Capítulo 54 La historia de Ruu

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– ¿Qué... estás diciendo? – Shina lo miraba atónita, sin entender nada de lo que Ruu intentaba explicar.

Quizá debía confesarlo todo. ¿Qué sentido tenía seguir ocultándolo? La Shina a la que jamás debía decirle esas palabras no era la que tenía delante. O eso quería creer.

– Hay algo que nunca podré decirte... – confesó en un murmullo. – Porque soy egoísta y temo a tu miedo... Porque no quiero que me mires como lo hiciste aquella vez...

Ruu levantó la cabeza, esperando encontrar los ojos de Shina frente a él, pero en su lugar, vio reflejado en el espejo invisible sus propios pensamientos. La muchacha también perdió el contacto visual, y frente a ella apareció una imagen, proyectada sobre el cristal que los separaba: su aldea natal, en llamas y envuelta en humo negro.

– Este es mi último recuerdo de mi hogar... – murmuró Ruu. – Horrendo, ¿no te parece?

Shina observó la escena con el corazón sobrecogido. Las columnas de humo, el fuego voraz. Sentía como si, de alguna manera, el hedor de la sangre y la destrucción alcanzara hasta donde se encontraban.

– Esa... Esa no es tu casa. – musitó, apretando los puños. – ¡Ese no es el lugar al que debes regresar!

La imagen se desvaneció, y ambos volvieron a mirarse a los ojos. Shina buscó el brillo familiar en los ojos de Ruu, pero lo que encontró la dejó helada. Sus ojos, antes vibrantes, reflejos de sus emociones más profundas, estaban apagados, vacíos. Eran como dos pozos sin fondo, sin vida. Eran los ojos de alguien que ya no estaba presente, los ojos de un muerto.

– Tal vez... sea mejor que me dejes solo. – dijo Ruu con una frialdad que, incluso en él, le resultaba extraña. – No tiene sentido contarte esto a ti...

Shina sintió un pánico creciente apoderarse de su corazón. No era el mismo Ruu de siempre. Había algo roto, perdido. Con desesperación, se lanzó una vez más contra el cristal invisible que los separaba, aporreándolo con ambas manos. La inseguridad que él desprendía no era propia de él, y lo que más la aterraba era la falta de emoción en su rostro. Solo observaba, con una indiferencia que le partía el alma... Observaba a esa versión de Shina que se negaba a desvanecerse, que no lo dejaría pudrirse en la soledad de su jaula.

– ¡Despierta! – gritó ella, golpeando el muro de nuevo. – ¿Quieres que me vaya? ¿¡En qué estás pensando!? ¡Respóndeme! ¡Sé que puedes oírme!

Ruu la oía, sin duda, y como respuesta, abrió la boca. Al mismo tiempo, la pared mostró una nueva imagen: el antiguo templo de Kirkas.

– ¿Si te cuento mi historia... te irás?

Aquella pregunta resonó en el aire. Era un intento desesperado del mestizo por convencer al espejismo de que lo dejara hundirse definitivamente. La pregunta golpeó a Shina con fuerza. ¿De verdad intentaba echarla de ese lugar? ¿No se daba cuenta de que el demonio los había atrapado allí? ¡Debían salir cuanto antes!

– ¿Te irás? – repitió Ruu.

Shina retrocedió un paso, y tras un momento de silencio, asintió.

– Me iré. – prometió. – Pero primero, me contarás todo.

En ese instante, comprendió lo que estaba ocurriendo. Ese lugar no era más que una prisión diseñada para atormentar a Ruu, para que se enfrentara a sus recuerdos más oscuros hasta que se destruyera por completo. Al ver la aldea en llamas y el templo, todo encajó. Ruu, al igual que ella, llevaba trece años huyendo de su propio pasado.

El mestizo, aún tumbado boca abajo, encogió su cuerpo, mientras su mirada perdida volvía a posarse en el espejo, atrapado en los fragmentos de su dolor.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora