Mientras engullo mi plato de albóndigas con tomate, observo a las demás pacientes. Gravo en mi memoria sus gestos, sus expresiones y voces agudas. Incluso su implacable resistencia a cooperar, desafiar a los celadores o manipularlos para satisfacer sus propios deseos.
Mi mirada se desvía hacia la puerta del comedor y veo al doctor Pearson y a Robin entrar. Ambos están inmersos en una animada conversación mientras esperan su turno para comer. En un momento dado, la doctora Robin susurra algo a Pearson y noto cómo ambos comienzan a buscar algo con cautela en medio de las muchachas. Escudriñan y rebuscan hasta que posan sus ojos en mí. Intercambian ideas rápidas, visiones posibles y me pregunto una y otra vez qué estarán diciendo.
— Me parece que Mía se va a meter en un buen lío. —murmura Xia, devolviéndome a la realidad y señalando a nuestra compañera de cabello ámbar amarillo y rizado
Mía coge su plato lleno de albóndigas con tomate e intenta tirarlo discretamente a la basura, pero la enfermera Leonora la descubre.
—Te dije hace semanas que, si te pillaba tirando la comida, te sancionaría. ¿Quieres que te quite el derecho a los pases vip? ¿O que te traslade a aislamiento? Porque me parece que lo deseas. Estás acumulando suficientes motivos para que te lleve, Mía. —dice la enfermera con desdén
—Lo que quiero es que dejes de seguirme y vigilarme. Eso es lo que quiero. Y si en aislamiento encuentro libertad, prefiero ir allí. No soy una niña, por todos los demonios. —grita Mía al borde del llanto, y el plato de plástico se le resbala de las manos. Mía cierra los ojos y pierde el equilibrio, desplomándose en el suelo.
Sus debilidades se hacen evidentes con una claridad asombrosa. Su tez pálida refleja el estrago causado por la desnutrición, mientras su mirada perdida busca desesperadamente un destello de esperanza en el vacío. Las sombras oscuras que se arremolinan debajo de sus párpados rivalizan con la intensidad del verde en sus ojos, revelando el agotamiento que la consume. Y en su vulnerabilidad, surge una fragilidad constante, arraigada en su ser y manifestada una y otra vez, recordándome la crueldad del destino.
La enfermera Leonora se acerca preocupada, ofreciéndole un vaso de agua que la obliga a beber.
—Todo lo que ves es muy común en Mía. Ella se desmorona porque no come nada y su cuerpo reclama ayuda. —me explica Xia, y yo asiento con el corazón encogido
—Fija la mirada en un punto y respira. Poco a poco. —exclama la enfermera Leonora con profesionalidad, manteniendo el control de la situación
—Antes de que ingresaras en Hiraeth, Mary Ana estaba peor. Se desmayaba todos los días. Por la mañana, al mediodía, de noche, e incluso mientras dormía. Todas pensábamos que por el ritmo de vida que llevaba, se acabaría muriendo. Era tan grave su bulimia que llegó a pedirme que le consiguiera guantes de cocina para que no se hiciera más heridas en los nudillos y los dedos y que así nadie descubriera que había recaído. Una vez presencie como se comió su propio vómito solo para volver a purgarse después. Recuerdo que incluso llegó a quedarse sin voz por irritar tanto su garganta. —confiesa Faith en un susurro e intentando que nadie nos oiga — Ella siempre me decía que se sentía miserable después de comer, y gloriosa después de purgarse. Contradicciones emocionales que acabaron por enloquecerla.
Somos cuatro almas. Cuatro cuerpos en ruinas. Cuatro luchas internas. Y cuatro anhelos por alcanzar la luz algún día. Una luz que nos guíe por el sinuoso camino de la verdad hacia la paz.
Un par de celadores ayudan a Mía a levantarse del suelo y la guían hasta nuestra mesa, sentándola con nosotras. Entonces la enfermera Leonora le tiende otro plato de albóndigas con tomate y un tenedor.
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Diario de una enferma mental ©
RomanceSabina Bowman despierta en un psiquiátrico sin saber por qué. Desesperada por escapar, traza un arriesgado plan: seducir a su psiquiatra, el doctor Pearson, para conseguir el alta médica. Sin embargo, su estrategia da un giro inesperado cuando conoc...