Capítulo 37: Malas noticias

58 7 0
                                    

Me quedé petrificada en ese momento. Esperando que el dolor hiciese acto de presencia... que algo en mi doliese, pero eso nunca sucedió.

Un quejido a mi lado me llamó la atención y volví a abrir los ojos.
El terror y el pánico se arraigaron en mi sistema al ver el charco de sangre, que aumentaba debajo de su cuerpo.

—¡No! —un grito desgarrador se me escapa cuando comprendo lo que sucedió, le disparó a Thomas.

Me acerqué a su cuerpo inerte que yacía en el suelo. Sacudí frenéticamente sus hombros pero no reaccionó. Tenía la bala muy cerca del pecho, y eso me preocupaba doblemente.

—¡No..., Thomas no! —lloriqueó Shirley cubriendo su rostro, sin poder creer que le había disparado a él.

El señor Allen vino corriendo,  se agachó y comenzó a llorar tratando de que Thomas reaccionara.

Mi padre se sacó al tipo de encima, dándole un buen gancho derecho. Cubriendo su herida, tomó a Shirley y aprovechando su estado de vulnerabilidad, le puso las esposas.
Mientras ella lloraba como una niña pequeña. Era tan estúpida que falló su tiro, y lo peor es que hubiese preferido que me diese a mi aquella bala... Me sentía tan estúpida e impotente, la odiaba ¡miérda, como la odiaba!

Los minutos siguientes ví todo lo que pasaba en camara lenta, o al menos así lo sentía. Era como si el mundo se hubiese detenido para mi, Thomas seguía sin reaccionar y yo me sentía cada vez peor. Y extremadamente culpable, era mi culpa.

—¡Llama a una ambulancia! —le gritó Albert a mi padre.

Se acercó a nosostros y sacó su teléfono de su pantalón. Llamó y a los poco minutos la ambulancia junto con otras patrullas de refuerzo estában aquí.
Subieron a Smit quien se fue jurando volver por venganza, pero extrañamente no le tomé importancia. Él era el culpable de todo esto al fin y al cabo, y esperaba nunca más tener que verle la cara. Después se llevaron a Shirley, pero antes me acerqué a ella aprovechando la pequeña distracción del oficial.

Me acerqué y sin previo aviso cerré mi puño y golpeé su perfecta nariz, la sangre brotó a borbotones de allí.
La mano me dolía y me ardía pero aún así la abofeteé con fuerza. Era tanta la rabia que tenía, que sentía que tan solo los golpes no bastaban.

—¡Sam! —gritó mi padre alejandome de ella.

—¡No déjeme, se lo merece! —grité aún llorando de impotencia.

—Yo... no queria hacerlo. No él... —dijó negando en estado de shock. La subieron al auto y se los llevaron de una vez por todas.

—Me voy con él. —Dice el señor Allen, subiendo a la ambulancia.

—Yo también. —Le dije a mi padre masajeando mi mano adolorida.

—No, irás a casa conmigo. Tú madre está preocupada Sam. —Negó, frunciendo el ceño cuando uno de los enfermeros le quitaba la bala del hombro.

—Por favor... —volví a hablar cuando estaban vendando su brazo.

—De acuerdo, en un momento los seguiré —besó mi frente.

Subí a la ambulancia y ésta arrancó apenas cerré la puerta trasera.

Tardaron más de veinte minutos que fueron una completa tortura, en llegar al hospital y entrar a urgencias. En el camino fuímos en silencio el señor Allen se lamentaba y lloraba sin cesar. Y yo solo... Sostenía la mano de Thomas la cuál, cada vez tenía menos color al igual que su rostro.

Nos quedamos en la sala de espera, y mi padre llegó unos minutos después de eso.

—¿Que dijeron? —preguntó sentándose junto a nosotros en la fila donde estában las sillas.

Mi Lugar Eres Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora