Capítulo 59 El Sello

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Nuar rió al ver la decisión con la que se expresaba el niño. Parecía una broma, algo inverosímil y cómico.

– ¿Tú buscas mi corazón? No me hagas reír.

El dragón bajó el hocico y fulminó con la mirada a Keriz. La distancia que los separaba era mínima, y sin embargo, el niño se negaba a retroceder.

– Soy muerte y destrucción, soy oscuridad, soy sangre, soy fuego y dolor. Soy el padre de las pesadillas y de los demonios, el verdadero Señor de las Tierras Infernales... ¿Acaso crees que algo como eso puede albergar un corazón?

El pequeño volvió a bajar la cabeza y apretó los puños. El Dragón de la Creación se dio entonces por contento. Esa pequeña criatura no era más que un parásito, un insecto insignificante que creía poder hacer más de lo que estaba en su mano. El dragón así lo creyó y se dio la vuelta, ignorándolo deliberadamente para volver a sus quehaceres anteriores. Tenía una cuenta pendiente con las cuatro cucarachas que tenía a su espalda.

– Es hora de averiguarlo.

La voz de Keriz llegó a sus oídos como un susurro casi imperceptible, y para cuando Nuar quiso darse cuenta, una débil lucecilla brillante había atravesado las escamas que cubrían su pecho. Miró hacia abajo y descubrió el cuerpo del niño tendido en el suelo y con los ojos cerrados. No se movía. El dragón rió y se limpió las escamas con alevosía. El niño que había aparecido ante él tenía un aspecto deplorable. Estaba malherido y casi no se mantenía en pie. Si esa diminuta fuente de luz había sido su mejor ataque antes de morir extenuado, podría compararse al daño que haría una pelusa.

– Qué decepcionante, caer antes de presentar batalla... – con las garras tomó el cuerpo del niño y se lo mostró a los cuatro espectadores que aún seguían en el islote aislado. – ¿Él iba a ser vuestro salvador?

Ninguno de ellos contestó.

Lo habían visto, estaban seguros de que sus ojos no les habían engañado.

Lo habían visto.

En el momento en el que el dragón se había dado la vuelta y Keriz pronunció las palabras "es hora de averiguarlo", de su cuerpo surgió un espectro de luz con la figura del niño y adornado con dos grandes alas a su espalda. Aquel otro Keriz dejó el cuerpo material del chiquillo y se lanzó como una flecha hacia las escamas de Nuar, atravesándolas limpiamente. En el suelo quedó entonces el contenedor material, la cáscara del alma ahora vacía.

El arconte se había marchado, había dejando su carne y huesos a un lado para entrar dentro del dragón solo con su espíritu y sin que él se diese cuenta de nada.

– K-Keriz ha... – masculló Shina anonadada.

Lo que acababa de presenciar no tenía nada que ver con la Resonancia de almas ni con el sexto sentido de su sobrino. Esto iba un paso más allá.

¿Cuándo había aprendido a hacer aquello?

Pero la acción de Keriz no pareció tener ningún efecto inmediato, pues Nuar soltó el cuerpo del niño sobre el islote en el que se encontraban y volvió a hinchar los pulmones. Desde su punto de vista, este grupo de alimañas le había robado ya mucho tiempo y no tenían nada más que ofrecerle. Hidan y Saya cobijaban a su hijo entre sus brazos mientras Ruu esperaba una señal del pequeño, lo que fuese.

"¡Sea lo que sea que estés haciendo ahí dentro, hazlo de prisa!" – pensaba el mestizo de cabello blanco.

Pero ese algo seguía sin manifestarse, y Nuar abrió las fauces una vez más para calcinarlos definitivamente. Alzó el cuello y levantó la cabeza de manera imponente. La tonalidad de las escamas de su tráquea se volvieron rojizas a medida que el fuego subía por ella y cuando la llamarada estaba ahí, a punto de salir, el dragón cerró la boca repentinamente, como si se ahogara desde dentro, como si le faltara el aire y no pudiese respirar. Nuar trató de repetir el proceso, pero lo único que logró fue generar el ruido de un fuelle, y acto seguido, algo volvió a aprisionar su garganta, a revolverle el estómago y a inutilizar sus llamas.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora