Capítulo cuarenta y cinco

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A la hora de comer, la joven de cabello ámbar amarillo engulle su pastel de carne con anhelo. Lo devora sin pausa, y sin esperar que el tiempo juegue sus cartas. Lo hace tan deprisa como la fugacidad de una estrella.

—No te olvides del agua. Que luego te ahogas con los restos de comida. —murmura Xia, la inigualable asiática tendiéndole un vaso

Mía asiente y da un trago a su vaso de agua, pero luego continúa comiendo. Luchando por alimentarse. Y alimentar su sedienta alma.

—No puedo parar. Tengo que hacerlo... muy rápido. — dice Mía con la boca llena y casi sin masticar — Sab, ¿me pasas tu porción de patatas?

—Claro.

Le entrego mi plato con disimulo e intentando que Leonora no nos pille.

—Diablos, cállate. Lo haré luego. —oigo decir a Xia, que habla consigo misma —Por favor, solo...—brama dándose golpes en la cabeza y cerrando los ojos

Oh.

—¿Estás bien? —pregunto preocupada y ella niega con la cabeza

—Son las voces de mi cabeza, que a veces se entrometen donde no deben. —explica fijando la mirada en mí.

Nunca me canso de contemplar las quemaduras que se expanden por su rostro, dibujando irregularidades cósmicas que descienden por su cuello y se expanden por el resto de su cuerpo

—¿Qué te dicen las voces?

—No importa. —Se encoje de hombros y le da tres bocados a su pastel de carne

Observo como cuenta las patatas fritas una y otra vez y luego suelta una bocanada de aire.

—A veces no sé porque me sorprende que me hubiesen diagnosticado mi trastorno a temprana edad. —añade con la mirada ida, como si regresara a su pasado

—¿Por qué dices eso?

—El trastorno obsesivo compulsivo fue el eterno amante de las mujeres de la familia. Primero se enamoró perdidamente de mi abuela. La amó como solo se ama una vez en la vida. Eso siempre fue indiscutible. Pero cuando ésta decidió fugarse con la muerte y abandonarlo, él no tuvo otra opción que hospedarse en mi madre con tal de seguir sintiéndola cerca. O por lo menos intentándolo. Pero nada volvió a ser lo mismo. Y enloqueció. — Xia hace una pausa para ordenar sus ideas, y sus recuerdos— Dicen que después del abandono del primer amor irás en busca de los siguientes y no te detendrás hasta volver a sentir lo mismo. Él no lo hizo hasta que me vio nacer. Según él yo era aquel brote de vida que ninguna de ellas le brindó, pero que yo casualmente heredé de mi abuela. Y a partir de allí, él no volvió a separarse de mí nunca más. —acaba, y veo como maldice en silencio

Las metáforas de Xia recorren mi espalda y luego se introducen por debajo de mi cuero cabelludo desapareciendo. Tengo la garganta seca y la respiración un poco irregular.

—¿Cómo es vuestra relación ahora?

— Complicada.  El TOC y yo nos divorciamos un par de veces por diferencias irreconciliables, pero él siempre acababa volviendo a buscarme y querer arreglarlo. Me prometía que cambiaría. Que dejaría de ser tan asfixiante. Intenso y dañino. Y yo me lo creía todas las veces.

— Y todas las veces volvía a fallarte. Me sé perfectamente la trama de esa historia porque a mí me ocurre lo mismo con mi anorexia purgativa nerviosa. Solo que yo vivo un triángulo amoroso con el tercer integrante llamado hambre. —exclama Mía, con las mejillas llenas de migas y restos de comida

—¿Creéis que podremos separarnos de nuestros eternos amantes psicológicos algún día? —cuestiono en voz alta y ellas intercambian una rápida mirada

— Les pertenecemos. Siempre lo hicimos. Incluso antes de que nos conocieran. — Faith, quien ha estado callada durante todo el almuerzo, suena desesperada y triste

— Si es así no nos queda más remedio que aprender a convivir con ellos. — murmura Xia dando tragos impares a su cantimplora lila y luego se levanta de su silla, desapareciendo



Al entrar al despacho del doctor Pearson no puedo disimular la sonrisa que ronda en mi rostro. Nunca creí que me sentiría tan a gusto compartiendo mis tenebrosos secretos. Tampoco creí que me sentiría tan agusto con un hombre que no fuera Lux.

—Dicen que las sonrisas esconden muchas cosas, señorita Bowman. —murmura el doctor Pearson observando miméticamente cada movimiento que hago

—¿Y qué es lo que crees que esconde la mía esta vez?

El doctor Pearson entorna los ojos con gracia y luego niega con la cabeza, gracioso.

—Son infinitas las opciones, señorita Bowman. Y más viniendo de una mente tan creativa y lasciva como la suya.

Suelto una risotada y fijo la mirada en él. Sus ojos avellana se ocultan débilmente detrás de sus gafas de pasta, permitiéndome perforar solo una parte de su alma. Él abre un poco la boca inspirando aire y luego aparta la mirada.

—No sabía que le tenía miedo a las miradas profundas e intimidatorias, doctor Pearson.

—Creí que eso le había quedado claro la primera vez que nos vimos. Y la segunda. Y la tercera...—Él esboza una sonrisa carnal que me vuelve loca y recolocándose las gafas con cuidado, abandona a aquel divertido y sarcástico hombre para volver a ser solo mi psiquiatra. —¿Recuerdas cómo comenzó Lux a agredirte? — añade cambiando de tema 

Recuerdo todos los detalles. Absolutamente todos.  Y lo malo es que temo no olvidarme nunca.

—Llegó del trabajo muy enfadado porque había discutido con uno de sus empleados. Trajo consigo tres botellas de whiskey y se emborrachó toda la noche. A las tres de la madrugada me despertó y me pidió que le hiciera la cena, pero me negué... y me pegó. Ese primer golpe tuvo un antes y un después en nuestra relación. Pero yo no me di cuenta hasta...

—Hasta que presenciaste todo el dolor que tu alma acarreaba. —termina el doctor Pearson por mí mientras escribe en mi informe  y yo asiento con un leve movimiento de cabeza.

"..."

—De espaldas, nena. Ahora —murmura Lux quitándose el cinturón y enrollándolo en su mano

—Lux, por favor. —bramo en un llanto mientras el miedo se apodera de mi cuerpo —Con el cinturón no.

Él enreda los dedos en mi cabello con brusquedad y tira de mí, haciéndome daño. Tic. Tac.

—Tú no me vas a decir lo que voy a hacer, mierdecilla. —dice inspirando lentamente mi dolor y luego me golpea la cabeza con la pared— Quítate el pijama. 

Me giro hacia él y le suplico que no me haga más daño, pero él parece no oír mis plegarias. Ni mis gritos pidiendo ayuda.

Tic. Tac.

"..."

—¿Qué sentiste cuando te pegó esa primera vez? —pregunta el doctor Pearson devolviéndome a la realidad, a una en la que estoy a salvo

—Entré en un estado de shock. No pude concebir que quien aseguraba amarme tanto, me hiciera daño. Al principio, quería no creerlo. Me mentía y me saboteaba una y otra vez para no aceptar la verdad. Pero luego, creo que me acostumbré. Supongo que fue la única manera de mantenerme con vida. —me encojo de hombros con una triste sonrisa en los labios


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xoxo

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Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora