Capítulo 47 Encuentros predestinados

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Miles de demonios emergieron del portal rojo, corriendo con una ferocidad desmedida. Todos ellos portaban armaduras toscas y pesadas mientras que algunos llevaban estandartes negros con el emblema de Nuar. Entre ellos, criaturas abominables desfilaban: demonios con formas distorsionadas de tigres, escorpiones monstruosos, cuervos grotescos, serpientes retorcidas, halcones amenazantes, lobos que encarnaban el terror y repugnantes ratones gigantes. Frente a ellos, el ejército de elfos, enanos y Cazadores se reagrupó, incapaces de apartar la mirada de la legión de demonios que continuaba surgiendo de aquel abismo infernal. Las Cuatro Aristas, el rey Rurik, Tracia y Daegal se posicionaron sobre una gran roca, observando la marea oscura que se acumulaba frente a ellos.

– Son demasiados... – murmuró Mirsalis, sus ojos fijos en las filas crecientes de monstruos que rodeaban el portal.

– ¿Y qué más da eso? – replicó Tracia con desdén. – Los míos sabían perfectamente a lo que venían.

La Cazadora rubia lanzó una mirada desafiante, que Mirsalis devolvió con una furia contenida, mientras Glaciem observaba a ambas con una mezcla de asombro y desconcierto.

– ¡Me gusta tu actitud! – exclamó Alsyn, desenfundando su espada y apuntando con ella hacia las hordas demoníacas.

Tracia, en un gesto arrogante, se sacudió el cabello tras el halago, pero el elfo de hielo bajó la espada de Alsyn con suavidad, sin apartar sus ojos de la amenaza que tenían enfrente.

– Debemos ser cautelosos. – murmuró con gravedad.

– La cautela en medio de una guerra es un lujo inútil. – espetó la guerrera, impaciente. – ¿O es que tienes miedo de luchar?

Glaciem arqueó una ceja, pero antes de que pudiera replicar, Ruu apareció entre ellos, interponiéndose justo a tiempo para prevenir una confrontación.

– Será mejor que empecéis a pensar en una buena estrategia. – les sugirió con tono despreocupado.

El elfo de hielo y Tracia resoplaron, claramente irritados. No eran de los que acataban órdenes fácilmente, y mucho menos viniendo de Ruu. Sin embargo, Daegal intervino, intentando calmar los ánimos, consciente de que el tiempo no estaba precisamente de su lado y que no podían desperdiciarlo discutiendo. El rey enano reforzó su autoridad golpeando su hacha contra el suelo por tercera vez, un recordatorio silencioso de la urgencia que los envolvía. Finalmente, los líderes de los tres ejércitos comenzaron a colaborar, y en cuestión de minutos formaron una estrategia de combate en la que enanos, Cazadores y elfos lucharían como uno solo. El joven de ojos jade observaba todo desde la distancia, sonriendo de lado al ver cómo Tracia, Rurik y Daegal tomaban el mando en tierra firme, mientras Glaciem y el resto de las Aristas de Eissïas organizaban a los que dominaban los cielos. Coga se acercó entonces a él, y ambos intercambiaron miradas, pero Ruu desvió la vista hacia Keriz, montado sobre Zen.

– Cuida de él. – pidió el mestizo en un tono más serio de lo habitual.

El Cazador de ojos oliva asintió con una leve inclinación de cabeza, aunque su mirada seguía clavada en la espalda del joven.

– ¿Dónde está Shina? – preguntó, sabiendo bien que la ausencia de la muchacha en el campo de batalla no podía ser casual.

Ruu soltó una leve risa, desplegando sus uñas retráctiles mientras mantenía la vista al frente. La preocupación de Coga por ella no era infundada.

– Cumpliendo su misión. – respondió en voz baja. – Igual que yo cumpliré la mía ahora.

Sin decir más, Ruu salió corriendo, separándose del ejército compuesto y cruzando el campo llano que lo distanciaba de las hordas demoníacas. Había notado algo extraño: los demonios se aglomeraban alrededor del portal, pero aún no atacaban. Y conociendo su naturaleza, ese comportamiento era inusual, y preocupante. Pero para él, eso ya no importaba. Había venido a luchar, y nada lo detendría.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora