Capítulo 28 El Lago Vitae

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– Ahora me presentaré. – anunció la sirena con voz melodiosa, aunque teñida de autoridad. – Mi nombre es Circe, y podéis consideraros, desde este momento, como mis invitados.

– Es un honor. – respondió Ruu, llevándose la mano al pecho con una reverencia medida, pues en momentos como ese, la solemnidad era imprescindible, ya que cada palabra debía ser precisa y cuidadosa.

Aunque no era propio de él ser formal, había ocasiones en las que incluso Ruu sabía comportarse. Circe esbozó una sonrisa enigmática y dirigió una mirada fugaz hacia los compañeros del mestizo.

– Os llevaremos al Lago Vitae. – continuó con una calma natural. – Desde allí, el camino hacia el norte siguiendo el río será sencillo.

– Partiremos en cuanto hayamos descansado un poco, no queremos causar molestias. – se apresuró a añadir Ruu, con tono diplomático.

Sin más, las sirenas se dieron la vuelta y los viajeros comenzaron a seguirlas por el sendero de losas que zigzagueaba en la penumbra. La noche cerrada envolvía el Gran Bosque de Lairas, haciendo que cada paso pareciera incierto, pero las sirenas avanzaban sin titubeos, llenando así de seguridad a quienes les seguían. Shina, aún desconfiada, observó de cerca a las sirenas, preguntándose si realmente no eran tan temibles como Ruu había insinuado. Pero tras el incidente de las estatuas de barro, las dudas seguían aferradas a su mente. Con cautela, se acercó hasta ponerse a la par de Circe.

– ¿Tratáis así a todos los que os visitan? – preguntó con suavidad, sus ojos buscando algún rastro de emoción en el rostro impasible de la sirena de ojos azules oscuros.

Circe le dedicó una sonrisa tranquila, casi indiferente.

– Así es. Debemos protegernos de quienes llegan desde el exterior. No todos vienen con buenas intenciones... y es mejor prevenir que lamentar.

La muchacha de cabellera caoba asintió con un gesto sutil, comprendiendo que las sirenas, incluso ahora, eran codiciadas por muchos debido a sus poderes. Sus voces, sus habilidades, podían ser objetos de deseo para aquellos sin escrúpulos.

– ¿Y por eso usáis espejismos? – aventuró la joven.

– Es nuestra defensa más eficaz. – respondió Circe con un deje de orgullo. – Las ilusiones muestran a quien más anhelas ver en este mundo. Esa visión te hace bajar la guardia, y para cuando despiertas del trance, ya es demasiado tarde... y la persona que creíste ver te convierte en piedra.

– Es un método cruel... – murmuró Shina, sintiendo un escalofrío mientras sus pensamientos giraban en torno a la implacable frialdad de esa magia. – ¿Nunca os habéis arrepentido de convertir a alguien en estatua? ¿Qué pasa si la ilusión se equivoca?

– Dije que era infalible, pero... – Circe bajó la voz, mirando fugazmente hacia atrás, hacia Ruu. – No es del todo cierto. Él es el primero al que no ha afectado.

Shina frunció el ceño, sorprendida por la revelación, pero una sonrisa de medio lado se dibujó en sus labios.

– Quizás sea porque es un mestizo... – sugirió. – Gracias a eso, es inmune a muchas cosas.

Circe soltó una breve carcajada, como si la idea le resultara divertida.

-En el pasado convertimos en estatuas a muchos demonios. No, su mestizaje no es la razón...

Sus ojos volvieron a posarse en Ruu, que caminaba unos pasos más adelante, cargando a un adormilado Keriz sobre su espalda. A su lado, Broog seguía despotricando en voz baja, maldiciendo su desafortunado destino.

Ruu, sintiendo las miradas sobre él, levantó la vista, encontrándose con los ojos melosos de Shina y las pozas de Circe fijos en su figura. Algo incómodo, desvió la mirada rápidamente, sin entender la razón de aquel escrutinio. Circe, por su parte, sonrió con una expresión enigmática antes de volver su atención al camino.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora