Capítulo 59

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SANTA MONICA

8:40PM

John Lennon decía que el dolor era algo por lo que pasábamos todo el tiempo. Nacíamos con el y vivíamos con el hasta el día de nuestra muerte. O algo por el estilo.

No decía que no fuera cierto, en realidad empezaba a creer que era así, pero lo que sí estaba seguro era que el dolor venía en diferentes formas y tamaños, y que el que estaba sintiendo en ese mismo momento era uno que jamás me había golpeado de esa manera. Me arañaba el alma y quería escapar de mí, pero sabía que eso no sucedería, y que mi dolor, desde el preciso instante en que todo se había vuelto un caos, sería parte de mí de manera aplastante.

Aproveché todo el camino hasta casa para desahogarme y mi auto fue el único testigo de ello. Grité, lloré, golpeé el volante y al final, aunque no me sentía mejor, había sacado gran parte de lo que me atormentaba. O por lo menos de momento.

Miré el liquido color caramelo que aun estaba en un cuarto de la cristalizada botella de ron y decidí que había sido suficiente. Si me quedaba quieto por un segundo, podía sentir la manera en la que los faroles a lado y lado de la calle se movían como si fueran un par de lianas colgando de la nada.

Sabía que beber no era la solución, pero tan pronto salí del consultorio fue la primera opción que se me ocurrió para latigarme por mi estupidez y mala suerte. Por eso paré en una tienda de licores cerca al hospital, y la llevé a mi lado hasta que estuve cerca de casa, donde me detuve y me dediqué a quemarme la garganta con el fuerte sabor del ron. Mi estado de estupidez no era tan alto como para conducir embriagado.

Tomé la botella en la mano y, sacándola por la ventanilla, la solté afuera antes de quitarle el freno de emergencia al auto y dejar que rodara por la oscura calle hasta quedar frente a la casa.

Entré a paso tambaleante, con ganas de darme una ducha y tirarme en la cama sin ánimos de levantarme en muchos días. Subí hasta la habitación de Elijah y sonreí al ver el sueño tan pacifico que tenía mi hijo. Mi pequeño. Me incliné levemente y deposité un suave beso sobre su cabeza para salir de nuevo y caminar hacia la habitación de invitados, que era en la que estaba durmiendo los últimos días después de la discusión con Sophie. Sin embargo, me detuve al ver que su habitación tenía la puerta abierta y estaba con las luces encendidas.

Fruncí el ceño, se suponía que a esa hora estaría en la oficina revisando el montón de papeles y contratos de su próximo proyecto.

—¿Sophie? —pregunté asomando la cabeza y encontrándola sentada al borde de la cama con una copa de vino en su mano, y aunque no era quien para hacerlo, reprobé su acción con la mirada—. ¿De nuevo bebiendo?

—Es solo una copa, no te preocupes no me beberé la botella —aseguró y me detalló con cuidado—. Al parecer tu sí te la bebiste completa —añadió.

El momento [in]oportuno #WeAreWorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora