Esta noche, en el comedor, nos sirven la cena de Navidad y Mía no puede creerlo, ya que sabe que la Navidad significa dobles porciones. Hay brillo en sus ojos y hambre voraz en sus pupilas.
Una de las enfermeras nos entrega un par de platos con grandes trozos de pavo asado, puré de patatas y galletitas horneadas. Me recuerda a las cenas que solía preparar mi madre.
—Estoy tan feliz —murmura la joven de cabello ámbar mientras devora el puré de patatas con ansia y deseo—. Es como si experimentara una explosión de sabores en mi boca.
—Se le llama orgasmo culinario. —la informa Xia soltando una risotada mientras retira una de las galletitas horneadas de su plato para que le quede un número impar. Abre la boca y la saborea.
—Adoro la navidad. —dice Mía, que ya se ha terminado su puré y ahora engulle su trozo de pavo asado. —No me canso de comer. Dios mío, ¿lo habéis probado? Está delicioso.
—En tres minutos cambiará de personaje. Creo que esto será el mejor espectáculo que veremos en mucho tiempo. ¿Dónde están las palomitas? Necesito un poco de sal, el pavo está un poco soso —me susurra Faith, la conejita Duracell y yo me estremezco. Sé a lo que se refiere.
—Sabina, ¿puedes compartir conmigo las galletas horneadas? —me pide Mía, haciendo un mohín con los labios, y yo asiento entregándole la mitad
La joven de cabello ámbar se mete un par de galletitas en la boca con avidez y luego bebe un largo trago de su zumo de piña, asegurándose de no atragantarse cuando decida purgarse después.
—¿Alguien más puede compartir algo conmigo? —habla con la boca llena mientras mastica todo lo que ha ingerido
—Puedes comer mi puré. Yo no tengo mucha hambre. —murmuro, y ella sonríe desde lo más profundo de su ser. Oh Mía, ojalá vieras lo feliz que te hace alimentarte. Y alimentar a tu alma.
Cuando Mía llena su estómago, su expresión cambia. Mira a su alrededor con el deseo de escaquearse de alguna que otra enferma y poder así purgarse, pero las puertas están vigiladas.
La muchacha se muerde las uñas y, casi sin querer, empieza a hiperventilar. Sufre un trance en el que pasa de amar y ansiar tanto la comida a odiarla y repudiarla con miedo.
—Necesito purgarme. Necesito hacerlo. Diablos ¿Quién me mandó a mí a comer tanto? —Mía habla consigo misma al borde de un llanto
Se levanta rápidamente de su asiento, pero la enfermera Leonora la detiene.
—Mía, debo informarte de que esta noche irás a aislamiento conmigo. —dice la enfermera, agarrándola del brazo, pero Mía se niega y forcejea
—No he hecho nada malo. —grita la joven con las mejillas sonrojadas y los ojos llorosos
—El doctor Pearson me ha ordenado que te lleve. Nos vemos obligados vigilarte porque sabemos que querrás vomitar todo lo que has comido.
—No, por favor. Si no lo hago engordaré. Y yo... eso me destruirá. Prefiero morir a verme obesa. —la voz de Mía se quiebra y las lágrimas empiezan a rodar por sus mejillas
El peor miedo de Mía es verse con kilos demás solo por haber disfrutado de la comida. Vive atrapada en una báscula rota que la corrompe, haciéndole creer ciegamente que cuanto más delgada esté, más bonita se verá. Pero lo que mi compañera no sabe es que un número nunca la definirá. Y una talla tampoco. Lo que la hace verdaderamente especial es su valentía para enfrentar sus miedos y luchar para no permitir que estos la arrebaten de la vida. Eso es lo que realmente la define.
Siempre me he preguntado por qué siento más atracción hacia la oscuridad que hacia la luz. Y, por consiguiente, anhelo la noche más que el día. Fijo mi mirada en la ciudad, sumergiéndome entre las luces interminables y los callejones que nunca duermen.
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Diario de una enferma mental ©
RomanceSabina Bowman despierta en un psiquiátrico sin saber por qué. Desesperada por escapar, traza un arriesgado plan: seducir a su psiquiatra, el doctor Pearson, para conseguir el alta médica. Sin embargo, su estrategia da un giro inesperado cuando conoc...