La amistad entre un hombre y una mujer, el debate de siempre.
¿Qué tan cierto es eso de que un hombre y una mujer no pueden ser amigos?
¿Quien formuló aquella máxima? Y lo más importante, ¿por qué lo hizo?
El amor ha cambiad...
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RESTAURANTE CECCONI'S
7:00PM
Maldije en voz baja a Alexander al encontrarme frente la entrada del Cecconi's.
«Ya sabía yo que había escuchado antes acerca de este lugar».
Suspiré y me miré en el reflejo del auto.
Sí, estaba hecha un desastre con el cabello sin forma, la blusa color gris y el pantalón estilo camuflado lleno de barro en las rodillas.
«Bonito espectáculo el que voy a dar», pensé moviendo la cabeza en reprobación ante la imagen de mi vestimenta.
Suspiré resignada, caminé hacia la entrada del restaurante, y como era de esperarse, no me dejaron pasar tan fácilmente.
—Perdone señorita, ¿tiene usted reservación?
«Maldito, ¡maldito Highman!», chillé para mis adentros.
—No, yo no, pero mi amigo sí —respondí tratando de sonreír con cordialidad—. El señor Highman —agregué.
—¡Oh! Bueno —murmuró al tiempo que me miraba a modo de inspección, de repente sonrió de manera forzosa—. Entonces, sígame por favor.
—Gracias —susurré mientras lo seguía por el lugar y buscaba con la mirada a mi queridísimo amigo. Finalmente lo encontré a un par de metros. Y claro, ¡él sí estaba con traje formal!
Se me empezaron a ocurrir millones de maneras para hacerle pagar al ver como sonreía divertido.
Después de que el empleado se marchara, me senté en la silla frente a él.
—Te voy a matar, Alexander —farfullé.
—¿A mí? —Su mano cayó en su pecho con dramatismo—. ¿Qué te hice? —preguntó actuando con inocencia exagerada.
—Te dije que tenía una sesión fotográfica en el campamento de entrenamiento militar y no supusiste que estaba un poco desordenada para este lugar —respondí.
—¡Pero si te ves maravillosa! —repuso inclinándose sobre la mesa y dándome un sonoro beso en la mejilla a modo de saludo.
—Pues deberías preguntarle eso a las docenas de ojos que no paran de mirarme —repliqué en un bufido.
—Seguramente no te miran por la ropa —agregó con una media sonrisa.
—¿Sabes qué? Mejor dejémoslo así, tengo mucha hambre. —Abrí la carta y paseé mi vista por los nombres de los deliciosos platillos—. Ver a todos esos hombres haciendo ejercicio me dio apetito —añadí.