Capítulo treinta y nueve

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Fatih agita la cuchara con frenesí en su mano temblorosa como si quisiera aferrarse a algo. Pero en un momento de descuido, la cuchara se le escapa de los dedos y cae al suelo con un estrépito que sacude el comedor. Ella suelta un alarido y se echa a llorar.

—Estoy agotada. Mi manía me está consumiendo. Siento que en cualquier momento voy a dejar de existir. —dice estallando en una carcajada mientras las lágrimas continúan deslizándose por sus mejillas —Necesito descansar. Necesito algo que me calme. Oh. ¿Dónde está el doctor Pearson? Que alguien me sede, por favor. No. Cállate. Deja de hablarme.  —Faith, la conejita Duracell habla consigo misma, luchando contra su peor enemiga: su mente—No. Basta. Por favor. Faith, tranquila. —grita levantándose de un salto a la vez que veo a la enfermera Leonora y a un par de celadores acercarse a nuestra mesa— Necesito que esto pare. Por favor, ayúdame. —suplica Faith irrumpiendo en otro llanto y agarrándose al brazo de Leonora, que la saca del comedor

Presenciar el dolor de Faith me resquebraja el corazón. La forma en la que se retuerce su alma, agarrándose a la manía y al dolor hacen que me sienta como si estuviera presenciando un naufragio emocional en tiempo real.

—Siempre es difícil verla así. —susurra Mía con los ojos llorosos — Faith acarrea mucho dolor, pero sé que con sus cualidades será capaz de superar todo lo que la atormenta.

Xia asiente con tristeza y aparta el plato de su vista.

—Ojalá pudiéramos hacer más por ella. —exclama la joven de cabello alquitrán y luego se levanta de su silla, aproximándose al estante de fruta



Durante la hora de la terapia individual, el doctor Pearson se recuesta en su sillón de cuero y, sin dejar de observarme bajo sus largas pestañas, lo oigo preguntarme:

—¿Cómo va todo con Joy?

No sé si me pregunta porque su profesión le obliga a hacerlo o porque tiene sentimientos encontrados hacia mí y cierta curiosidad.

—Muy bien. Siento que es un bálsamo para mi irrevocable alma.  Realmente, Joy me suma horas de tiempo y paz, pero sobre todo me enseña a amar de una forma completamente diferente a como lo hizo Lux. Es como si hubiera desatado una parte de mí que ni siquiera sabía que existía. Una de verdad.

El doctor Pearson asiente adueñándose de mi confesión y toma nota en mi informe. 

—¿Qué es lo que más te gusta de ti misma cuando estás con él, Sabina?—vuelve a preguntarme y yo me lo pienso un momento

—Que cada vez que lo miro a los ojos siento como si fuese la primera vez que me viese a mí misma. —confieso jugando con mis dedos 

—¿Cada vez? —repite él con tono de sorpresa

— Siempre. —susurro sin dejar de mirarle a los ojos

Y tal vez lo que me gusta de mi misma cuando estoy contigo es que me despido de mi oscuridad. Siento como si ésta nunca me hubiese controlado, pero no puedo decírtelo. Sé que eso complicaría las cosas. La terapia. Nuestra confianza.

— ¿Por qué crees que sucede eso?

— Supongo que a veces hay cosas que nadie puede explicar. Ni si quiera el individuo que las experimenta. Ni el experimentado.— me encojo de hombros

El doctor Pearson niega con la cabeza, divertido. 

— El término correcto es amor. De nada, señorita Bowman.

— Oh vaya. Gracias por facilitarme dicha información, doctor Pearson. La tendré en cuenta para futuras crisis existenciales.

El doctor Pearson suelta una carcajada y continúa impregnando mis memorias en sus papeles. 

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora