Capítulo 36 La confrontación

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La ceremonia de Ócul había concluido con la sangre vertida sobre el volcán. Eso era lo que creían Hidan y Saya hasta que un temblor repentino comenzó a sacudir la roca bajo sus pies.

– ¿El volcán va a entrar en erupción? – preguntó el mestizo con un tono marcado por la inquietud.

– No... – replicó la anfitriona del demonio Serpiente. – Esta fuerza es...

Hidan no pudo completar su frase; un estruendo atronador ahogó su voz en el aire. Los temblores del volcán se intensificaron, y ellos solo podían observar impotentes cómo la lava del cráter comenzaba a girar en un remolino, transformándose de un brillante color anaranjado a un profundo carmesí, como si la sangre que Vorbog había derramado la hubiera teñido por completo.

– ¡¿Qué está sucediendo?! – gritó Saya, reflejando su angustia en cada sílaba.

La respuesta se presentó de manera abrupta. En un instante, la lava se elevó verticalmente a una velocidad asombrosa, formando una columna escarlata y medianamente sólida que emitía su propia luz junto con una esencia ominosa y aterradora. Desde cualquier ángulo, aquello parecía imposible.

– No puede ser... – murmuró Hidan, la incredulidad marcando sus palabras. – Es como la otra vez...

– Así que sí fueron ellos... – afirmó su compañera, una sombra de reconocimiento cruzando su rostro. – Los demonios son quienes crean los pilares.

• • •

Al mismo tiempo, quienes habían abandonado la sala del Archivo Élfico se encontraban paralizados, aferrándose a lo que tenían a su alcance: la puerta, la barandilla del patio... El grupo quedó atrapado en lo que parecía ser un terremoto. El edificio del Archivo temblaba, y todos los libros que albergaba en su interior caían de sus estanterías debido a las violentas embestidas de la tierra. Los edificios de la ciudad élfica también se sacudían estrepitosamente, y los dragones alzaron el vuelo, llenando el aire con sus alaridos de miedo e inquietud. Los gritos de los elfos resonaban en el ambiente, y esos seres orgullosos, que gobernaban los cielos en compañía de los dragones, también temían los violentos seísmos de la tierra.

– ¡¿Qué sucede?! —espetó Broog, evidenciando su preocupación en un chillido estridente.

– ¡Es un terremoto! – gritó Anabeth, su tono frenético reflejando el caos.

Sí, lo era. Sin embargo, en las Montañas de Hiverna no había ningún volcán, lo que llevó a Ruu a temer la peor de las posibilidades tras aquel temblor. Intercambió miradas con Shina; ambos compartían el mismo inquietante pensamiento.

– ¡Mirad, ahí arriba! – exclamó Anabeth.

Todos elevaron la vista y quedaron boquiabiertos.

– ¿Grietas en el cielo? – preguntó Shina, incrédula.

– ¡EL MUNDO SE ACABA! – chilló el duende, su voz llena de pánico.

Sobre sus cabezas, el firmamento parecía agrietarse. Decenas de fisuras blancas surcaban el cielo, como si estuviera a punto de desmoronarse en cualquier momento.

– Eso no es el cielo. – aseguró Ruu, esforzándose por ponerse de pie.

El temblor comenzaba a disminuir, y cuando logró incorporarse, miró de nuevo a Shina, quien no necesito palabras para comprender lo que el mestizo deseaba que ella hiciera. La joven desenfundó su lanza y la apuntó hacia el cielo.

"Vamos allá" – se dijo a sí misma.

Las grietas en el firmamento se ensanchaban, mientras la luz acumulada en la punta de su lanza crecía a un ritmo vertiginoso.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora