Los pasillos por los que andamos Adam y yo hasta el bufete están silenciosos e incluso me atrevería a decir que desiertos. Supongo que al ser pleno invierno la gente no se aventura a irse de vacaciones. Gi, es obvio que ninguna familia normal y corriente se va de vacaciones a un hotel en estas fechas. Los raros aquí somos nosotros, pienso divertida. Conforme avanzamos se empieza a escuchar el bullicio típico de un bufete libre: el choque de platos y vasos, las conversaciones de las pocas personas que hay en el hotel, carros, cubiertos, los cocineros reponiendo nuevas bandejas de comida y oh, un olor a comida que hace que mi estómago se queje como nunca. A medida que nos acercamos el temor en mi cuerpo crece. Llevo días comiendo poco, (exceptuando la gran merendola de cupcakes con Anne ayer y las tardes de palomitas y películas con Adam) y temo que me dé el típico ataque de ansiedad incontrolable, en el que el hambre se apodera de mi cabeza y empiezo a comer sin ton ni son. Los ataques de ansiedad que sufro son tales que aunque crea que voy a explotar de comida sigo comiendo, o mejor dicho: engullendo. Por supuesto luego llegan las voces a mi cabeza, los arrepentimientos y todo lo que he comido acaba dando vueltas en el retrete. Pero aquí está Adam, y un ataque de ansiedad así supondría no poder ir a vomitar, se lo prometí. Recuerdo una tarde de aquellas en las que aún vivía en Irlanda. Brad acababa de dejar mi casa dando un portazo porque yo quería salir a la calle con una falda. Él no lo aprobaba. Me sentía tan culpable por haberle hecho enfadar que arrasé con la nevera y la despensa de la cocina para luego arrepentirme y acabar vomitándolo todo, ridículo ¿verdad?
-Vamos a aquella mesa, corre. - me dice Adam devolviéndome a la realidad. Me coge de la mano y tira de mí rápidamente hasta una mesa para dos personas. Está junto a una gran ventana por la que se puede ver el río Támesis a lo lejos y la parte más alta del London Eye. La verdad es que es una vista muy bonita.
-¿Crees que alguien nos va a quitar el sitio? Esto está desierto. - le digo divertida a Adam mientras tomamos asiento y repaso el comedor con la mirada. A penas hay un par de hombres de negocios con sus trajes y lo que parece un matrimonio sentado justo en el lado opuesto a nosotros. El comedor es circular y grande, muy grande. En el centro se encuentra la barra donde está puesta toda la comida y alrededor de ella están dispuestas todas las mesas forradas con los preciosos manteles de colores crudos.
-Mejor que esté desierto, más intimidad tendremos. - me dice Adam echándome una mirada picara y yo pongo los ojos en blanco.
Camino con el plato vacío en la mano alrededor de la barra de comida. Observo a Adam al fondo con dos platos en la mano llenos hasta arriba de lo que parece pasta y... en fin, lleva de todo. Yo ya he dado dos vueltas enteras a toda la barra y sigo indecisa, todo tiene una pinta deliciosa pero tengo una batalla interior, para variar. Podría cogerme las verduras salteadas que hay en la plata del fondo, algo saludable y sin apenas calorías, parece la comida candidata a acabar en mi plato, ¿verdad? Pero sin embargo mis ojos se desvían a platos calóricos como el jugoso filete de ternera o el risotto de setas y salsa de queso, por no hablar de las patatas fritas que me sonríen diciendo "cómenos". Quizá si me como el espectacular risotto y no como más hasta la cena no me sienta demasiado culpable. ¿Tengo que comer igual, no? Pues mejor que sea algo delicioso. Con adrenalina en el cuerpo mis piernas caminan veloces hasta la bandeja de la deliciosa comida italiana y me lleno el plato de ella.
Cuando acabo de comer no puedo evitar sentirme mal conmigo misma. ¿He dicho mal? La palabra es fatal, horrible. No, no es por el risotto, bueno, en parte sí. Pero no me sentiría así de culpable si no me hubiera comido un segundo plato de carne y patatas más el helado de vainilla que me ha ofrecido Adam alegando que "no podía más y que por favor le ayudara a acabárselo". Siento mi barriga a punto de explotar y mi cabeza cuenta las calorías que he consumido automáticamente. Eres una maldita gorda, Gi, una maldita y jodida gorda. ¿Qué te habría costado comerte las verduras? Aprieto los ojos con afán de callar las voces en mi cabeza.

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Thin skin
Roman pour AdolescentsCuando tienes la piel más fina que los demás todo te afecta de manera diferente, todo es mucho más duro y doloroso. Georgia es esa clase de persona de piel fina y ya no confía en nadie. Quiere ser una chica solitaria, convencerse de que es fuerte, d...