Capítulo 31 Dejando el bosque

1.7K 176 48
                                    

Ruu entró con calma en la pequeña choza de Breda, observando con una rápida ojeada cada rincón. El interior era diminuto, envuelto por una maraña de musgo, hojas y flores silvestres que cubrían la totalidad superficie. Los muebles, si es que podían llamarse así, eran una extensión natural del árbol en el que la casa estaba construida, y el suelo, una alfombra de musgo espeso y hierba esponjosa que amortiguaba los pasos.

 Los muebles, si es que podían llamarse así, eran una extensión natural del árbol en el que la casa estaba construida, y el suelo, una alfombra de musgo espeso y hierba esponjosa que amortiguaba los pasos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Breda lo esperaba sentada sobre una cama de hojas. Tenía las cejas enarcadas y reprimía algún que otro bufido.

– Siento mucho haber desbaratado la tradición. – mintió el ratón, detectando cómo la duende apretaba sus manos rugosas con una irritación contenida. Una sonrisa fugaz cruzó su hocico al notar su reacción.

– Breda está impresionada. – admitió ella finalmente. – La última vez que un forastero intentó cruzar la pasarela, jamás volvió a salir del estanque.

Los ojos de Ruu, ahora dos pequeños puntos verdes de intensa curiosidad, se fijaron en los de Breda, intentando discernir si aquello era otra broma de los duendes o una terrible verdad.

– Yo lo he cruzado, así que... ¿me darás la brújula, verdad?

– Claro, claro. – respondió la anciana duende con fingida generosidad. – Breda te la regala si la quieres. Los duendes de Risus no necesitamos brújulas para movernos por nuestro bosque.

Mientras hablaba, comenzó a rebuscar entre las capas de musgo que cubrían su hogar, mientras Ruu la observaba en silencio. ¿Cómo podían los duendes no perderse en ese bosque?, se preguntaba él, dudando de lo que acababa de oír.

– Pero Broog es un duende. – intervino el ratón, escéptico. – Y él no tenía ni idea de si realmente estábamos yendo al norte o no.

Breda se detuvo de golpe, su espalda se tensó y permaneció inmóvil por un momento. Luego, lentamente, se giró para enfrentar a Ruu con los ojos llenos de ira contenida.

-Los duendes que viven en el bosque adquieren una capacidad innata para desplazarse. Pero si lo abandonas, esa habilidad desaparece con el tiempo, se atrofia.-Breda se dio la vuelta y señaló al ratón furiosa.-¡ESO ES, SE ATROFIA! ¡COMO ESE VIEJO TRUHÁN!

Ruu, al ver el estallido de la duende, se encogió instintivamente, pues parecía que la anciana estaba descargando sobre él toda la frustración acumulada por la huida de Broog hacía ya veinte años. No obstante, Breda, resoplando, volvió a su búsqueda con renovada determinación.

– Ese vejestorio... – murmuraba mientras apartaba capas de musgo. – Marcharse así cuando el bosque estaba rodeado de demonios...

El mestizo palideció al oír eso.

– ¿Demonios? – inquirió. Eso sin duda era nuevo para Ruu, quien hasta ese momento desconocía por completo las circunstancias que habían llevado a Broog a terminar prisionero en la Montaña Prohibida. Pero ahora, gracias al parloteo de su enfurecida esposa, empezaba a atar cabos. Aunque en realidad, solo le interesaba saber la razón por la cual había tenido que soportar a aquel duende sin gracia durante doce años.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora