Capítulo dieciocho

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Cruzo la puerta de la sala contigua y atisbo como Mía lanza su verdosa mirada hacia mí con cautela. La doctora Robin abre la boca para pronunciarse, pero yo me apresuro con intención de no hablar de la inexistente llamada de mis padres y pregunto:

—¿Dónde están Xia y Faith?

—Xia está con el doctor Pearson, en plena terapia individual. Hoy nos hemos visto obligados a adelantársela. Y Faith en la habitación, descansando. Estos días no está por la labor de colaborar con nadie.

Asiento sentándome en mi silla y bajando la cabeza. No quiero mantener contacto visual ni con la doctora Robin ni con Mía porque sé que pregunta me formularán. Una que intento evitar a toda costa.

—Puedes continuar, Mía. Te escucho.

—Casi al final de la llamada pude hablar con mi abuela después de tanto tiempo. Oí a mi perro ladrar de fondo, a mis padres prometerme que cuando salga de Hiraeth ya habrán acabado de construir la piscina, y a mis primos gritarme que me echan de menos.

—¿Y tú, Sabina? ¿Cómo ha sido volver a hablar con tus padres?

—Que poco profesionales son en cuanto a información detallada se refiere, doctora Robin. Creí que la enfermera Leonora la tenía al tanto. A mí no me han llamado. — respondo tragándome el nudo de lágrimas y permitiendo que la rabia se apodere de mí

Un silencio absoluto se extiende por la sala contigua, girando entorno a nosotras tres. Envolviéndonos en sus incómodas y verosímiles garras. Unas que me hacen sangrar.

La doctora Robin contiene su genio mordiéndose la parte interna de la mejilla y decide continuar con la terapia grupal como si nada hubiese pasado. Y yo se lo agradezco. No puedo hablar sobre el tema. Ahora no. Y ella así me lo hace saber.

Cierro los ojos y me trago las dudas. Las ganas de hablar con mis padres. Y la espera por querer averiguar si ellos seguirán esperándome al otro lado del descarriado túnel cuando yo salga de este centro de salud mental.


Cruzo el despacho del doctor Pearson con el estómago revuelto y los ojos llenos de lágrimas. Aún no me puedo creer que mis padres no me hayan llamado. Ni una vez.

—Hoy era la llamada de los familiares... 

—Lo sé, señorita Bowman. —responde el doctor Pearson cautelosamente.

—Mis padres no han llamado. —murmuro con un nudo en la garganta— Aunque no sé por qué me sorprende. Siempre fui la hija problemática que ellos nunca quisieron. Antes, su indiferencia me mataba pero con el paso de los años he aprendido a convivir con ella. Creo.

Pearson escribe rápidamente en mi informe y luego suelta la pluma estilográfica para mirarme directamente a los ojos. Mi café incomprendido se envuelve en su verde avellana por un momento.

—Háblame un poco de tu relación con ellos.

—Fría. Siempre fue una relación fría. A veces, incluso llegaba a rozar la línea del odio. Rara vez estábamos bien. Si hablábamos, era para discutir. Y creo que fue porque ellos nunca tenían tiempo para mí. Prácticamente vivía en una casa con dos desconocidos que me sacaban de quicio. Oh, y yo a ellos. Aunque es cierto que, durante mi tormentosa relación con Lux, mi madre intentó abrirme los ojos. Pero luego se dio cuenta de que realmente yo no quería hacerlo y desistió, dejándome en manos de un asesino disfrazado de amante. —confieso en un hilo de voz

—La indiferencia de tus padres también influyó en que te obsesionaras con Lux. —me dice el doctor Pearson con delicadeza

No entiendo por qué, y se lo hago saber.

—Se ha demostrado que muchas mujeres que en su niñez vivieron episodios de abuso, descuido o abandono por quienes debían velar por ellas, cuando crecieron acabaron formando relaciones de pareja inestables. Turbias. En las que el miedo al abandono era constante. Pues estas, al no querer seguir experimentando sensaciones de soledad, descuido o falta de amor, perciben a su compañero maltratador como el único capaz de brindarles lo que ellas requieren. —continúa sin dejar de mirarme a los ojos en ningún momento

—Sigo sin comprenderlo. No... no tiene sentido.—digo frunciendo el ceño

—En otras palabras, después del abandono de tus padres, te quedaste emocionalmente sola. Tu única referencia era Lux. En tu modo de supervivencia, te aferraste a él. —Pearson hace una pausa para recolocarse las gafas— Lux fue tu salvavidas en marea alta. Puede que insignificante, pero era tu única y pequeña esperanza para mantenerte emocionalmente con vida.

—Comprendo. — digo en un susurro en el momento en el cual la voz de mi conciencia se despierta de su siesta y me tira del pelo. Me recuerda que debo seguir intentando conquistar a Pearson para huir de Hiraeth. Y es que es la única vía que me queda para salir de aquí.

—¿Sabe, doctor Pearson? Lo bonito es el flechazo. —expongo aleteando las pestañas, coquetamente.

—Te refieres al flechazo como un estado que sí has experimentado. —murmura Pearson arqueando una ceja, divertido

—Y lo he hecho.

—¿Puedo preguntar por quién? —el doctor Pearson muerde la punta de su pluma estilográfica y aguarda mi respuesta.

—Joy Carter. Aunque tú lo niegues. —Susurra la voz de mi conciencia entornando los ojos, y yo la hago callar. Ahora no.

—Lo tengo delante, doctor Pearson. Y curiosamente se parece a usted.

Observo cómo él esboza una media sonrisa y suelta la pluma, negando con la cabeza.

—Vaya, eres de las que sueltan bromas ocurrentes, Sabina. Una característica que había pasado por alto.

—¿Realmente crees que estoy bromeando? —inquiero, alzando una ceja, desafiante

—Lo que realmente creo es que no te tomas en serio estas sesiones, por las que otras personas darían su vida.

—¿Por qué siempre que intento decirte cosas así, las evitas o simplemente las pasas por alto?

—Porque entre nosotros no puede ser. La única relación que podemos tener es la de médico y paciente. Esto está fuera de las normas, señorita Bowman. —se sincera Pearson encogiéndose de hombros

—Me dan igual las normas, doctor Pearson.

Nunca fui partidaria de arraigarme a las normas establecidas. Recuerdo que de pequeña siempre fui rebelde y cabezota. Muy cabezota. Tanto como para decepcionar a mis padres una y otra vez.

—A mí no. Hemos terminado por hoy, Sabina Rose. Puedes marcharte. —termina con profesionalidad, y yo volteo los ojos con un ápice de diversión.

—Tu resistencia es impecable, pero no podrás negar que la curiosidad y la atracción hacia mí siempre estarán allí. Soy una paciente caótica, y por ello tu favorita. —murmuro lentamente, sopesando mis palabras, y desaparezco de su despacho.


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Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora