Capítulo uno

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"..."

En la penumbra, siento cómo alguien me oprime violentamente con la almohada.

—Por favor... —gimo, ahogándome entre algodón y poliéster.

Mi tiempo se agota. Mis pensamientos se enfrían, congelando mi alma. Solo persiste mi cuerpo durante unos segundos más, anhelando un poco de tempo. De vida. Convulsionándose entre el miedo una y otra vez.

Tiro del individuo, sollozando una última ayuda, pero solo cuando la presión se detiene, me deshago de la almohada y entonces veo a una mujer de complexión y rostro idénticos al mío, observándome con traición.

—No me mires así. Sí, soy tú. Mucho menos débil y mucho más valiente, pero para que yo siga con vida, tú debes morir.

—No... No. —suplico, pero ella ya no me escucha. Coge la almohada y la vuelve a colocar sobre mi rostro. Ejerce tanta fuerza sobre mí que en pocos segundos silencia mis gritos de auxilio. Anula trágicamente mi línea de vida, la de ambas. Solo por reconocernos como dos dualidades existentes en un mismo cuerpo. Por considerarnos débiles y valientes, noche y día, oscuridad y luz.

"..."

Abro los ojos de golpe, con la respiración entrecortada y empapada de sudor. Ha sido solo una pesadilla. No era real. 

Mi mirada deambula por la habitación rápidamente, tratando de deducir dónde me encuentro. Paredes pintadas de blanco, muebles del mismo color, una ventana por la que se cuela la luz de la luna y un hombre de ojos claros y cabello indomable sentado frente a mí. Está ataviado con una bata blanca, y de su bolsillo sobresale una pluma estilográfica. 

—Buenas noches, señorita Bowman. —murmura él estudiando cada uno de mis movimientos

Tiene la voz grave y decidida, capaz de silenciar una nación. O un millar de vidas. 

—¿Dónde... dónde estoy? —pregunto en un susurro, y temiendo la respuesta.

—Estás en el centro de salud mental Hiraeth, en Atlanta. 

Un grito ahogado se queda atrapado en mi garganta y me acurruco en mi lugar como una polilla. No puede ser cierto. 

—No... ¿por qué?

—Porque hay muchas piezas en tu rompecabezas que no encajan. —responde él sin revelarme nada

Mi pulso se acelera trágicamente, al igual que mi respiración, ahora irregular. Me aferró a la cama con tanta fuerza que la aguja del gotero que tengo en el brazo me causa dolor en la piel.

—Tranquila, aquí estás a salvo. Nada malo te va a suceder.

—¿Y usted... quién es?

—Soy el doctor Oliver Pearson, su psiquiatra.

Oliver Pearson. Oliver Pearson. Oliver....Tal vez él...No. No puede ser. Es remotamente imposible que lo hubiera conocido en alguna vida pasada. Pero al mismo tiempo siento que le he dedicado y cedido mi tiempo. Mucho tiempo. 

—Me está mintiendo... No... es imposible que... —balbuceo perdiéndome en mis recuerdos 

—¿Por qué iba a mentirte, señorita Bowman?

—Porque yo... usted no puede ser mi doctor. No... ¿O puede que...? —bramo confusa, llevándome las manos a la cabeza. Los oídos empiezan a pitarme, y por un momento se me corta la respiración, ahogándome 

El doctor Pearson se acerca a mi cama y formula palabras clave para tranquilizarme, pero yo solo pienso en quitarle la pluma estilográfica del bolsillo. Y huir. 

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora