Capítulo 2 Resonancia

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La joven que había extendido su mano amablemente a Keriz lo miraba con una dulzura que parecía iluminar la calle, pero él, atónito, no supo cómo responder. La muchacha, al ver que el niño de capa no reaccionaba, se agachó a su altura y movió su mano frente a su rostro hasta que logró captar su atención.

– ¿Seguro que estás bien? – preguntó ella, con una voz suave y preocupada.

Keriz tardó en responder, y cuando lo hizo, sus palabras no tuvieron mucho sentido:

– Qué suerte... – balbuceó, con una mezcla de asombro y desconcierto.

– ¿Qué has dicho? – replicó la joven, confundida.

El niño, al darse cuenta de su desvarío, negó rápidamente con las manos, desmintiendo sus propias palabras, y después, con cierto nerviosismo, aceptó la ayuda que la joven le ofrecía, permitiendo que ella lo levantara del suelo. Fue entonces cuando la muchacha, que rondaría la veintena, sintió un ligero cosquilleo al entrelazar sus dedos con los del niño, mientras sus ojos melosos se posaban en su rostro por primera vez, observando con sorpresa aquellos ojos cobrizos que brillaban con intensidad bajo su oscuro cabello, el cual caía desordenado sobre su frente.

– Gracias... – murmuró Keriz, desviando la mirada hacia la imponente puerta del anfiteatro que se cerraba con un sonoro estruendo. Un guardia armado se posicionó frente a ella, desvaneciendo cualquier esperanza que el niño pudiera albergar.

 Un guardia armado se posicionó frente a ella, desvaneciendo cualquier esperanza que el niño pudiera albergar

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– De nada. He impedido que hicieras una locura. – dijo la muchacha con una sonrisa juguetona.

– ¿A qué locura te refieres? – preguntó Keriz, frunciendo el ceño.

– Tal vez a que intentaras liberar a las criaturas. – sugirió ella con una leve risa en su voz.

Keriz infló sus mejillas, molesto por lo evidente de sus intenciones. ¿Cómo podía una extraña leerle tan fácilmente? Pero realmente, era cierto... Él solo quería ayudar a esas criaturas... Pero al reflexionar, se dio cuenta de que en ese momento, era él quien necesitaba ayuda.

– ¿Estás solo? – inquirió la muchacha de ojos melosos, echando un vistazo a su alrededor. – No pareces ser de aquí.

– E-Estoy de paso. – musitó Keriz, bajando la mirada, consciente de la situación en la que se encontraba. – Me he... separado de mi hermano.

– Seguro que estará muy preocupado por ti. – puntualizó ella con suavidad.

– No lo creo. – refutó el chiquillo, encogiéndose de hombros. – Probablemente se haya alegrado de perderme de vista. Siempre se queja de que no lo dejo en paz...

La joven soltó una risa ligera que pareció flotar en el aire.

– Si quieres, puedo acompañarte a buscarlo. – se ofreció. – Si te quedas solo en las calles, podrías hacer alguna otra locura.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora