Capítulo 18.

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No está todo perdido, tengo que actuar. Ya. Nathan no puede enterarse de esto, así que me obligo a ponerme en marcha. En una milésima de segundo cojo papel y me limpio las manos y la cara. Lucas sigue petrificado en la puerta. Le cojo del brazo y tiro de él hacia dentro cerrando la puerta detrás. No sé exactamente lo que estoy haciendo ni lo que haré pero voy a salvar mí propio pellejo.

Una vez los dos dentro del baño, cojo a Lucas por los hombros y lo estampo contra la pared. Tan solo estoy a dos centímetros de él y le llego un poco por encima de los hombros. Mis ojos siguen empañados por las lágrimas retenidas y sigo con el nudo en la garganta. Lucas sigue con su cara sorprendida aunque ya no parece estar en pánico.

-Tienes que prometerme que no dirás nada de lo que has visto. A nadie. Prométemelo Lucas. - digo firme, prácticamente obligándole.

- Gi, no puedo yo... Necesitas ayuda. - me dice él intentando que le comprenda. Pero yo no necesito ayuda.

- Lucas. - le presiono más contra la pared. - Si alguien se entera de esto me matarás. A mí y a todos los de mi alrededor. ¿Quieres cargar con esa culpabilidad?

- Yo... - yo aprieto los labios y contengo la respiración, estoy al borde de las lágrimas, pero no puedo llorar. - No diré nada.

- Promételo. - digo seria.

- Gi no puedo dejar pasar esto. No puedo dejar que te mates poco a poco, quizá podría ayudarte, no... no sé. - ¿Quiere ayudarme? Nadie puede hacerlo. Toda expresión de sorpresa o miedo en su cara ha desaparecido. No quiero que me ayude, no quiero explicarle nada, pero es eso o Nathan se enterará. Y que mi hermano se entere supone que toda mi familia lo sepa y tenga que volver a Irlanda entre psicólogos y médicos.

- No puedes ayudarme, pero inténtalo si quieres. Ahora promete que no dirás nada. - digo.

-Lo prometo. Le diré a tu hermano que no te encuentras bien y que estarás en tu habitación. - dice él.

En cuanto pronuncia esas palabras dejo de apretar su espalda contra la pared y tiro de la cadena del váter haciendo que la cena desaparezca. Cruzamos una última mirada y salgo corriendo del baño hasta mi habitación. Cierro la puerta y me tiro en la cama abrazando mi almohada, las lágrimas la inundan. No puedo parar de llorar y por mi cabeza pasan millones de cosas. No puedo creer que todo esto esté pasando. No es real y rezo para que sea una de mis pesadillas.

No sé cuánto tiempo ha pasado, si minutos, horas o días. Solo sé que no he podido parar de llorar, he estado a punto de arruinarlo todo. La culpa, la decepción, el odio hacia mí misma crecen en mi interior. Ahora las voces no callan dentro de mí y no puedo parar de torturarme a la vez que mis lágrimas caen. Voy caminando arriba y abajo de la habitación, paso mis dedos entre el pelo y me dejo caer de rodillas en el suelo entre sollozos silenciosos.

Sé que no podré soportar todo este dolor emocional mucho más así que tomo una decisión. Me levanto y busco entre el cajón de los calcetines. De allí saco una pequeña toalla y vuelvo a la cama, la desenvuelvo y dentro encuentro tres pequeñas cuchillas. Me prometí a mí misma no volver a hacerlo pero prefiero el dolor físico antes que el emocional. Sostengo la cuchilla en mis dedos y la paso con fuerza por mi muñeca izquierda. Un dolor agudo e insoportable cruza mi piel. Noto como la cuchilla rebana mi muñeca como a un trozo de carne muerta y a los pocos segundos la sangre empieza a caer por mi brazo. Cojo la pequeña toalla y la presiono contra el corte. Las lágrimas han cesado y tengo necesidad de volver a hacer un corte más, pero me digo a mi misma que ya es suficiente. He aprendido a controlarme, al menos mínimamente. De nuevo mis pulseras van a tener que hacer otra función aparte de decorar.


Thin skinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora