Capítulo 31

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En los sucesivos días, apenas tuvieron tiempo para respirar. Programaron su agenda de forma exhaustiva. Desde por la mañana pronto fueron coordinando todas las actividades posibles. A primera hora de la mañana, desayuno. Un paseo para reconocer el paraje natural. Visita obligatoria en casa de Ramón y Carmen, con los que cada vez iban pasando más tiempo.

Después de comprar la pintura necesaria, Kate, comenzó, cada tarde, a decorar una de las paredes de la habitación de Alexis. Richard y la pequeña observaron, tras ella, su habilidad. Miraban orgullosos su capacidad para transmitir tanta ternura en una imagen. Hasta que al final del proyecto, la inspectora les dio permiso para que dejaran su firma. Aquella tarde, en la que los tres pintaron de forma conjunta, Richard y Kate fueron incapaces de dejar de mirarse, sonriendo, como nunca lo habían hecho antes. Completamente perplejos ante la felicidad de la pequeña, que no paró de abrazarlos.

****

Una de las tantas noches en las que Alexis terminó agotada, Kate, tras leerle uno de sus cuentos favoritos, la cubrió con las sábanas y el edredón y salió en busca de Richard, que había desaparecido, tras la cena, sin previo aviso. Cuando miró hacia las escaleras, se dio cuenta que por la rendija de la salita, se colaba luz. Se acercó. Abrió la puerta y vio a Richard, mirando por una de las ventanas. De espaldas a ella. Vestía un pantalón vaquero. Una camiseta blanca. Iba descalzo. Kate sonrió. Estaba vestido como más le gustaba. Se mordió su labio inferior. Cerró la puerta y apoyó su espalda contra ella. Richard se dio la vuelta. En una de sus manos tenía 6 rosas azules.

Eran incapaces de dejar de mirarse. Richard caminó hacia ella, hasta quedarse a escasos centímetros.

- ¿Y esto? - preguntó Kate sonriente. Miró a su alrededor. Estaban rodeados de velas que, junto al fuego de la chimenea, ofrecían un aspecto de lo más íntimo y especial. También se dio cuenta que frente al fuego, había una manta, con una almohada y que todo ello estaba invadido de pétalos azules.

- Nunca hemos tenido una cita. - se encogió de hombros como restándole importancia - Pensé que no estaría mal sanar ese pequeño error.

- Eres consciente de lo que provocas en mí, así vestido, ¿verdad? - lo miró de forma pícara.

- Creo que me hago una pequeña idea... - sonrió.

Kate coló sus manos por debajo de su camiseta. - Me encanta esto. Y me encantas tú.

- Y mi cuerpo, inspectora... no hay más que ver como lo toca. - dijo burlón.

- Por supuesto, su cuerpo, escritor. - acariciando, suavemente con sus yemas la piel de su espalda. Notó como se estremecía y erizaba - ¿Sabes?

- Hmmm... - incapaz de pronunciar palabra.

- Uno de mis mayores deseos es que nunca dejes de temblar cada vez que te toco. - reconoció tímida.

Richard apoyó su frente en la de ella. - Nunca nadie me provocó lo que tú haces en mí. No lo puedo controlar. Me acaricias y tiemblo. Soy adicto a ti, a tus manos, a tu piel. - cerró sus ojos cuando Kate, paseó a lo largo de su espalda, el roce de sus uñas. Suave. Sensual.

- Y si esto es una cita. - rozó con sus dedos la cintura de su escritor - ¿Qué tienes pensado? - indicó la manta y la almohada.

Richard rompió a reír.

- Aunque parezca algo evidente lo que ves ahí... - besó su frente - ...simplemente, después de bailar, podemos echarnos ahí, mirando al fuego y seguir confiando el uno en el otro. No quiero hacer planes contigo. Porque contigo todo vino sin planearlo y es lo mejor que me ha pasado nunca.

La sonrisa de su miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora