Capítulo 5 El sexto sentido

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Ruu escuchaba con asombro lo que Keriz le transmitía mientras su mente luchaba frenéticamente por aceptar la gravedad de lo que acababa de oír. ¿Las almas de aquellas criaturas habían desaparecido? Aquella idea podría parecer del todo absurda, pero si alguien podía afirmar tal cosa, era Keriz, y Ruu no tenía motivo alguno para dudar de él. Había una razón clara para confiar ciegamente en su hermano menor, pues Keriz, ahora en sus brazos, no era un niño común. Su mestizaje, fruto de la unión de dos humanos con poderes demoníacos y portador del poder de la Luz en su sangre gracias a su padre, lo hacía único, haciendo de sus habilidades algo excepcional. La Resonancia, la capacidad de enlazar, ver y transmitir los recuerdos de otros, era apenas el comienzo de lo que aquel niño podía hacer, pues el verdadero alcance de su poder se manifestaba en su habilidad para resonar no solo con humanos, sino con cualquier criatura viviente que poseyera un alma. Mientras hubiera en ellas un rastro de vida, recuerdos o emociones, Keriz podía acceder a ello, interpretar y, en ocasiones, incluso comunicarse con seres que carecían de lenguaje o forma de expresión. Pero esta habilidad, este sexto sentido, como lo había llamado la Dama Halla, no se había revelado de la noche a la mañana. Desde pequeño, Keriz había mostrado una afinidad única por las almas que le rodeaban. Solía hablar con los árboles, escuchando los latidos de sus almas al pegar la oreja contra sus troncos y susurrándoles palabras a sus hojas. A menudo, se internaba en los establos del Palacio, ayudando a los herreros a diagnosticar la causa de las dolencias de los caballos, simplemente conectando con sus almas, sin necesidad de palabras, y aunque algunos lo tacharon de loco y otros de mentiroso, los que conocían a Keriz, como sus padres y el propio Ruu, entendieron que su don no era fruto de la imaginación infantil. Como se había predicho desde su nacimiento, Keriz de Fodies era un ser único en todo el mundo, un híbrido que trascendía la clasificación entre humano, demonio o mestizo. Keriz representaba un nuevo paso en la evolución, una criatura en sí misma incomparable. Y en esta ocasión, su singular habilidad le había permitido no solo sentir el brutal arrebatamiento de las almas de las criaturas confinadas en las cuadras, sino también el dolor que sentían, el vacío que las había convertido en cascarones sin voluntad. Aquella sensación había sido tan intensa y brutal que Keriz había perdido la conciencia por unos instantes, abrumado por la desesperación que aquellas almas vacías transmitían, y al abrir los ojos, lo primero que vio fue el rostro borroso de Ruu, y lo único que pudo hacer fue advertirle del peligro inminente. Ruu, comprendiendo al instante, buscó con la mirada a Shina, amedrentado, pues cabía la posibilidad de que aquella neblina que había envuelto las cuadras no solo arrebatara las almas de las criaturas sin raciocinio, sino que también pudiera hacer lo mismo con ellos. Encontró a la joven tirada en el suelo, peligrosamente cerca de un pegaso negro desbocado, y con Keriz aún en brazos, Ruu corrió hacia ella, consciente de que debían escapar de aquella bruma letal antes de que los alcanzara.

Por su parte, Shina, paralizada por el terror, no podía creer que las criaturas a las que tanto había intentado consolar ahora la atacaban con una furia ciega. En Plumas, Eithel y ella eran de las pocas personas que mostraban empatía hacia las bestias condenadas, reconociendo el sufrimiento al que estaban sometidas día tras día entre aquellos muros. Pero en ese momento, el pegaso, habiendo roto sus cadenas, se lanzó hacia ella, dispuesto a aplastarla bajo sus cascos. La joven cerró los ojos, esperando el impacto, pero en lugar de eso, sintió que era levantada del suelo, y al abrirlos, vio que Ruu la había alzado sobre su hombro, mientras cargaba a Keriz en el otro brazo, conmocionado y cubriéndose los oídos para bloquear los gritos torturantes de las almas perdidas que tan solo él podía escuchar con claridad. Pero Ruu no se detuvo ahí, y tras asegurarse de que Eithel fuera tras él, corrió hacia las puertas entreabiertas, saliendo de las cuadras justo cuando la mayoría de las criaturas se liberaban de sus ataduras y comenzaban a seguirlos. Ya en el exterior, el joven de ojos jade solo tuvo un instante para pensar en su próximo movimiento. La niebla se extendía como una marea oscura por toda la ciudad, cubriendo cada recoveco del suelo de piedra, por lo que no había tiempo que perder. Miró a su alrededor y, al ver el imponente monumento de piedra dedicado a Hidan de Özestan, tomó una decisión rápida. Con un ágil salto, se encaramó sobre la roca, dejando a Shina a su lado y a Keriz en sus rodillas. Rápidamente se agachó para ayudar a que Eithel se encaramara también y cuando los cuatro estuvieron sobre el monolito, el mestizo pudo concederse a sí mismo un respiro. Desde esa altura, tuvieron una vista clara de la caótica escena que se desarrollaba a sus pies. Las bestias desquiciadas corrían sin control mientras que sus rugidos y alaridos se mezclaban con la espesa bruma que cubría el suelo. Los gritos de sorpresa y miedo comenzaban a resonar por toda la ciudad de Plumas, mientras las luces de las casas se encendían una tras otra. Los primeros ciudadanos y Cazadores salían ya a las calles, algunos intentando controlar a las bestias prófugas, otros huyendo aterrados.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora