Capítulo sesenta y dos

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Los suaves murmullos del comedor y el tintineo de los cubiertos acarician mis conductos auditivos, creando una melodía que me reconforta. Saboreo cada bocado de mi croissant relleno de pavo y queso, dejándome llevar por el ambiente sereno a mi alrededor. Solo hasta que mis ojos se detienen en Xía, quien cuenta repetidamente las uvas en su plato, anhelando que el número sea impar.

—Dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... No, falta una. Maldición. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... Oh no. ¿Debería contar también esta pequeña uva? — Xía habla consigo misma, dejando que el miedo se apodere de ella.

—Si quieres, puedes darme la uva pequeña. Así tendrías siete. —murmura Mía, deseando comer aún más. Sus labios están hinchados y su respiración entrecortada.

Xía le ofrece su plato de frutas y da tres grandes mordiscos a su croissant, dejando solo dos bocados para terminarla.

—Oh no. Dos, número par. Maldita sea. ¿Qué hago ahora?

—Cómetela —dice Mía, esperando que Xía le ceda el último bocado del croissant.

—No puedo, es un número par. —brama al borde del llanto. Su mente se convierte en su peor enemiga, haciéndole temer cosas que no deberían generarle miedo.

—¡Para, para, para! Estoy cansada de ti. ¿No puedes callarte de una vez? Come lo que tengas que comer y si no puedes, dáselo a Mía que se está muriendo de hambre —grita Faith, la onejita Duracell, apareciendo de repente. Hace poco era otra persona y ahora es alguien completamente diferente. —Oh, Sabina, ¿me pasas el jarro de agua? Tengo sed. Y muchas ganas de fumar. Necesito un cigarrillo para relajarme y escapar de esta locura temporal. Mía, si quieres, puedes terminar mi croissant.

—No lo hago a propósito. Tú, más que nadie, deberías saber que no se puede controlar lo mental —trata de explicarse Xía como puede, pero Faith parece no comprenderla ni escucharla. Voltea los ojos, irritada, y se levanta de su asiento para acercarse al estante de fruta.

—No se lo tomes en cuenta. Recuerda que su manía la hace irritable.  —murmura Mía, apretándole la mano con delicadeza

Xía suspira profundamente y asiente con tristeza. En su rostro puedo percibir que hoy no está bien, de una manera diferente a lo habitual. Y la entiendo, porque enfrentarse a nuestra propia mente siempre es un desafío, ya que ella nos conoce tan íntimamente y tan bien que siempre acaba saliendo victoriosa.

"Entre el alba que nunca canta y el ocaso que tal vez no susurra, en el nexo del medio donde nada fluye, una tríada se esconde, esperando ser descubierta", repito en voz baja, tratando de aclarar mis pensamientos. Si el laberinto no se encuentra ni en aislamiento ni debajo del árbol de la muerte, entonces queda una sola posibilidad: la estatua de las tres cabezas. Esta representa una tríada con sus tres rostros, y al ser una entidad inanimada, encaja perfectamente con el enigma: no puede cantar, susurrar ni fluir. Quizás el laberinto esté oculto debajo de ella. Oh, ¿por qué no se me había ocurrido antes?



El despacho del doctor Pearson se ha convertido en un santuario para mí. Un refugio donde puedo sumergirme en los suburbios más profundos de mi ser y desentrañar los misterios de lo que llaman amor y aseguran que es vida. Dos constantes que, con algo de suerte nos llevan a la locura.

—Hoy me gustaría que reflexionaras sobre un tópico. —me dice el doctor Pearson con un brillo en los ojos que despierta mi curiosidad y atención

—Adelante. Sorpréndeme, Pearson.

—¿Qué prefieres? ¿Saber quién será el amor de tu vida o tu último amor? —pregunta él enlazando sus manos, y yo suelto un suspiro. En el pasado, el amor fue tan malo conmigo que a veces no me creo que sea tan bueno ahora.

—Indudablemente el amor de mi vida. —respondo, clavando mi mirada en la suya. Sus gafas ocultan parte de él, una que él protege celosamente de los demás, incluso de su entorno.

—¿Y si el amor de tu vida fueras tu misma?

—¿Y si no lo fuera? —inquiero alzando una ceja, divertida y el doctor Pearson anota algo en mi informe

—¿Qué harías si tu alma anhelara serlo, señorita Bowman?

—No es algo que yo elija, doctor Pearson.

—Pero si es algo en lo que influyes categóricamente.

—Tal vez. Pero, en ese caso, ¿qué ocurriría si la vida me cediera más de un amor? Recuerde, doctor Pearson, que esta tiende a ser muy caprichosa.

—Aunque la vida te otorgara más amores, siempre hay uno que te marca y que no permite que vuelvas a amar de la misma manera.

—Siento que nos estamos llevando este debate a lo personal, Pearson. ¿Qué me he perdido?

El doctor Pearson voltea los ojos, divertido y se recoloca las gafas, ocultando su nerviosismo.

—Estamos hablando de usted, señorita Bowman. Aquí soy yo quien hace las preguntas. —me riñe con un ápice de gracia y yo levanto las manos en señal de disculpa.

El cambio en la actitud del doctor Pearson revela su vulnerabilidad, haciéndome intuir que a él también le rompieron el corazón alguna vez. 

—¿Y bien? ¿Qué preferirías? —inquiere acercándose más a la mesa

—Cambio repentino de opinión. Prefiero saber quién será mi último amor. —me encojo de hombros

El doctor Pearson niega con la cabeza, divertido y exhala un suspiro.

—Puede que tu último amor sea el amor de tu vida, Sabina.

—O puede que no. —susurro entornando los ojos, y él esboza una sonrisa que brilla en su rostro

—Es usted muy testaruda, señorita Bowman.

—Creí que se lo había dejado claro la primera vez que nos vimos. —le guiño un ojo, divertida y Pearson suelta una carcajada que se expande y se funde entre todo lo que nos rodea


**

Al amor de mi vida, no me pidas que deje de soñarte, ni de desear visitarte en cada sueño.

Al amor de mi vida, no me obligues a decirte que "te quiero" solo porque hará que me quieras aún más que ayer. Y hoy. Y tal vez mañana.

Al amor de mi vida, pídeme que te abrace mucho. Y que abrace todo lo que fuiste una vez.

Al amor de mi vida, oblígame a besar tus heridas. Todas las que no llevan mi nombre. 

Al amor de mi vida, tú. Sí tú.

**

Brando, el fumador frustrado, deambula por el sereno jardín de Hiraeth mientras inhala ansiosamente de su cigarrillo. Se acerca a un par de pacientes que juegan a la pelota y toma el control de ella, dándole un fuerte golpe que la aleja varios metros. Los pacientes se quejan con desdén y uno de ellos, con ira, golpea a Brando en el rostro antes de escapar. Oh no. El fumador frustrado persigue al paciente a través del jardín y, al alcanzarlo, lo agarra de la camiseta y lo eleva en el aire.

—¿Qué planeas hacer ahora? ¿eh? —sisea, escupiéndole en el rostro y lanzándolo al suelo.

—Eres un marica. —murmura el paciente, estallando en una carcajada que se distorsiona. —Vamos, pégame. Lo estoy deseando, bicho raro. 

Brando inclina la cabeza, como si absorbiera su propia oscuridad, y se abalanza sobre él. Demonios. Giro rápidamente sobre mis talones y me alejo del ventanal. No puedo presenciar más violencia. Ya no puedo.


En  mi tiktok  @inessdeluna publico contenido  variado sobre la trama, los personajes y avances.
xoxo

© Obra protegida por los derechos de autor

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora