Capítulo 19 El Santuario de la Luz

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Tras la caída del sol, los tres se encaminaron de regreso al palacio y se dirigieron al gran comedor, donde la cena les aguardaba. La sala era vasta y solemne, dominada por una larga mesa de madera oscura rodeada por casi doscientas sillas, todas iluminadas por la cálida luz de decenas de candelabros que pendían de los altos techos abovedados. A pesar de la inmensidad de la estancia, solo una pequeña parte de la mesa estaba dispuesta para la cena. El eco del vacío envolvía la sala, pues únicamente Eithel ocupaba una de las sillas, aguardando en silencio, hojeando las páginas de un libro, obsequio de Cairo, mientras varios sirvientes se apresuraban en invitarlos a tomar asiento junto al heredero del Sauce. No les sorprendió en absoluto estar prácticamente solos: la Dama, Faith, Dovic, Broog y Graown estarían seguramente ocupados en los preparativos para la partida del día siguiente. La cena transcurrió sin incidentes, marcada por la tranquilidad de quienes se preparan para un viaje incierto. Al concluir, fue Shina quien se levantó primero y se dirigió a su cuarto. Al cruzar el umbral y cerrar la puerta tras de sí, la joven suspiró, sintiendo el peso de la inminente partida que no había planeado, y se apoyó en la puerta, contemplando la habitación que, de otra manera, podría haber sido su hogar. Era una estancia espaciosa y opulenta, con tres paredes de un blanco inmaculado que resaltaban los adornos dorados del balcón, sostenido por gruesas columnas. Sobre la cama de dosel, de sedas azuladas, colgaba una gran lámpara de cristal en forma de telaraña, y en el centro de la habitación se extendía una alfombra redonda de un profundo tono azul. Shina se permitió un momento de reflexión. Aquel podría haber sido su refugio, un lugar donde construir una nueva vida. Pero en lugar de eso, solo pasaría una única noche bajo ese techo antes de emprender el viaje hacia la tierra de los elfos.

Levantándose del suelo, caminó hacia el balcón, atraída por la suave luz que iluminaba la estancia. La luna, una gran perla en el cielo nocturno, dominaba el paisaje. Shina se recostó contra la baranda, contemplando en silencio la ciudad blanca de Fodies, los bosques y las praderas de Vreig, y las lejanas plantaciones de trigo y arroz. Era un lugar hermoso, bañado por la luz plateada, donde su gente vivía en armonía, protegidos por cuatro puertas y los héroes que las custodiaban.

Ese podría haber sido su lugar.

Ese podría haber sido su nuevo hogar.

– Tu corazón llora. – murmuró una voz suave.

Shina se irguió de inmediato, secándose la única lágrima que había escapado por su mejilla. Al volverse, se encontró ante la Dama de Fodies. ¿Cómo había llegado hasta su balcón sin que ella lo notara? Halla esbozó una sonrisa amable y la ayudó a ponerse de pie. Shina, sin saber cómo reaccionar, desvió la mirada al suelo, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.

– No tienes por qué esconder tus emociones. – susurró la Dama, con una ternura que rompía barreras. – Es un mal hábito que has heredado de tu hermano.

Shina esbozó una triste sonrisa, apretando los puños al sentir la marea de tristeza que la embargaba. Halla, percibiendo su angustia, tomó sus manos con delicadeza y las sostuvo con firmeza.

– Sé que has venido a esta ciudad con la esperanza de encontrar a Hidan... y lamento ser yo quien te obligue a partir antes de que puedas cumplir ese deseo.

Shina negó con la cabeza, pero el nudo en su pecho se apretaba. Era un dolor sordo, un ardor que parecía consumirla desde dentro. Aunque no lloraba abiertamente, sabía que su ser entero clamaba por hacerlo.

– He esperado tanto tiempo... – admitió con la voz quebrada. – Durante años, creí que Hidan estaba muerto. Y ahora que sé que sigue vivo, todo lo que quiero es encontrarlo...

Sus manos se posaron instintivamente sobre el collar de cuentas negras que colgaba de su cuello, un gesto casi involuntario, y la Dama la observó con compasión.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora