Capítulo 48 El titiritero

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Pero detrás de Coga se encontraba aquella a la que Hidan temía más incluso que a los demonios. Temía su mirada, sus reproches. Tenía miedo del miedo y del rencor que nacía del odio y aversión que Tracia de Plumas sentía hacia todos y cada uno de los demonios que pisaban las Tierras Mortales. Consciente de la tensión que se cernía sobre el ambiente, el guerrero de ojos oliva dio un paso al costado, dejando a Hidan y a su hermana frente a frente, separados tan solo por varios metros que parecían infinitamente insalvables. El mestizo comenzó entonces a sudar frío al ver cómo Tracia se incorporaba, usando su espada como apoyo.

Después de colocársela al hombro, se acercó a él y contra todo pronóstico, pasó de largo.

– Esto no cambia nada, ¿entiendes? – murmuró al pasar junto a él

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– Esto no cambia nada, ¿entiendes? – murmuró al pasar junto a él.

Acto seguido, se agachó frente a los restos del demonio gigante, ahora reducido a huesos y a un charco de sangre oscura. Observó los fragmentos dispersos, su rostro serio.

– Plumas logró forjar un arma capaz de albergar el poder de la Luz... Pero comparado con esto... – susurró, como si reflexionara en voz alta.

Tracia tuvo que admitir que la fuerza que había presenciado, aquella liberada por Hidan, era monumental. Un poder que, en su tiempo, no solo había contenido a la horda del demonio Lobo en el Santuario de Thalassa, sino que también había derrotado al mismísimo rey de los demonios. Y ahora, mientras lo miraba, no podía evitar preguntarse: ¿por qué empezaba a ver a Hidan no como un traidor, sino como un gran guerrero? ¿Qué era lo que había traicionado en realidad?

– Saya y yo os ayudaremos de aquí en adelante. – dijo Hidan, con un nerviosismo evidente.

La líder sonrió de lado. Ah, sí... Liberó al demonio Serpiente traicionando la confianza de la Orden de Plumas. Graown dijo en su día que lo había hecho bajo el influjo de la Hija del Rey, y por eso siempre le había considerado un traidor a su sangre y principios. Alguien débil, capaz de sucumbir ante el azote de su gente aunque supuestamente hubiera tratado de remediarlo después...

Llegando a calumniarlo incluso estando supuestamente muerto...

Hasta que supo la verdad. Conoció al vástago del traidor y del demonio Serpiente, descubrió el secreto de los mestizos y se dio cuenta de que el famoso héroe seguía vivo, viajando y luchando sin descanso para enfrentar de nuevo a un viejo enemigo. En primer lugar, él debería haberse encargado de ellos en la Montaña Prohibida, se dijo Tracia en su momento, mientras divagaba por el Palacio de Fodies durante las seis lunas que había pasado entre sus muros. Pero después de cierto tiempo, llegó a la conclusión de que tal pensamiento era egoísta. Dejar que una sola persona llevase una carga semejante sobre sus hombros era demasiado. Hidan de Özestan se había convertido en un Hijo del Rey no precisamente por gusto... ¿Quién sabe lo que había sufrido por ello? Y no solo él, al parecer... Todos los Hijos del Rey no eran más que sacrificios humanos obligados a servir a esos monstruos bajo el poder de una máscara demoníaca. Puede que algunos lo hicieran por gusto, como le había confesado la Dama de Fodies al revelarle la existencia de mestizos como Taiga o Égola durante una de sus muchas charlas nocturnas, pero los demás... Los demás eran tan víctimas de la barbarie de esa escoria como el resto de la humanidad.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora