Twelve.

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Él parece sorprendido de verme.


– Pensé que...
– Qué. – Digo riendo.
– Olvídalo. – ríe.
– ¿Cómo supiste el número de mi apartamento?
– Se lo pregunté al portero. – sonríe. – Vine a ayudarte con la cerradura pero creo que ya está solucionado.
– Oh, si. – Sonrío. – La cambié anoche.
– ¿Tú sola?
– En realidad, me ayudó un vecino. – admito... a medias.

Quedamos en silencio ahí parados.
–¿ Quieres quedarte a almorzar? – pregunto apuntando a mi apartamento.
– Me gustaría. – Dice sonriendo.

Volvemos a mi apartamento y en el momento justo que comienzo a abrir la puerta sale Evan de su apartamento vestido con una chaqueta negra y unos jeans ajustados, tal parece mi vecino tiene una cita.
Nos ve, se queda paralizado y vuelve a meterse adentro como un rayo.

Quedo confundida y curiosa por su acción. Miro a Steve, él está con su ceño fruncido.

–¿Qué fue eso? – Pregunto.
– No lo sé. – Puso una mano suavemente en mi cintura. – Entremos. – Me sonríe.
– Está bien. – Digo aún intrigada.

Aquí pasó algo de lo que yo no me enteré y Steve lo está ocultando, pero haré que me lo cuente de todos modos.

Evan –

Mierda, mil veces mierda.

Me quedé mirando por la mirilla de mi puerta para ver si habían entrado a casa de Julia.

Steve había venido a visitarla, lo encontré justo cuando volvía de retirar un par de cuentas abajo en el buzón.
Se me ocurrió una idea para fastidiarlo y alejarlo un poco del camino...

Cuando lo vi ahí parado le dije que no se gastara en golpear su puerta.

– ¿Por qué? – Preguntó él.

A lo que yo sólo Sonreí y contesté:

– Está durmiendo en mi cama a estas horas... así que..

Su rostro cambió completamente.

– Eso es una mentira idiota, ella te odia. – Refutó.
– Pues, no hay nadie quién se me resista... sino, quédate a seguir golpeando esa puerta a esperar que las plantas de su balcón se dignen a atenderte.

Como sabía que Julia no estaba en su casa no me preocuparía por eso, nunca imaginé que volvería tan temprano.

Antes de que reaccionara y me diera un golpe en la cara, me metí en mi casa rápido.

Pues, ahora cuando quiero salir a ver a Samantha Crowell me los encuentro en la puerta.

Si Julia se entera me mata, y ganas le sobran.

Salgo de nuevo y me quedo escuchando las risa que provienen de su apartamento.

– ¿En qué carajos estoy pensando? – Me digo. – No puedo dejarlos solos, él se la follará y no podré ganar la puta apuesta.

Pero es imposible, no puedo meterme a su casa e interrumpirlos.

Me alejo resignado, pero en vez de ir con Samantha vuelvo a mi casa.

No tengo ganas de follar ahora. Estoy... estoy... sin ganas de nada. Me siento en el sofá de mi casa a ver televisión.

Inexplicablemente recuerdo cuando Julia y yo nos juntábamos en mi casa a hacer pizzas. Harina por todos lados. Mamá se iba a trabajar y quedamos con la casa para nosotros dos, lo único que hacíamos eran desastres y luego no sabíamos como solucionarlos. Era divertido ver la cara de mamá al ver nuestro caos por todos lados.

Regresaras de Rodillas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora