Epílogo

2.5K 246 243
                                    

Shina avanzaba lentamente por los pasillos del Palacio de Fodies, donde la luz de la tarde danzaba sobre el agua que flanqueaba el corredor, esparciendo un brillo sutil y reverente. Ese esplendor dominaba el ambiente, envolviendo cada rincón en un halo de solemnidad y anticipación. Al notarlo, sus piernas temblaron y, sintiendo el vértigo del momento, se detuvo para observar su reflejo en las aguas quietas a su lado. Había transcurrido más de un año desde la guerra, y su cabello caoba, nuevamente largo, caía sobre sus hombros en cascadas suaves. Un adorno de oro lo sostenía parcialmente recogido, y el resto ondeaba libremente a su alrededor. Lucía un vestido de tonos rojos y blancos, engalanado con gemas de jade y rubí, y sobre sus hombros descansaba un chal a juego, tan hermoso como la ocasión exigía. Para ella, esa ostentosidad se sentía extraña, pero Saya había insistido en que ese día debía resplandecer sin contenerse.

Porque ella mejor que nadie sabía que, después de ese día, nada volvería a ser igual.

Retomó su marcha por las galerías vacías, donde cada paso resonaba en un eco leve y nostálgico. Un año había transcurrido desde la batalla en la isla sin nombre; un año largo, teñido de ausencias y duelo. Aún recordaba las miradas incrédulas de sus compañeros cuando se apartó de Ruu, cómo algunos sonrieron y otros silbaron en tono juguetón. Aquel instante, en el que Broog cubría los ojos de Keriz para que no viera el beso, aún la hacía sonreír. La escena la enternecía, sobre todo al recordar cómo Ruu, al notar su turbación, la envolvió nuevamente en sus brazos y deshizo nuevamente cualquier distancia entre sus labios y ellos.

Sin embargo, no todas las memorias eran dulces. Tristemente, las demás llevaban la impronta de la muerte. Recordar el momento en que el último portal de Nirvara se abrió en la isla sin nombre le causaba aún un vacío en el pecho, pues a través de él había llegado Halla, cargando con el cuerpo sin vida de Graown. Al principio, la recibieron con sonrisas, pero al ver su rostro empapado en lágrimas, todos comprendieron la tragedia. La Dama de Fodies había usado cada gota de su fuerza para desplegar sus alas y traer al grifo caído a través del portal de la Bahía Petram; pero al llegar, la batalla había concluido. Con el corazón sobrecogido por el pesar, depositó el cuerpo de Graown en el suelo y, arrodillada junto a él, se cubrió el rostro mientras lloraba y pedía disculpas. Pedía perdón a Hidan, por no haber podido hacer nada por su gran amigo; se disculpaba con los Cazadores, por no salvar a su compañero; rogaba a Shina, a Ruu y a Keriz, por haberles arrebatado a un buen maestro...

Y, sin embargo, nadie pudo culparla. ¿Cómo podrían hacerlo?

Faith, aún tambaleándose, se acercó y la estrechó en sus brazos, mientras que los Cazadores de demonios, los mestizos, Shina y Keriz rodeaban el cuerpo de Graown. Sus plumas ensangrentadas y el estado deplorable de su cuerpo atestiguaban la intensidad de su última lucha. Hidan se arrodilló a su lado y acarició suavemente su cabeza emplumada. A lo largo de su vida había perdido a muchos seres queridos, pero en ninguno de los casos había estado preparado para ello. Se esforzó mucho por reprimir el llanto y apretó los puños con fuerza. En sus manos encerró todos los recuerdos compartidos con Graown, todas sus aventuras, sus viajes y vivencias... Llegó a pensar que si las abría, todas esas memorias se irían de su lado y no iba a permitirlo. Por eso decidió despedir al pájaro con una sonrisa, aunque fuese forzada, pero con una. Sabía que Graown habría querido eso: una despedida firme, sin lágrimas.

En cambio, su hijo lloraba abiertamente, abrazado a su madre, mientras sus ojos se posaban en la criatura que ahora reposaba en paz. El alma de Graown ya se había embarcado en un viaje sin retorno. Los Cazadores que lo habían conocido se arrodillaron, inclinando la cabeza en señal de respeto. Algunos, como Coga, no soportaron el dolor y rompieron en llanto; otros, como Astor, se esforzaron por mantenerse firmes hasta el último momento. Shina apoyaba la cabeza sobre el hombro del mestizo de cabello blanco y él le sostenía la mano contra su propio pecho. Alguien como Graown de Plumas, tan lleno de vida y sabiduría, con una fuente inagotable de pericia y valor... Perder a alguien así era un duro golpe que requería una entereza imposible.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora