Capítulo 32 La Región de Ilis

1.9K 192 23
                                    

La ballena no pudo acercarse a la costa, por lo que los viajeros saltaron desde su lomo cuando llegaron al último punto donde el gigantesco cetáceo podía llevarlos. Sus pies aterrizaron sobre una vasta extensión de hielo que cubría la costa de Ilis hasta alcanzar tierra firme. El norte se hacía presente en todo su esplendor gélido; el frío cortante de las montañas nevadas, el hielo eterno y la nieve comenzaron a filtrarse por sus ropas, calando hasta los huesos.

– Debimos traer ropa de abrigo. – comentó Shina, temblando.

Sus palabras se desvanecieron junto al vaho que escapaba de sus labios cuando descubrieron los pináculos de hielo que emergían de la tierra congelada. Aquellos monolitos cristalinos captaron su atención de inmediato, desprendiendo una luz tenue de tonos blancos y azules, como si hubieran atrapado en su interior el brillo del cielo. Pero cuando la lanza de Shina comenzó a resplandecer al acercarse a uno de ellos, sus sospechas se confirmaron.

– Son perlas cristalizadas. – explicó Ruu, con voz firme. – De las que cayeron del cielo hace doce años.

Shina quedó fascinada por el fulgor de aquellas formaciones

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Shina quedó fascinada por el fulgor de aquellas formaciones. Los reflejos que proyectaban sobre el hielo, su imponente belleza, la quietud que las rodeaba... Era como si aquel paisaje perteneciera a otro mundo. El cielo del norte se oscurecía rápidamente, y pronto la noche se adueñó del horizonte. Las estrellas comenzaron a brillar con intensidad, y luces etéreas en tonos rosados, morados, azules y verdes comenzaron a deslizarse con gracia por el firmamento. Shina, deslumbrada, no pudo evitar pensar que había llegado al lugar más hermoso que jamás hubiera visto, un paraíso perdido en los confines de las Tierras Mortales.

– Ruu, ¿qué son? – preguntó Keriz, con la voz cargada de asombro.

El niño contemplaba el cielo con los ojos desmesuradamente abiertos, una sonrisa infantil y pura dibujada en sus labios.

– Lo llaman aurora boreal. – murmuró su hermano. – Hermosa, ¿verdad?

Incluso Ruu, por un momento, se permitía disfrutar del espectáculo celestial. No todos los días se podía presenciar un despliegue tan majestuoso de luces danzantes en el cielo oscuro.

– Sí... solo las luces. – murmuró Keriz, pues al perecer, él era el único que veía algo incluso más hermoso en el cielo.

– ¡¿No teníamos prisa?! – gritó de pronto Broog, sobresaltándolos. – ¡Vamos, vamos!

El hechizo del momento se rompió, y la comitiva retomó su marcha. Atravesaron el helado paraje de hielo hasta que finalmente sus botas pisaron tierra firme. En ese preciso instante, Ruu sintió que atravesaba algo invisible, como si hubiera cruzado una frontera invisible a simple vista, y chasqueó la lengua con disgusto. Acababan de adentrarse en la barrera protectora de los elfos, y al hacerlo, la sonrisa que había esbozado al observar el cielo desapareció de inmediato, siendo reemplazada por una expresión endurecida. Estaban en territorio hostil... al menos, para él.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora