Capítulo 10 La celda del demonio

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Lentamente, los ojos de Ruu se abrieron y lo primero que vio fue lo que debía de ser un techo de piedra como cualquier otro, iluminado por unos finos rayos de sol. Sabía que estaba tumbado, pero el problema es que ignoraba dónde, así que, con calma y algo mareado, ladeó la cabeza y una simple mirada bastó para confirmar que se encontraba en el interior de una celda de largos y gruesos barrotes que llegaban desde el suelo hasta el techo.

Recordó en ese momento lo acontecido frente al templo y se mordió el labio, frustrado. ¿Había sido encarcelado por los Cazadores? Aquello sí que era mala suerte. Desanimado, descubrió a su lado a Keriz, quien miraba con tristeza el exterior desde una diminuta ventana excavada en la pared de roca. Él era el culpable de que ambos estuvieran ahí encerrados. Sin decir nada, Ruu trató de incorporarse, pero un súbito dolor acribilló tanto su cabeza como su mano, y cayó como un lastre sobre aquella cama de madera vieja en la que estaba postrado. Alertado por el golpe y el repentino quejido que emitió el muchacho de ojos jade al caer, Keriz lo miró sorprendido y corrió hacia su hermano malherido con un brillo de alivio en sus ojos. El mestizo pasó los dedos por su cabeza y notó que entre sus cabellos blancos y el largo de su frente, una venda lo cubría. Por si fuera poco, su mano derecha también estaba vendada.

– Ya era hora de que despertaras. – dijo Keriz, arrodillándose al lado de la cama. – Me tenías muy preocupado...

Ruu bufó, molesto, y apartó la mirada hacia la pared.

– ¿Y bien? ¿Dónde estamos? – preguntó secamente.

Keriz, acostumbrado al carácter frío de su hermano, suspiró.

– En el anfiteatro de Plumas. – reveló. – En una de las celdas de seguridad del piso superior, para ser exactos.

– ¿Y por culpa de quién estamos aquí? – inquirió el más mayor, mirando aún hacia la pared con el ceño fruncido.

El pequeño chascó la lengua y golpeó con suavidad la cabeza convaleciente de Ruu.

– Sabes que no tenía otra opción. – masculló. – Era esto o ver rodar tu cabeza.

Ruu apretó los dientes con fuerza y miró por primera vez a Keriz a la cara.

– ¿Por qué viniste? – quiso saber, ahora algo más calmado. – Plumas estaba infestada de demonios, por no hablar de que dejaste a Shina al mozo Barauz en Expiación...

Lo cierto es que aunque estuviera molesto con Keriz, reconocía que solo y a merced de Tracia, pocas cosas podría haber hecho por su cuenta. Sin embargo, no aprobaba que su hermano pequeño se hubiese aventurado a salir por la ciudad durante el asedio y mucho menos que hubiese abandonado a Shina y al adolescente en los pasillos del improvisado refugio.

– Vine porque necesitabas ayuda. – declaró Keriz. – Sentí que te estabas excediendo y decidí hacer algo. Eithel se quedó en el refugio, a salvo, y en cuanto a Shina... – el chiquillo agachó la cabeza y cerró los ojos con fuerza. – L-La verdad es que vino conmigo....

La celda se quedó en un completo silencio mientras Ruu fulminaba con sus ojos verdes a un nervioso Keriz que no sabía dónde esconderse.

– ¡¿Que hiciste qué?! – bramó el mestizo fuera de sí.

– D-Digamos que después de decirle varias cosas que no debía sobre mí, me persiguió hasta donde tú estabas y... lo vio todo.

Ruu se llevó una mano a la cara y cerró los ojos, exasperado.

– ¿Todo? – inquirió con una mínima esperanza.

– Todo. – afirmó Keriz, aún con la mirada gacha. – Ahora mismo debería saberlo todo menos quién fuiste para ella en el pasado.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora