Capítulo 55.

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Un suave tacto recorre mis manos. Una dulce voz acaricia mis oídos. Un aroma inconfundible invade todos mis sentidos.

Cuando mi mente se aclara observo con mirada borrosa una sala totalmente blanca e impoluta. Lo único que sé es que no estoy en mi habitación. Noto un aire débil y frío entrando por mis orificios nasales. Me acomodo en la cama (ahora sé que estoy en una cama) y tuerzo la cara en una mueca de cansancio. Me llevo la mano a la nariz para saber qué es lo que me envía ese aire tan refrescante y compruebo que es un tubo. ¿Oxigeno? 

Ahora observo mi muñeca, tengo los cortes tapados con gasas y una aguja, lo que si no recuerdo mal se le llama vía, clavada bajo la piel de mi codo interior. Sigo con la mirada el fino tubo que conecta con la aguja hasta dar con un bote de líquido transparente. ¿Suero? Llevo una bata blanca que se me ha desabrochado y deja gran parte de mi cuerpo al aire. Me la coloco bien. No estoy en el cielo, estoy en un maldito hospital. Tras minutos de silencio noto como los párpados me pesan demasiado como para seguir manteniéndolos abiertos.

Cuando despierto de nuevo lo hago sobresaltada por un sonido repugnante y un picor en la muñeca. En seguida veo a una joven enfermera a mi izquierda curando los cortes de mi muñeca. Cuando se percata de mis ojos abiertos me sonríe.

-Hola Georgia. - ¿por qué sabe mi nombre? - ¿Cómo te encuentras?

- Bien. – aunque me siento más cansada que de costumbre. ¿Qué narices ha pasado? No quiero estar aquí, quiero irme a casa. Miles de preguntas me colapsan la cabeza pero por el contrario no pregunto nada.

- Esto ya está. – dice volviendo a vendarme la muñeca – Sé que acabas de despertar y esto es confuso para ti, pero ¿te ves con fuerzas para recibir visitas? Tienes a mucha gente en vilo ahí fuera. – comenta señalando la puerta con un golpe de cabeza.

¿Qué? ¿Visitas? ¿Mucha gente? ¿Qué? Sin embargo asiento y ella desaparece. Lo único que recuerdo es haber dejado que Adam se fuera. El dolor invade mi pecho instantáneamente. A los pocos minutos oigo la puerta abrirse para volver a cerrarse. Enseguida veo a mi hermano, mi rubio hermano. Gracias a dios, es la única persona a la que quiero ver ahora mismo. Quiero que me abrace. Que me explique qué pasa.

-Nathan – se acerca a mí. Se sienta en el borde de la cama y me mira con dolor. Me coge de la mano y acaricia el dorso de ésta con su pulgar.

-¿Cómo estás? – me pregunta.

-Bien. ¿Qué ha pasado?

-Estás en el hospital.

-Lo he notado. – ni siquiera tengo fuerzas para seguir con mi sarcasmo.

-La enfermera nos ha dicho que estás desorientada, por eso he entrado yo.

-Nathan... - siento que mi cabeza es un campo de batalla que está siendo asediado por bombas. – ¿Quién hay fuera?

Suspira.

-Explícame algo – le digo ya con desesperación.

- Está bien, ¿por dónde quieres que empiece?

- Por lo que quieras pero hazme comprender algo. – le pido.

-Tú y tu manía de tenerlo todo bajo control... – no parece de buen humor. Tiene cara de cansado.

-¿Cuánto llevo aquí? – es la primera pregunta de muchas. Al cabo de media hora ya me he enterado de todo y tengo miedo.

Llevo aquí tres días por un supuesto "intento de suicidio con sedantes". "¡¿Qué?!" es lo primero que le chillo a mi hermano. He pensado mil veces en ello pero nunca he tenido el valor de hacerlo porque realmente, tengo razones por las que morir pero mil razones más por las que seguir viviendo. Yo no he querido atacar contra mi vida en ningún momento y me niego a que piensen en mí como la chica que quería matarse. Me niego rotundamente. Discuto con Nathan unos instantes por ese mismo tema y le dejo proseguir tras dejar claro que yo no quería... suicidarme. La palabra me pone los pelos de punta.

Thin skinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora