Capítulo 25 Seísmo

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Shina escuchó paralizada lo que Ruu decía. ¿Que hoy significaba lo siento? El mestizo volvía a actuar de formas contradictorias. La joven no conseguía comprender cómo una misma persona podía ser tan diferente.

-¿Crees que puedes abrazar así sin más a alguien a quien has intentado matar?-preguntó la chica con voz fría.

Ruu deshizo el abrazo y miró a su amiga de la infancia mientras la sujetaba de los hombros.

-Por algo se empieza.

Aquel extraño comentario arrancó una leve sonrisa a la joven, pero por alguna razón, la herida de su cuello y manos le empezaron a arder, como si quisieran recordarle algo.

-Perdonar no es tan fácil...-murmuró desviando la mirada.

Ruu la soltó desanimado. Él sabía mejor que nadie lo dolorosas que eran las cicatrices y el rencor que podían llegar a generar. Pero por esa misma razón, no quería que Shina pasara por lo mismo que él.

-No necesito que me perdones ahora.-aseguró Ruu soltándola.-Solo espero que algún día puedas hacerlo.

Shina clavó la mirada en el suelo. Todo era demasiado reciente...

-No puedo confiar en ti.-dijo la joven.

Ruu la miró como si algo en su pecho se hubiera roto.

-Nunca te pedí que lo hicieras.

El mestizo empezó a caminar y pasó al lado de Shina. Notó como si un aire frío los distanciara aunque estuvieran a escasos centímetros. Si su relación a partir de ahora iba a ser así, hubiera preferido no volverla a ver nunca.

"He hecho todo lo que he podido, Iznaan"-se dijo así mismo.

El muchacho se dispuso a bajar las escaleras y miró por el rabillo del ojo a su amiga. Ella seguía ahí parada, impasible. Tal vez mirando el amanecer tratando de buscar las palabras adecuadas. Ruu suspiró y se dispuso a bajar el siguiente peldaño, pero cuando lo hizo, éste empezó a temblar y el mestizo perdió el equilibrio hasta el punto de tener que apoyarse en la barandilla de las escaleras para no caer.

No eran imaginaciones suyas: no solo las escaleras temblaban, sino que todo el barco lo hacía.

Escuchó entonces el grito de Shina y trató por todos los medios de volver a subir hasta el castillo de popa. Cuando logró gatear hasta allí, se encontró a su amiga agarrada como podía al timón.

-¡Shina agárrate!-exclamó él.

-¡Eso intento!-respondió ella.

Pero una nueva embestida de la olas de arena hizo que Shina se soltara y rodase hasta la baranda cercana a donde estaba Ruu. La joven cerró los ojos preparada para la inminente colisión, pero en vez de empotrarse contra la madera del barco, chocó contra un cuerpo relativamente blando. Al abrir los ojos se dio cuenta de que el mestizo se había interpuesto entre la pared y ella, y que ahora mismo él la cobijaba entre sus brazos.

Trató de mirarlo para ver con qué forma podía lidiar con él, pero aunque Ruu la sujetaba con fuerza para que no volviera a resbalar, no la miraba a ella. Tenía los ojos fijos en la distancia y una mueca de horror dibujada en la cara. Shina trató de darse la vuelta en los brazos de su escudo y descubrió lo que tanta impresión había generado en Ruu. Al Noreste, muy, muy, lejos, un cono vertical de luz roja había partido las nubes en dos.

Los movimientos frenéticos de la nave duraron varios minutos más, pero la columna de luz roja no desapareció del cielo. Por fin, cuando la arena se hubo calmado y el barco dejó de moverse, Ruu liberó a Shina de sus brazos, aunque ella, sin embargo, permaneció apoyada en su pecho un poco más.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora