Capítulo cuarenta y uno

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Joy me retira la tela de los ojos y, como por arte de magia, ante mí queda la azotea de Hiraeth. Me quedo boquiabierta al ver que está decorada con pétalos de rosa esparcidos por todo el suelo, creando un camino hacia una única mesa con dos sillas a los lados. La mesa está cubierta con un mantel blanco y numerosas velas colocadas de forma irregular que iluminan el espacio de manera tenue y acogedora. Oh Joy, nunca dejas de sorprenderme.

De repente, aparece el celador Scott ataviado con una camisa y pantalón del mismo color y el cabello domado con gomina.

—Buenas noches.—saluda él metido en su papel—¿Tienen ustedes reserva?

—Sí, al nombre de Joy Carter.  — anuncia Joy a la vez que el celador asiente, hojea su lista improvisada y nos indica donde esta nuestro sitio

Sobre la mesa descansan cubiertos de plata relucientes, junto a un par de platos de cerámica de color rojo intenso que contrastan con el mantel blanco. En el centro, reposa un ramo de flores del infierno. Sonrío para mis adentros admirando la atención al detalle de Joy.

—¿Sabes que eres la mujer más guapa que he visto jamás?. —susurra Joy cerca de mi oído mientras caminamos hacia nuestra mesa, y a mí se me eriza la piel

Cuando Joy me alaba, me siento deseada y diferente. Tanto como si tuviera otra vida. Una en la que todas mis heridas han cicatrizado y en la que me quiero. Y le quiero a él.

—Me gusta mucho el vestido. — exclama apartándome la silla para sentarme— Si no hubiera sido por Faith, Mía y Xia nunca habría acertado en la talla.

La brisa nocturna susurra delicadamente, trayendo consigo el dulce aroma de las rosas que tapizan el suelo. La tenue luz de las velas destaca sutilmente los delicados rasgos de Joy, logrando cautivarme aún más hacia su presencia. Es tremendamente atractivo.

—Te mereces todo esto. No lo olvides. —Joy juguetea con mis dedos, sonriente. Sus mejillas están encendidas. Y creo que las mías también.

Y yo sé que, en otra vida, Joy fue irrevocablemente el amor de mi vida. Fue quien me enseñó amar, a aceptar el paso del tiempo y a no celar toda la vida que él inyectaba en mí cada vez que me rozaba la piel. Él que me enseñó a vivir mucho y tan bien. Incluso aunque a veces fuera difícil hacerlo.                                                                                                                                          
Y yo sé que, en otra vida, Joy me enseñó que lo fácil no es lo que realmente importa, salvo lo que me marcara y me hiciera más fuerte. Él me enseñó que se vive una vez, solo una, y por ello debía hacerlo todo como si me fuese a morir esa noche.

—Una flor del infierno por tus pensamientos. —Joy alza una ceja, curioso y yo niego con la cabeza

—Solo podrás sonsacármelo si me emborrachas, Carter. —susurro a la vez que Scott se aproxima a nuestra mesa y nos tiende el menú de esta noche. Oh. Parpadeo.

—Imagina que estamos cenando en el rascacielos más alto del mundo, y no en Hiraeth.

—No entiendo cómo has conseguido montar todo esto.—exclamo alzando los brazos y señalando la cena sorpresa

—Supongo que son las ventajas de ser un veterano. —Joy se encoge de hombros, divertido

Bajo la mirada hacia el menú y me quedo estupefacta. Las letras están impresas en papel de seda, adornadas con toques de oro y ocre. Guau. Intuyo que habrá costado una fortuna hacerlo.

Menú Degustación para Sabina y Joy

Entrada:

Carpaccio de pulpo con aceite de trufa y polvo de aceituna negra

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora