando el espacio con su cálido resplandor. En una esquina, varios muebles funcionaban como despensa, ordenados y prácticos. Esta casa, aunque humilde, era el hogar de Shina en la vasta ciudad de Plumas.

El grifo había guiado a Ruu y Keriz hasta allí, y tras depositar a la joven en la cama, comenzaron de inmediato a discutir la razón de su repentina y urgente visita. Poco antes de encontrarse frente al monumento erigido en honor a Hidan de Özestan, Graown y Ruu se habían cruzado en una de las calles adoquinadas de Plumas. El ave, percibiendo la inquietud en los ojos de Ruu, había ofrecido su ayuda para encontrar al pequeño Keriz, consciente de que el niño, a diferencia de los mestizos, no dejaba tras de sí una esencia demoníaca que pudieran rastrear. Sin embargo, el castigo que merecía el niño por su travesura tendría que esperar, pues la entrega del mensaje que Ruu llevaba era prioritaria.

– Ahora explícame qué hacéis aquí. – demandó Graown con una voz cargada de preocupación. – Sé bien que tú nunca pondrías pie en esta ciudad si no fuera por algo de vida o muerte. Y, ¿por qué está él aquí? – añadió, señalando a Keriz con un gesto de la cabeza.

Ruu, con gesto resignado, señaló al pequeño, que ahora estaba sentado junto a la cama de Shina, con la mirada fija en la joven dormida.

– Traigo un mensaje de parte de Halla. – respondió Ruu, con un tono que denotaba la gravedad de la situación. – Él vino de polizón en el bote.

Graown suspiró profundamente. Si Hidan se enteraba de que Keriz había conocido a Shina, las consecuencias podrían ser catastróficas.

– ¿Y cuál es ese mensaje? – preguntó Graown, revelando la tensión en su voz. – No hace ni un mes que estuve en Fodies... ¿Qué ha ocurrido en tan poco tiempo que hayas tenido que venir a avisarme en persona?

Ruu miró hacia el suelo, y su rostro adoptó una expresión sombría, una que Graown conocía bien, pues era la expresión que Ruu solo mostraba cuando la situación era verdaderamente grave.

– ¿Es tan serio? – insistió el grifo, su voz ahora un susurro cargado de temor.

Ruu asintió lentamente y, al alzar la vista, sus facciones confirmaron las peores sospechas de Graown.

– Égola. – dijo Ruu, pronunciando el nombre con un peso que pareció oscurecer la habitación.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Graown al escuchar el nombre de la Hija del Rey que había desaparecido tras la caída de los demonios... y la única de ellos que aún representaba una amenaza real si decidía actuar. En Fodies, su nombre era sinónimo de terror.

– ¿Qué ha hecho el demonio Escorpión? – preguntó Graown, sintiendo cómo sus plumas se erizaban.

– La pregunta correcta sería: ¿qué está planeando hacer y con quién? – respondió Ruu, haciendo que su su voz resonara en un eco sombrío.

La criatura de magia ancestral lo miró con creciente ansiedad, sintiendo cómo la incertidumbre y el peligro se arremolinaban en su interior.

– Explícate. – exigió, con su paciencia al límite.

Ruu cruzó los dedos sobre la mesa y respiró hondo antes de comenzar su relato.

– Hace una semana, una de las invocaciones de Halla fue destruida en un bosque de la Región de Sandora, cerca de Bruna, pero justo antes de desvanecerse, el ave fue testigo de una conversación inquietante entre un escorpión y... algo más. Algo extraño...

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora