Capítulo cuarenta y tres

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El irresistible aroma de berenjenas asadas y queso fundido impregna mis fosas nasales, haciéndome salivar. Mi estomago ruge de hambre. Mientras espero mi turno, centro la atención en el murmullo de las pacientes, las risas y los llantos, el suave tintineo de los cubiertos y el susurro del viento que entra por los ventanales.

—¿Dónde está Mía? —le pregunto a mis compañeras mientras recorro la mirada por la amplia y abarrotada sala

—Supongo que seguirá estando con el doctor Pearson. —murmura Xia jugando con un cubito de hielo en su boca —No te preocupes, él es muy bueno en su trabajo y la ayudará a volver a la realidad. Siempre lo hace.

Asiento a la vez que un celador se acerca a nuestra mesa y nos tiende un par de platos. Sobre estos reposa algo de ensalada y una berenjena rellena de queso y bechamel.

—Cuando vi a Mía casi me da un infarto. Parecía una estatua de porcelana. Aunque una más rubia. No sé qué contendrá la carta, pero apuesto a que es algo muy fuerte. Oh, que buena pinta tiene el plato. Y eso que a mí no me gustan mucho las hortalizas. Quiero ir de compras. ¿Alguna se apunta? —exclama Faith, la conejita Duracell

De pronto, una de las enfermeras se aproxima a nuestra mesa con precaución y me tiende una servilleta doblada y un bolígrafo. Sonrío para mis adentros. Oh, Joy.

Abro la servilleta y leo:

"Houston, creo que tengo un problema. Uno muy grande.
Jota"

Le escribo una respuesta.

"¿Qué problema?
Ese be"

Después de unos minutos, recibo su respuesta:

"Echo de menos a cierta personita y no se me permite verla hasta la madrugada.
¿Debería hacer alguna locura por amor?
Jota"

Niego con la cabeza, graciosa y le respondo.

"¿Debería ponerme celosa, Carter?
Ese be, expectante y alarmada"

Recibo su respuesta en menos de dos minutos.

"Puede. Dependerá de lo mucho que cuide su terreno, señorita Bowman. Y sus amantes.
Nos vemos esta noche donde siempre.
Jota"

Suelto una suave carcajada y meto la servilleta en mi vaso de agua, haciéndola desaparecer.


Llamo suavemente a la puerta del despacho del doctor Pearson y asomo la cabeza. Lo encuentro absorto en la lectura e investigación de mi turbulento pasado. Al verme, esboza una sonrisa y aparta los papeles a un lado.

—Toc toc, ¿puedo pasar? —pregunto con cortesía

—La señorita Bowman mostrando buenos modales, pero ¿qué veo ante mis ojos? —exclama en tono juguetón

Volteo los ojos con gracia y cruzo el despacho con paso decidido. Me acomodo en la silla y suspiro, permitiendo que analice mi compostura, mis gestos, mi rostro y mi mirada cargada de oscuridad. 

—Hoy he recibido una carta de mis padres. — informo jugando con mis dedos

—Lo sé. ¿Te gustaría compartir conmigo su contenido? —pregunta y yo le extiendo la carta, la cual recoge y lee

—Han justificado mi abandono, dándome explicaciones de por qué permitieron que Lux hiciera conmigo lo que le diera la gana. —murmuro con un tono de amargura

—No es la mejor manera de hacer las paces, pero debes considerar su buena intención.—dice el doctor Pearson con expresión reflexiva

—A veces me pregunto si la verdadera razón de su indiferencia no fue tanto Lux, sino más bien nuestra relación fría y formal. Creo que Lux fue el catalizador que desencadenó nuestro distanciamiento. —confieso con sinceridad

El doctor Pearson continúa tomando notas, capturando mis confesiones en papel. Luego vuelve a fijar su atención en mí.

—¿Por qué crees eso?

Me encojo de hombros dejando escapar un suspiro cargado de pesar. Me da pudor responder en voz alta, pero sé que necesito hacerlo. Solo así podré liberarme del peso que conlleva.

—Porque siempre hubo una barrera entre nosotros, una desconexión emocional. Lux solo hizo resaltar esa brecha y hacerla más evidente.

—Es comprensible que llegues a esa conclusión, Sabina. A veces, las circunstancias difíciles ponen de manifiesto las grietas que ya existían. Sin embargo, no olvides que el abandono y la falta de comunicación son responsabilidad de todos los involucrados. No todo recae en ti.

Asiento con un leve movimiento de cabeza y desvío mi mirada hacia el ventanal. La luz de la tarde choca con el cristal y se refleja en la mesa de madera, cegándome por un instante y calentando mi piel.

—También quería comentarte otra cosa.

—Soy todo oídos.

—Ayer vi a Lux mientras cenaba con Joy. También lo vi trepando por la verja de Hiraeth, en la biblioteca e incluso en la exposición de arte que nos programasteis. —confieso con un hilo de voz

El doctor Pearson ajusta sus gafas de pasta y se acerca a la mesa.

—Lo que has experimentado se debe al trastorno de estrés postraumático, un trastorno de ansiedad que se produce después de haber vivido uno o más eventos traumáticos. En tu caso, las agresiones y violaciones por parte de Lux han dejado una huella profunda en tu subconsciente, lo que ha provocado que experimentes alucinaciones, flashbacks, pesadillas y ansiedad. Estas respuestas son naturales y tienen como objetivo protegerte y prepararte para enfrentar el peligro mediante la lucha o la huida. Realmente, el dolor y miedo que experimentaste fue tan grande e intenso que se manifiesta de esta forma.

Asiento con la cabeza y bajo la mirada hacia mis dedos, asimilando todo lo que brota por la boca del doctor Pearson.

—Recuerdo conducir por la nacional y preguntarme que me pasaría si volcara el coche. —confieso en un susurro, recordando mis ansiosos viajes a la ciudad en busca de un Lux borracho

—Probablemente hubieras muerto, Sabina. —responde el doctor Pearson escribiendo en mi informe, y yo niego con la cabeza

—Dudo que lo hubiera hecho. Recuerde que soy un gato con tres vidas más, doctor Pearson.

—¿Por qué crees que no intentaste volcarlo? ¿Qué era lo que te paraba? — pregunta acercándose más a la mesa que nos separa

—Lo mismo que me para ahora para no tirarme por la azotea de la décima planta. Lo mismo que me para ahora para no ahorcarme mientras todos duermen. Lo mismo que me para ahora para no clavarme un tenedor en el corazón. —digo con una frialdad que solo a mí me caracteriza, y el doctor Pearson entrecierra los ojos, reflexionando sobre mi confesión

—Es por amor, ¿cierto?— inquiere ladeando ma cabeza

—Siempre es por amor. —acabo con una sonrisa y suspiro pensando en él y en Joy. Creo que en la medida de todo lo posible, Joy y el doctor Pearson me han salvado la vida. Y aunque puede que nunca llegue a confesárselo, les estaré eternamente agradecida.


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xoxo

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Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora