Capítulo sesenta y uno

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A altas horas de la madrugada, Joy emerge en la azotea con un ojo morado y un par de rasguños. Oh no. Tiene muy mal aspecto. Me pregunto que le habrá pasado.

—Joy, ¿estás bien? —murmuro abalanzándome sobre él y dándole un abrazo

—Me metí en problemas a propósito para que me enviaran al aislamiento. ¿O ya olvidaste nuestro plan de huida, Bowman?

—Pero eso no implica que debas hacerte daño. —protesto, frunciendo el ceño y él voltea los ojos, divertido

—No te preocupes. Después de tantos golpes, apenas siento nada. —explica y yo niego con la cabeza, resignada

—No te enfades conmigo. Sabes que fue por una buena causa. —añade acariciándome la mejilla con los dedos y a mí se me eriza la piel por su contacto, haciéndome olvidar todo lo demás. Absolutamente todo.

—Lo sé.—susurro clavando mis ojos cafés en esos ojos azules del mar que me cortan la respiración

Joy me rodea con su brazo y me atrae hacia su cuerpo dándome un beso en la sien.

—¿Y bien? ¿Encontraste algo inusual en aislamiento? —añado, y Joy niega con la cabeza

—He inspeccionado cada una de las habitaciones, pero no hay indicios de que exista un laberinto debajo del edificio.

"Entre el alba que nunca canta y el ocaso que tal vez no susurra, en el nexo del medio donde nada fluye, una tríada se esconde, esperando ser descubierta" repito en silencio. "El árbol de la muerte". "El árbol de la...". Hago un esfuerzo por organizar mis pensamientos y entonces le digo:

—¿Y si el laberinto se encuentra debajo del árbol de la muerte? Es un lugar de dualidad extrema, donde la vida brota a través de sus frutos, pero al mismo tiempo, donde se cobra vidas por su veneno mortal, anulándolo todo a su paso.

Joy achina los ojos y reflexiona sobre mis palabras.

—Puede que tengas razón, pero ¿no crees que sería difícil cavar bajo un árbol que ha estado allí durante tantos años? Sus raíces están profundamente arraigadas. —comenta Joy

—Ya. No había considerado ese pequeño detalle.

—Sigamos pensando. Siento que nos está escapando algo. —murmura paseándose la mano por el pelo, inquieto

De repente, los ojos de Joy se cierran con fuerza, y su cuerpo se tensa. Sacude la cabeza y cuando sus ojos se abren de nuevo, frente a mí se encuentra Brando, el alter ego frustrado. Un escalofrío recorre mi espalda.

—¿Otra vez tú? —sisea Brando, apretando los dientes. Doy un paso hacia delante, vacilante.

—Sí, otra vez yo. ¿Algún problema, Brando? —inquiero alzando una ceja desafiante

Brando inclina la cabeza con malicia, y su puño se tensa, como si estuviera a punto de golpearme.

—No te soporto. —grita, lleno de ira

—Yo tampoco te soporto. ¿Qué, vas a volver a pegarme?

Brando ladea la cabeza con una sonrisa retorcida y, en un intento de estrangularme, Brando cierra los ojos. Cuando los vuelve a abrir, Joy está de vuelta.

—¿Estás bien? —me pregunta, con la mirada perdida —No. Cállate. Como la vuelvas a tocar, te juro...—la voz de Joy se vuelve más grave y áspera. Luego más suave y cálida. —La voy a... Basta.

Los ojos de Joy se mueven inquietos, alternando entre Brando, el alter ego frustrado, y él mismo. Es una metáfora de su lucha interna entre la cordura y la locura.

Me acerco a Joy con suavidad, colocando mis manos en sus hombros y ejerciendo una ligera presión.

—Joy, tranquilo. Quédate conmigo. —susurro cerca de su rostro, intentando anclarlo en la realidad

—Lo siento, yo...—murmura Joy, acercándome a su cuerpo y abrazándome con fuerza—Brando no es malo, es solo el resultado de enfrentarse al dolor. Él es quien carga con el mayor sufrimiento y canaliza la ira del niño que fue abusado. Esa ira se manifiesta en su actitud hacia los demás e incluso contra el sistema. Pero, al mismo tiempo, Brando fue creado para protegernos. Por eso es tan paradójico.

—Pero ¿por qué me odia? —pregunto, frunciendo el ceño. Siento que Joy me oculta algo.

Él se pasea la mano por el pelo, nervioso mientras intenta encontrar las palabras adecuadas. Mi corazón late rápidamente.

—Porque le recuerdas a mamá. —confiesa Joy, con voz entrecortada

Oh. Nunca podría habérmelo imaginado.

— Él culpa a mamá por mi abuso, cree que si ella hubiera estado presente, nada de esto habría sucedido—añade Joy, haciendo una pausa para respirar—. Esa es su forma de lidiar con el dolor y la rabia que lleva dentro.

La revelación me golpea con fuerza. Nunca había entendido el trasfondo de la aversión de Brando hacia mí. Ahora, todo tiene sentido, pero también se despiertan en mí una mezcla de compasión y tristeza por todo lo que vivió el sistema.

Joy me conduce hacia el borde de la azotea, mientras las luces parpadeantes de Atlanta nos envuelven.

—A veces extraño la vida que tenía antes de conocer a Lux, aunque apenas recuerde cómo era en realidad —le confieso, acurrucándome a su lado.

—La extrañas porque en esa vida fuiste feliz —responde Joy con los ojos cerrados.

—Pero en aquel momento no lo sabía.

—"Uno sabe que fue feliz solo cuando ya no lo es. El hombre vive de los cambios" —recita Joy, como si sacara la frase de "El hospital de la transfiguración" de Stanislaw Lem.

—¿Por qué sucede eso?

—Porque es la ausencia la que marca la diferencia. El cambio despierta. Antes del cambio, estamos sumidos en una hibernación total, creyendo que nunca despertaremos. Pero cuando llega el final, despertamos y añoramos lo que fuimos en ese sueño, en esa vida, en ese momento casi eterno.

—Siempre me pregunto por qué la felicidad tiene que ser tan complicada y a veces tan efímera. —cuestiono frunciendo levemente los labios

—Porque si durara más tiempo, dejaría de ser felicidad. Se llama felicidad porque es inalcanzable. Pero cuando la alcanzas, te embriaga de tal manera que la dejas escapar, solo porque sabes que si la encuentras de nuevo, te extasiará aún más que la vez anterior.

—¿Crees que la dejamos escapar sin querer o a propósito?

—A propósito. Cada poseedor de la felicidad permite que escape voluntariamente, solo porque sabe que, si vuelve a encontrarla, cumplirá su promesa y le proporcionará un éxtasis mayor que antes. El anhelo de tenerla por más tiempo la próxima vez hace que la deje escapar una y otra y otra vez.

—Yo lo llamaría codicia obsesiva.

—Ambición compulsiva por mi parte. — contraataca Joy

—Vamos tan en contra, pero tan a favor. El caótico ying y el peculiar y meticuloso yang. Agua y aceite. Placer y dolor.

—Incluso vida y muerte. O la muerte en vida.

—Siempre elijo la muerte. Siempre —susurro, mirándolo de reojo.

—Yo elijo la vida, porque ya fui la muerte muchas veces más. Y porque mi nombre es Joy, y en la muerte no encontrarían a nadie como yo —responde, guiñándome un ojo, y yo suelto una carcajada.

Me estoy prendiendo de los disparates de Joy, de todo lo que brota por su boca y de lo que no lo hace. Y no sé qué tan correcto es eso.


En mi tiktok @inessdeluna publico contenido variado sobre la trama, los personajes y avances.
xoxo

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Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora