Richard se despertó a las 7.00 de la mañana, como cada día, a los tres primeros toques del despertador. Se desperezó, se incorporó de la cama y fue en busca de su hija, atravesando su despacho y el salón.
- No lo intentes hijo. Hoy se ha vuelto a esconder en el armario. - Martha, su madre, bebía un vaso de agua desde la cocina.
- Ya son dos años, dos años y no sé si vamos hacia adelante o hacia atrás. Sí, ya sé - ante la mirada de su madre - al menos se comunica con nosotros, hemos encontrado otro sistema... pero me gustaría volver a oír la voz de mi hija. - pasó sus manos por su cabeza hastiado de todo - Jamás voy a ser capaz de perdonar a Meredith esto. Jamás.
Martha se acercó hasta Richard y le cogió la mano. - Lo conseguiremos hijo. Saldremos adelante y Alexis volverá a ser esa niña alegre. Solo necesitamos un poco más de paciencia. Y amor. Esto último es lo más importante.
- ¿Y ahora?
- Yo me quedo con ella. Puedes ir a comisaría tranquilamente.
- ¿Segura?
- Por supuesto... ¡Qué mejor abuela que yo para cuidar de su nieta!
- Debería ir a la guardería.
- Los dos sabemos que eso es imposible. Al menos por ahora. Así que no le des más vueltas y ¡andando!
****
Richard subió en busca de su hija, que acomodada entre sus peluches, dormía tras esconderse allí. Esa era la clave secreta para decir que ese día no quería ir a la guardería. Aunque al ritmo que iban, terminarían desgastando los peluches. La cogió entre sus brazos y la metió en la cama arropándola.
- Cuanto me gustaría saber lo que pasa por esa cabecita y poder resolverlo. - acariciaba su frente - Hoy te quedarás con la abuela. Cuidala, calabaza. - Max llegaba a trompicones hasta sus piernas, cuando lo subió a la cama y lo acomodó cerca de su hija - Y tú, cuida de ella, te necesita. - Y salió de allí, suspirando y deseando encontrar ese hilo desde el cual tirar para sacar a su hija de aquel estado de shock.
****
Richard fue puntual, como era habitual en él. A las 10.00 de la mañana entraba por el ascensor de la comisaría. Miró hacia la mesa de la detective Beckett pero no la encontró allí. Unas risas, hicieron que volviese la mirada en varias direcciones hasta que ubicó su procedencia. Allí estaba ella, riendo desenfadadamente junto a dos compañeros de trabajo. Y sus pensamientos volaron a años atrás, cuando apareció en su vida y sin darse cuenta varió el curso de su historia.
- ¿Estás bien? - Kate estaba a su lado. Él, tan ensimismado en sus pensamientos, que no la vio llegar.
- Sí, sí, perdona, me distraje un poco. - sonrió.
- ¿Todo bien?
- Sí. Gracias. - asintió.
- ¿Alexis? - preguntó con curiosidad. Desde ayer le había resultado imposible quitarse de la cabeza la imagen de esa pequeña pelirroja llena de ternura y miedos.
- Se ha quedado en casa con mi madre, no se encontraba muy bien. Algún virus. - Siempre mentía. Desde hacía dos años. Sino, daba paso a más preguntas como, '¿por qué no está en la guardería?'. Y aún no era el momento para abrirse a Kate. Todavía no.
- Vaya, espero que no sea nada. - soltó dudando de la veracidad de aquella información, achicando sus ojos.
- Nada que un poco de descanso no pueda solucionar.
- ¿Te parece si te enseño esto un poco? - cambió de tema. No quería presionarlo. No, de momento.
- ¡Claro! - Richard se alegró de poder salir del paso con cierta holgura.
Y así pasaron la primera hora, paseando por la comisaría, mostrándole cada uno de los recovecos. Richard caminaba tras ella, como recordaba. Aquella sensación de bienestar y seguridad volvió a invadirle. Aunque en su interior no podía ocultar esa ráfaga de frustración al confirmar sus peores sospechas... ella lo había olvidado. Un verano no bastó para quedarse grabado en sus recuerdos.
- Y esto es todo - Kate, volviendo hacia su mesa - Hoy tendremos un día tranquilo, todo cuestión de papeleo. Puede que no sea lo que habías pensado. Quizá te interese más que te llame cuando tengamos un caso nuevo y no tragarte estas horas sentado, mirando como relleno formularios y solicitudes.
- Por mí no hay problema. Todo es documentación.
- Imagino. Entonces, siéntate aquí. - le enseñó la silla que justo esa mañana había colocado pegada a su mesa.
- Gracias. Pero tú actúa como si no estuviese, no quiero retrasarte con lo que tengas que hacer. - sentándose en ella.
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Los minutos que continuaron estuvieron divididos por la concentración de ella en cada uno de los documentos, frente a la concentración de él, sobre ella. Kate, en más de un momento, sintió la necesidad de salir corriendo hacia la sala de descanso. No entendía muy bien porqué, pero Richard Castle le hacía sentir cosas para las cuales no estaba preparada. Se colocó y descolocó mil veces de posición, mirando suspicazmente al escritor. Creyó hacerlo de forma disimulada, pero ciertos pequeños bufidos no pasaron desapercibidos.
Richard observó, por enésima vez, que se movía algo incómoda en su silla:
- Creo que te he molestado suficiente por esta mañana. Será mejor que me vaya. - dijo incorporándose de la silla.
- No ha sido molestia... es solo que no estoy acostumbrada y me va a costar un poco. - le sonrió.
- Lo entiendo. Si lo prefieres, llámame cuando haya algún caso y el resto del tiempo evitaré estar por aquí. - respondió esperando que ella no aceptase dicha oferta.
- Sí, será lo mejor. Así tampoco te aburres. - dijo aliviada.
- Claro. Entonces quedamos así. - pronunció aquellas palabras mientras el desánimo le invadía.
Richard alzó la mano en forma de despedida y se encaminó hacia el ascensor.
- Richard... ¿Todo bien con Alexis? - llevaba toda la mañana intrigada y deseando volver a preguntarle. Y antes de verle desaparecer, no quiso perder la oportunidad.
- Sí. Gracias. - se volvió con una sonrisa y siguió su camino sin dar más detalles. Hablar de su vida, de su fracaso matrimonial y de la situación de Alexis y su dolor, no era nada sencillo para él. Mucho menos cuando era consciente del malestar de la detective por tener que soportar la imposición de su compañía. Le quedaba claro que aquella niña que recordaba, de aquel verano de campamentos, se había convertido en una mujer completamente diferente. Quizá, se había equivocado en aceptar su colaboración en dicha comisaría y no en otra de las tantas que le ofreció su amigo el alcalde.
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Para Richard, el día mejoró notablemente cuando al llegar a casa, Alexis corrió a sus brazos y le apretó en un abrazo. Desde hacía dos años, podía contar con los dedos de una mano las veces que su hija se había aferrado así a él.
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La sonrisa de su mirada
Hayran KurguRichard Castle la recuerda. Como si fuese ayer. Como si el tiempo no hubiese pasado. Y es que ella llegó a su vida de pronto, justo cuando más necesitaba una mano amiga, una mano a la que aferrarse y no saltar al vacío. Y cuando el destino vuelve a...