La amistad entre un hombre y una mujer, el debate de siempre.
¿Qué tan cierto es eso de que un hombre y una mujer no pueden ser amigos?
¿Quien formuló aquella máxima? Y lo más importante, ¿por qué lo hizo?
El amor ha cambiad...
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RANCHO CUCAMONGA
1:40 AM
Abrí los ojos y la habitación se inclinó causando que lo que tenía en el estomago se revolcara con estrepito y sintiera la bilis subir por mi garganta.
El whisky empezaba a hacer efecto, pero no para lo que quería.
¿Por qué no había perdido ya el sentido?
Serví más del dorado licor en el vaso y lo llevé a mis labios, pero el fuerte y molesto olor me impidió beber. Ya me imaginaba que con tan solo probar una gota mas armaría un desastre nada agradable en el suelo. Dejé la copa sobre la mesa y me puse de pie, caminando por la pequeña sala.
¡Estaba tan... molesto!
Me tambaleé mientras guardaba la botella en un cajón. Ya había sido suficiente, aunque para olvidar todo lo que había pasado necesitaba mucho más, tenía que tener cuidado con mi pasado. No me respaldaba para nada.
Después de pasar diez minutos escuchando el llanto de Vicky en el baño, decidí salir de la habitación. Ella creía que yo estaba borracho al momento del beso, pero no. Sí, había bebido y quizás eso influyó en que la besara, pero también era consciente y era por eso mismo que me sentía mal. Si no hubiera sido ella quien hubiera detenido todo, yo no lo hubiera hecho y eso me parecía muy irresponsable. Demasiado.
Me dejé caer pesadamente sobre el sofá de la biblioteca. Los novios se habían ido horas atrás y el resto de invitados seguro ya estaban en el tercer sueño, pero yo no estaba y no iba a estar tranquilo después de lo que había sucedido. Ese beso había sido mucho más íntimo que el anterior, mucho más pasional y mucho más enérgico que me asustaba en sobremanera.
El primer beso había sido especial, no lo negaba, duré pensando en eso más de lo que debería, pero había estado desplazándolo. Ahora sabía que había sido de nuevo yo quien lo había provocado, solo que no tenía una excusa valida.
Me estremecí al recordar el cuerpo de Vicky junto al mío y la intensidad con que el beso nos había hecho llegar a la habitación.
De la nada, la imagen de Sophie llegó hasta mi inundada cabeza.
—¡Diablos! Soy un estúpido, ¡¿cómo fui capaz?! —me recriminé—. Eso fue un grave error.
«Un error», pensé.
Las cosas habían cambiado después del primer beso y a mí se me ocurrió arruinar todo con un segundo. ¡Y cuando las cosas ya estaban bien de nuevo!
¿O no?
El llanto de Vicky volvió a retumbar en mis oídos.
Vicky no lloraba, casi nunca lo había hecho. Lloró cuando murieron sus padres, lloró cuando se murió su perro, lloró cuando me vio tras las rejas años atrás, lloró cuando el DJ le hizo la canallada y lloró hacía unos días en el hospital. No había llorado más. Bueno, no que yo supiera...