Capitulo|1•|

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Siempre soñé con ir a la universidad. Tal vez por la educación de élite, o quizás —más honestamente— porque los chicos de las películas americanas que veía eran ridículamente sexys.

El día de mi graduación, mis padres estaban en uno de sus viajes de negocios. Para mí ya no era sorpresa. La mayoría del tiempo vivían entre aeropuertos, hoteles y reuniones, o disfrutando vacaciones a las que pocas veces era invitada. La única constante era mi nana, quien estuvo allí, como siempre. Ella, junto con mi mejor amiga Anna, eran todo mi mundo.

Después de la ceremonia, me senté durante días esperando una sola carta. La de la NYU. New York University, una de las universidades más prestigiosas del país. Mis padres, por supuesto, querían algo diferente: que me fuera a Londres, que continuara mis estudios lejos, como si entre más distancia pusieran entre nosotros, mejor funcionara todo. Pero yo no quería irme. Yo quería quedarme en Nueva York. Quería entrar a la misma universidad que Anna. No tenía que cruzar el océano para convertirme en una profesional brillante.

—¿Puedo pasar? —preguntó mi madre desde la puerta.

Asentí. Ella entró con esa falsa suavidad que usaba cuando estaba a punto de imponer algo, cerró la puerta tras de sí y se sentó frente a mi cama.

—Llegó una carta —dijo, extendiéndome un sobre blanco—. Creo que es de la universidad.

Mi corazón se aceleró. Lo abrí con los dedos temblorosos, convencida de que leería el encabezado de la NYU... pero no.

UA.

—¿UA? —fruncí el ceño—. ¿Es... de Alaska?

—¡Sí! —chilló emocionada—. ¿No te parece increíble? Te aceptaron en una de las mejores universidades de ese estado.

Me quedé de piedra.

—Pero... yo no mandé ninguna solicitud a esa universidad.

—Tu padre y yo lo hicimos —respondió, como si estuviera dándome un regalo sorpresa—. Ya nos lo agradecerás.

Y con esa frase cargada de arrogancia, desapareció por la puerta.

Me quedé sola, viendo el sobre sobre mi cama como si fuera una broma pesada. ¿De verdad pensaban enviarme al fin del mundo? ¿A Alaska? ¿Qué clase de castigo era ese? Si tan desesperados estaban por alejarme, ¿no era más fácil ayudarme a mudarme dentro de la misma ciudad?

La rabia me hervía en el pecho. Empecé a caminar de un lado a otro en mi habitación, buscando una solución, un plan, algo. Pero antes de que pudiera ordenar mis ideas, un golpeteo en la puerta interrumpió mi espiral de pensamientos.

—Adelante —murmuré, sin energía.

—¿Cómo estás, pequeña? —entró mi nana con su voz cálida—. Escuché sobre la beca.

—Mis padres quieren deshacerse de mí —dije, sin rodeos—. Pero no me voy a ir.

Ella me miró con ternura, y después de unos segundos que parecieron eternos, me abrazó con fuerza.

—Quieren que te conviertas en una mujer independiente —susurró.

Independiente. ¡Por favor! ¿No se daban cuenta de que ya lo era? Nunca estaban en casa, nunca se enteraban de mis logros ni de mis derrotas. Todo lo que sabía sobre la vida me lo había enseñado ella, no ellos.

—Ya soy independiente —repliqué con amargura—. Ellos nunca se han preocupado por mí, ¿por qué empezar ahora?

Y en ese instante, me rompí. Las lágrimas que tanto había contenido finalmente brotaron. Me aferré a mi nana como si pudiera anclarme a ella y quedarme ahí para siempre.

ERES MIA  - #PGP2025Donde viven las historias. Descúbrelo ahora