Capítulo 11 Chivo expiatorio

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Cuando Shina dejó de mover los labios, el guardia Barauz se detuvo frente a la celda otra vez y solemnemente dejó pasar al nuevo visitante. Los ojos color oliva de Coga se posaron fugazmente en el niño, situado junto a los barrotes, y acto seguido, en el joven de blanca cabellera, sentado sobre la cama. Suspiró tristemente. Hasta estar frente a la celda, aún mantenía la esperanza de que los presos no fueran precisamente esos dos.

– Déjanos solos. – ordenó al guardia.

– Pero señor... – murmuró el aludido.

Coga le miró fríamente y el hombre con cara de ogro se plantó en el suelo, dio un golpe de puño sobre su pecho a modo de reverencia y se marchó junto al compañero que custodiaba la puerta. Shina bajó la cabeza e imitó al guardia con la intención de marcharse ella también, pero Coga la tomó del brazo, haciendo que la chica se parara en seco.

– Puedes quedarte, creo que te interesará oír lo que tengo que decir. – apremió el Cazador.

Shina lo miró dubitativa, pero finalmente asintió y se quedó a un lado de la celda. Mientras, el Cazador de la coleta se acercó a los barrotes de Undila y observó a los dos prisioneros. Inmediatamente después, a través de ellos, le hizo entrega a Keriz de unas cadenas con grilletes revestidos del mismo mineral.

– Pónselos. – ordenó Coga, señalando a Ruu.

El mestizo bufó mientras Keriz asentía mecánicamente. ¿Qué esperaba? Incluso Coga tomaba medidas de prevención. El niño se acercó a la cama y con los ojos pidió a su hermano que extendiera los brazos sin resistencia. Él lo hizo a regañadientes y apartó la mirada con frustración cuando Keriz cerró los grilletes. Tal vez aquellas cadenas de Undila no podían matarlo, pero eran igualmente molestas.

– La Asamblea de Plumas ya ha tomado una decisión respecto a vosotros. – anunció el Cazador de ojos oliva.

Keriz contuvo el aliento mientras Ruu, ahora encadenado, miraba fijamente los pies del primo de Hidan. Se preguntaba a qué clase de torturas sería sometido por aquella mujer rubia con tal de sacarle la información que ella deseaba. Si ese era el caso, adelante, no le importaba, pero no permitiría que le pusieran un dedo encima al pequeño que lo había acompañado en ese desastre. Contradiciendo todas sus suposiciones, Coga sacó un manojo de llaves y abrió la celda con la mayor tranquilidad del mundo. Después, sin mediar palabra, entró en ella y se situó frente a los dos hermanos, guardando cierta distancia.

– Las cadenas son solo para aparentar. – confesó el Cazador en un susurro. – Estoy seguro de que, si quisieras, podrías deshacerte de ellas en cualquier momento... Llevarlas puestas quizá te producirá alguna quemadura... pero nada más. – supuso. – Aunque esto lo sabrás tú mejor que yo...

El muchacho de cabello blanco lo miró por primera vez a la cara, ciertamente sorprendido. ¿Si sabía algo así, qué sentido tenía ponérselas?

– Escuchad, en breve se celebrará un espectáculo en el anfiteatro en el que ambos participaréis. – explicó el guerrero. – Lucharéis con bestias y Cazadores en la arena sin usar la máscara del Hijo del Rey que te fue arrebatada y que Tracia custodia celosamente. El objetivo de todo esto es el de ridiculizaros frente a los ciudadanos de Plumas y demostrar que los Cazadores pueden lidiar fácilmente con los demonios cuando y donde quieran. – su voz se tornó entonces más lúgubre, como si el propio Coga fuera consciente de que lo que estaba a punto de decir rozara lo absurdo. – En otras palabras, debéis dejaros ganar.

Esa conclusión no dejó indiferente a ninguno de los allí presentes, pues Ruu dio un puñetazo en la pared, haciendo resonar estrepitosamente sus cadenas, mientras Keriz apretaba los puños con rabia.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora