La amistad entre un hombre y una mujer, el debate de siempre.
¿Qué tan cierto es eso de que un hombre y una mujer no pueden ser amigos?
¿Quien formuló aquella máxima? Y lo más importante, ¿por qué lo hizo?
El amor ha cambiad...
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SANTA MONICA
9:00AM
Una vez más, el primer pensamiento que tenía al abrir los ojos era el de ese beso.
No sabía porque, pero era lo primero que me invadía la mente al despertar, y a veces lo rememoraba mientras pasaban los días.
Todo parecía tan surrealista.
El recuerdo de sus labios junto a los míos, de su respiración contra mi rostro... y aun no lograba descifrar porque demonios fue que decidí llevar hacia adelante el beso, porque por más que trataba de negarlo, sabía que había sido yo quien dio paso a que se extendiera. Que ella correspondiera era otra cosa, pero si no hubiera sido por mí, eso no hubiera sido más que un roce de labios y quizás la incomodidad que ambos sentíamos no sería tan densa.
Ya hacía tres días desde aquel día, y era el momento en que aún no habíamos hablado, ni nos habíamos escrito, ¡ni nada!
No había tenido noticias de ella y eso me llevaba a preocuparme, ya que lo que menos quería era que nuestra amistad de más de veinte años cambiara de un día para otro por un simple beso.
«Bueno, no fue un simple beso, en realidad fue un gran beso...»
¡Un momento!
«¿Pero que estaba pensando?»
—Alexander...
—¿Dime? —le respondí a Sophie quien me servía el café mientras mordía un poco de la galleta salada con mermelada de mora que tomé del plato.
—¿Por qué no has vuelto a salir con Victoria? —preguntó fijando su atención en mí. Mastiqué lentamente mientras pensaba en qué decirle, tragué saliva y tomé un sorbo de café.
—Uh, bueno, no siempre tenemos tiempo para vernos... eso ya lo sabes —repuse con indiferencia.
—Pero es que antes también se hablaban por teléfono o por mensajes, y estos días no te he visto hacerlo —agregó curiosa. Seguí masticando mientras pensaba en alguna respuesta coherente.
«Alexander, vas a tener que hacer algo», masculló mi subconsciente.
—Tienes razón Soph, ¡qué mal amigo soy! La llamaré —resolví mientras me ponía de pie y caminaba hacia el teléfono, sentí las pisadas de Sophie a mis espaldas.
—¡No, Alexander! —exclamó—, yo no quería decir eso —añadió modulando su tono de voz inicial—. Está bien que se tomen un tiempo sin tener que saber todo del otro —replicó tratando de enmendar lo que había provocado. Sonreí y negué con la cabeza al tiempo que marcaba el número.
—No, cariño, tienes razón —aseguré dándole una rápida mirada—. ¡Vicky es mi mejor amiga! Tengo que saber todo de ella como siempre ha sido, ella me necesita —concluí mientras la escuchaba contestar del otro lado—. ¡Vicky! —saludé eufórico mientras Sophie bufaba y se iba de nuevo. Por un segundo olvidé porque no había vuelto a ver a Vicky, hasta que escuché su evidente sorpresa al escucharme.