Capítulo 40: Llantos

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Pasamos bastante tiempo hablando con Nicholas. Se le hizo tarde y su padre lo pasó a buscar, ya que no había traído su automóvil.

Era bueno que hubiese venido... me había distraído todo el tiempo y hacía comentarios sobre cualquier cosa solo para hacerme reír. Extrañaba eso.

-Sam ¿dónde estabas? -preguntó Albert cuando me vió entrando a la sala, donde habían más personas de lo habitual.

-Lo lamento se pasó muy rápido el tiempo, estaba con Nicholas.

-Descuida, tú padre se fue hace un buen rato, mañana debe ir al trabajo y luego a testificar los hechos.

-Espero que todo salga bien. -Bostece y me dejé caer a su lado.

-Duerme un poco.

-Eso haré. Ante cualquier novedad, no dude en despertarme -me acomodé mejor en la silla, tratando de que luego mi cuello no doliese.

(...)

-Pueden pasar, pero no demoren demasiado -dijo el médico, me levanté del lugar al instante -. Uno a la vez.

-Esta bien, gracias -respondió el señor Allen, junto con una pequeña sonrisa. Había esperado por este momento hace días.

-Yo espero aquí -volví a sentarme.

-¿Segura? -afirmé con un asentimiento, y entró a terapia intensiva de inmediato.

No aguantaba la espera hace cuatro días que estaba aquí, y los segundos, minutos y horas se me hacían eternos. Hoy iría a casa mañana debía volver a la universidad y podría venir aquí por la tarde. No quería descuidar mis estudios además de que ya, faltaba poco para terminar el año. Los exámenes finales y por ende los peores, se aproximaban.

-Sam ¿cómo estás? -llegó April a mi lado, sin previo aviso.

-Bien ya podemos verlo -sonreí a medias al decir aquello.

-¿Y que esperas? -movió su mano para que me fuese de una vez.

-Está su padre ahora -le informé.

-Oh claro -dijo -. Por cierto, te ves realmente mal -April siendo tan sincera como siempre.

-Ya lo se -rodé los ojos.

-¿Comiste algo? -entre cerró los ojos -Sam...

-No tengo hambre -levanté los hombros.

-No me interesa, comerás igual en seguida regreso -se levantó de un salto y desapareció por el pasillo.

Siempre tan sobreprotectora, a veces parecía más mi madre que mi mejor amiga.

La puerta se abrió y salió Albert, luciendo incluso peor que antes. Tenía los ojos rojos e inchados y estaba llorando sin parar.

-Sam ¿por qué? -preguntó frustrado -. ¿Por qué él y no yo?

Al oírlo se me formó un nudo en la garganta y lo abracé sin saber que responder. Se me corrieron las lágrimas al igual que él.

Una vez que se tranquilizó me alejé un poco, dándole espacio para recuperarse.

-¿Estás segura de que quieres entrar? -su pregunta me hace dudar, pero terminé asintiendo -. Ve entonces, estaré bien.

Seque mis ojos y abrí la pesada puerta, habían números en cada una de las habitaciónes y busqué la de Thomas la número veintiséis. Era un largo y silencioso pasillo, bastante estrecho para la cantidad de medicos y con demasiado ruido de máquinas.

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