La amistad entre un hombre y una mujer, el debate de siempre.
¿Qué tan cierto es eso de que un hombre y una mujer no pueden ser amigos?
¿Quien formuló aquella máxima? Y lo más importante, ¿por qué lo hizo?
El amor ha cambiad...
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DOWNTOWN L.A.
9:20 PM
Colgué la llamada con una sensación de nauseas subiéndome por la garganta a causa del sentimiento de culpabilidad que me embargaba.
Aquello no estaba bien. Por lo menos no para Vicky.
¡Diablos, pero la amaba!
Y me aterraba de mí mismo al estar tan seguro de ello, pero era así.
Por otro lado, estaba Sophie, y a pesar de todo, también la quería. Lo de Vicky era más fuerte, por supuesto, pero la verdad me sentía entre la espada y la pared.
Caminé hacia el balcón en busca de Vicky.
—Vicky —llamé desde el borde de la entrada, ella no se inmutó—, deberías entrar. Esa brisa no te hará bien, te puedes resfriar.
Por fin pareció reaccionar y entró al salón cerrando tras de sí los cristales. —Resfriada ya estoy —dijo poniéndole llave a las puertas.
—Entonces debes cuidarte —repuse. Ella asintió aun sin mirarme y caminó hacia las demás puertas del salón cerrándolas con llave, fruncí el ceño—. ¿Te vas?
—Nos vamos —corrigió.
—Creí que estábamos hablando —supuse.
—Ya terminamos de hablar —aseguró mientras salíamos del estudio y ella cerraba la puerta de entrada. Caminamos hacia las escaleras de emergencia, imaginé que quería evitar el ascensor y la entendí. Con tan poco espacio y lo que había sucedido antes...
—No, no hemos terminado —despabilé.
Por fin se giró y me miró. —No hay mucho que decir, Alex.
—Claro que sí. —La tomé del brazo para evitar que siguiera bajando—. ¿Qué hay de todo lo que dijimos hace un momento?
—Alexander esto no está bien —respondió zafándose mientras sus ojos se cristalizaban—. No puedo hacerle esto a ella.
—Dijiste que estabas dispuesta a ser mi amante —repliqué dándome cuenta tarde de lo que había dicho. Su mirada cambió y se endureció.
La cagué, pensé.
—Vete, Alexander —farfulló.
—Vicky, tú lo dijiste —musité consciente de que ya no podía echarme para atrás. Ya habia dicho lo peor.
—Sé lo que dije, Alexander —afirmó mientras pasaba por mi lado y subía, devolviéndose al estudio—. Solo vete.
—Vicky, no era mi intención —intenté conciliar.
—Está bien, Alexander. Solo vete.
—No, no me iré de nuevo —aseguré subiendo también y deteniéndola en el rellano para ponerme frente a ella—. No te vas a perder otra vez.
—Alexander, no me toques. No lo hagas —se soltó y agachó la mirada.
—¿Por qué? —pregunté acariciando su mejilla y levantando su rostro. Una lágrima se escapó a su resistencia.
—Porque no lo puedo soportar —respondió, la observé confundido—. Cada vez que me tocas, me quemas, me doblegas... Eso me asusta, Alex. No lo hagas. No si yo no te lo pido, por favor —pidió distanciándose más. Levantó su mirada y clavó sus enormes y azules ojos en mí.
¡Demonios!
Verla así no ayudaba en nada. Necesitaba tocarla. Necesitaba abrazarla, besarla. Maldije que las cosas se estuvieran dando de esa manera. Tampoco era agradable para mí.
—De acuerdo —dije suavemente. Subí el último escalón y caminé hacia ella. Vicky dio un paso atrás. Yo seguí caminando, obligándola retroceder hasta que la pared la detuvo. Di otro paso más hasta que nuestros cuerpos estuvieron casi pegados y le tomé la mano—. Somos personas maduras, Vicky. Creo que sabemos cómo manejar esto.
Vicky abrió la boca para replicar, pero la detuve del mejor modo que ya se me estaba haciendo costumbre. Sentí su boca suave mientras se abría ante mi logrando que mi deseo creciera. Hice un esfuerzo por controlarme, pero no pude hacerlo.
Bajé las manos, deslizándolas bajo su falda y subiéndolas hasta tocar sus piernas. El torrente de deseo se impuso a mi autocontrol y gemí contra ella. Vicky movió su cuerpo hacia mis caderas y supe que también deseaba más. Resbalé los dedos por su piel hasta llegar al borde de su ropa interior.
Estaba seguro de que Vicky lo sentía de la misma manera en la que yo lo hacía. Me deseaba con la misma intensidad. Quería decírselo y oírlo de sus labios, pero no podía apartar mi boca de su piel.
Puse mis manos en sus muslos, sintiendo el calor fundirse a través de mis pantalones mientras le acariciaba. Estiré la mano sobre su intimidad y seguí acariciándola con los dedos entre las piernas, sintiendo su humedad a través de la tela. Estuve a punto de arrancarle la prenda de golpe para poder saborearla como deseaba, pero entonces escuché el inconfundible ruido de unos pasos justo arriba de nosotros.
Me aparté de ella y ella me miró con desconcierto. Quería seguir besándola, pero no ahí, no en ese momento. Señalé con la cabeza en dirección a las pisadas y sus ojos azules se abrieron de par en par.
—Maldición —murmuré. Vicky se acomodó la ropa apresuradamente, la tomé de la mano y la llevé de vuelta hacia abajo.
Abrí la puerta del edificio, sacándola de allí, desesperado por poder sentirla de nuevo, pero cuando llegamos a la calle Vicky ya se había separado de mí y me miraba con seriedad.
—Te dije que no me volvieras a tocar.
—Me dijiste que no lo hiciera —acepté—, pero solo si no me lo pedías —agregué.
—No te lo pedí —replicó con enojo.
Me rasqué la cabeza con incomodidad. Sabía que los sentimientos de Vicky con respecto a la situación estaban justificados. Su actitud estaba justificada. ¡Estaba casado!
¿Cómo iba a saber que terminaría enamorado de mi mejor amiga? ¿De la chica de grandes ojos azules y fleco gracioso que conocí de niña?
—Me lo pediste —dije con seguridad. Vicky intentó negarlo, pero yo no la dejé—. Me lo pediste con tu piel —expliqué, su semblante cambió—. Me lo pediste con tus ojos...
Vicky desvió su mirada un segundo para volver a ponerla sobre mí y mi corazón dio un vuelco al ver la expresión de dolor en su rostro.
Por un momento pareció como si fuera a decir algo, pero no lo hizo. Pasó por mi lado y tomó un taxi que dejaba a un hombre a un par de metros de nosotros. Me quedé quieto, esperando que mi interior se calmara y que mi mente volviera a bullir de ideas y de pensamientos, intentando encontrar la manera correcta para actuar sin causarle daño a Vicky.