Capítulo cuarenta y nueve

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En medio de la oscura madrugada, un golpe retumba en la puerta de nuestra habitación, poniéndonos alerta. ¿Quién podría ser?

—¿Habéis oído eso? — susurro, desviando la mirada hacia mis compañeras

Faith, con ansiedad desesperada, apaga su cigarrillo y lo arroja al vacío desde la ventana. Mía, la joven de cabello ámbar amarillo, oculta su comba bajo las sábanas y limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, simula caer en un sueño profundo. En cuanto a Xia, la muchacha de mil quemaduras oculta su valioso aceite capilar entre las piernas y coloca el peine sobre la mesilla.

—Sabina, abre tú. — me pide Faith, enjuagando su boca con una bebida energética para deshacerse del olor a tabaco

Asiento y me levanto de la cama con el pulso acelerado. Con temor, entreabro la puerta y ante mi queda Lux, con una cerveza en la mano y sangre en la sien. Sus ojos me miran como siempre, pero esta vez hay una intensidad perturbadora.

—Hola, nena. —exclama e intenta arrojarse sobre mí, pero actúo rápido y cierro la puerta, dejándole fuera.

Un grito sofocado escapa de mi garganta y me derrumbo en el suelo. No puede ser. ¿Cómo ha logrado llegar hasta aquí? Estallo en un llanto silencioso y me tapo la cara con ambas manos.

—¿Qué sucede? —pregunta Faith, con tono preocupado y yo señalo la puerta con miedo

Mía y Xia se acercan a mí y con cuidado, me levantan del suelo.

—Tranquila. Aquí estas a salvo, Sabina. —susurra Mía con voz suave y cálida

—Yo... no puedo...—sollozo entre hipidos y golpeándome la cabeza

Cuando Faith vuelve a abrir la puerta, no hay rastro de nadie. El espacio está vacío, como si Lux nunca hubiera estado allí.

— Vi a Lux, pero creo que... ha sido solo una alucinación. El doctor Pearson me advirtió que esto podría pasar. —murmuro, limpiando mi nariz con el dorso de la mano, sintiendo el peso de la confusión y el miedo que amenazan con desgarrar mi cordura

Mis compañeras me rodean, ofreciéndome su apoyo silencioso. Mía coloca una mano reconfortante sobre mi hombro, y Xia me ofrece una mirada llena de empatía.

—Estamos contigo, Sabina. Pase lo que pase, no estás sola. —dice Faith con determinación y yo les doy un abrazo. Uno en el que me aferro a la certeza de que, con ellas, podré encontrar luz en medio de toda la oscuridad que nos exilia.

—Por cierto, ya tengo lo que me pediste. —añade la joven de cabello zanahoria guiñándome un ojo. Una leve sonrisa se dibuja en mi rostro, y por un instante, me olvido de todo. Incluso del miedo.



Sigilosamente, atravieso la azotea ocultando un muñeco de Scarface detrás de mí.  Joy, que oye mis pisadas, se gira y me observa con curiosidad. 

—¿Qué llevas allí? —pregunta, ladeando la cabeza 

—En un regalo para el niño de las piruletas. —murmuro entregándole el objeto de madera, y observo como Joy esboza una tierna sonrisa

—¿Cómo lo has conseguido?

—No solo los veteranos tienen sus ventajas, Carter. —le guiño un ojo, divertida y él ríe, negando con la cabeza

Nos viciamos entre mirada y mirada. Entre azul del mar y café puro. Consentimos que el respeto que profanamos vaya primero, el deseo insistente segundo, y el amor, tercero y último.

—Nunca deja de sorprenderme, señorita Bowman. —susurra acercando su frente a la mía

—En eso consiste el juego, Carter. —esbozo una sonrisa y alargo el brazo, acariciándole la incipiente barba. Pincha un poco.

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora