Capítulo 53 El espejo

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Un nuevo portal de luz azul se abrió en la isla sin nombre, cerca de la retaguardia del ejército aliado, y de su vórtice emergió un dragón de escamas rojas, rugiendo con furia mientras sus alas se desplegaban en toda su majestuosidad. A lomos de la criatura, tres figuras observaban el campo de batalla que se extendía ante ellos. La humareda se mezclaba con el resplandor de las llamas y las explosiones, mientras los sonidos metálicos de las armas chocando, los gritos y el inconfundible hedor a sangre llenaban el aire.

-Así que esto es la guerra...-musitó Broog con aprehensión.

Desde su altura, el paisaje era abrumador: colosos demoníacos avanzaban como montañas vivientes; criaturas de magia ancestral, desprovistas de alma, eran mantenidas a raya en burbujas etéreas; demonios, Cazadores, magos, enanos y elfos luchaban sin tregua, conscientes de que sus vidas colgaban de un hilo en cada choque de espadas y sortilegios. Shina entrecerró los ojos, divisando en la lejanía el barco de Lajaut, y una sonrisa curvó sus labios. Todos sus compañeros, amigos y aliados luchaban abajo, unidos bajo una sola bandera. Pero su mirada se alzó más allá del caos que reinaba bajo ellos. En lo alto, suspendida en el cielo como una amenaza ineludible, la gran esfera de fuego incandescente flotaba, emitiendo una energía tan abrasadora que parecía rivalizar con el poder de cien volcanes, su calor insoportable para cualquiera que osara acercarse.

– Nuar... – susurró Shina, con un atisbo de preocupación en su tono.

– Descenderemos hacia la retaguardia. – anunció Aldair, sin esperar respuesta.

El elfo rubio azuzó a Izzair, que empezó a descender hacia el lugar señalado. La retaguardia del ejército aliado se situaba junto a la costa, flanqueada por un desfiladero de roca que había surgido cuando la isla se fragmentó. La formación natural ofrecía protección, dificultando el acceso a los demonios que iban a pie, otorgando una ventaja crucial a las tropas. El dragón aterrizó con fuerza cerca de las catapultas, donde enanos y Cazadores trabajaban en perfecta sinergia. Los proyectiles que lanzaban eran imbuídos con hechizos por los magos cercanos, explotando en el aire o acelerando su velocidad con magia elemental.

– ¡Shina! – la voz de Keriz resonó entonces en el aire.

Tan pronto sus pies tocaron el suelo, el niño de cabellos negros corrió hacia ella con los ojos brillando de emoción.

– ¡Keriz! – exclamó ella, arrodillándose justo a tiempo para recibirlo en sus brazos.

Giraron sobre sí mismos varias veces, como si el peso de la guerra se disolviera en ese instante de reunión.

– ¿Qué haces aquí? – preguntó Shina, todavía sorprendida. – ¡Este lugar es peligrosísimo!

– ¡Ruu me dejó venir! – respondió el muchacho con una sonrisa llena de orgullo.

Shina le devolvió la sonrisa, abrazándolo con fuerza, y de repente, una imagen se encendió en su mente: todos estaban allí, incluso Keriz... y eso incluía también a él. A Hidan.

Con suavidad, bajó al niño de sus brazos.

– ¿Has visto a tu padre? – le preguntó, con una mezcla de esperanza y preocupación.

Keriz negó con la cabeza, su expresión reflejando una tristeza que no podía ocultar. Deseaba encontrar a su padre tanto como Shina, pero sentía su alma cerca, en algún lugar al otro lado de la isla partida. También podía percibir la presencia de su madre, más próxima aún, y sin embargo, mientras sintiera ambas presencias, sabía que estarían bien, y eso le daba la fortaleza para no salir a buscarlos desesperadamente. Shina le revolvió el cabello, sacándolo de sus pensamientos. El niño le dedicó una pequeña sonrisa mientras la joven se agachaba a su altura, juntando sus frentes con una ternura que contrastaba con el caos que los rodeaba.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora