Capítulo cuarenta y seis

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Y me verás con otra persona. Me veras enamorada. Feliz. Cumpliendo todos los sueños que un día compartí contigo. Me verás mayor. Más madura. Estable. Pero tan inocente y cándida como cuando nos conocimos. Y me verás regalando tiempo. Sonrisas. Palabras. Me verás escribir. Escribirte. Gritarle al universo que se puede volver a amar. Y a seguir amando después de perderte. Lo que no sabes es que mientras tú me veas, yo te habré estado viendo. Antes. Mucho antes.
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Le entrego mi hoja a la doctora Arizona y me acerco al ventanal en busca de Joy. Esta tarde él ha cedido su cuerpo a otro alter ego, Adam, el niño de las piruletas, que corretea alrededor del árbol de la muerte. Eleva su muñeco de Scarface en el cielo mientras imagina sobrevolar desiertos de África. Y selvas de América Latina.

—Pshhh... vamoz—murmura Joy con voz de niño y yo me estremezco—Sata... Salta.

Creo que nunca lograré acostumbrarme a los distintos alter egos que se expanden por su cuerpo, por el cuerpo de Joy, aquel que me ha dado tanto.

De pronto, uno de los pacientes se acerca al niño y con agresividad le quita el muñeco de las manos, arrojándolo hacia el árbol de la muerte y haciéndolo pedazos. Adam estalla en un llanto y se tira al suelo pataleando sin pausa.

—Eso te pasa por no cerrar el maldito pico. —brama el paciente alejándose a la vez que observo como el celador Scott corre hacia el niño de las piruletas e intenta tranquilizarle, pero es casi imposible. Adam llora y llora pidiendo que le devuelvan su muñeco, uno que acaba de fallecer delante de él.


A la hora de la cena, una de las cocineras de Hiraeth me tiende un plato de espaguetis con salsa boloñesa y una rebanada de pan a la vez que oigo a Mía ahogar un grito. No consigo distinguir si es de satisfacción o miedo. Ella balbucea algo incoherente y baja la cabeza hacia mi plato, oliéndolo con intensidad.

—Oh, espaguetis a la boloñesa. Mía, tu comida favorita, aunque la más peligrosa de todas. No sé porque le temes a los carbohidratos. A mí me encantan, pero es cierto que tengo un metabolismo muy rápido. E inestable. Igual que mi mente. —murmura Faith, la conejita Duracell enrollando algo de espaguetis en su tenedor y metiéndoselos en la boca

—¿No quieres? —le pregunto a Mía y ella suelta una bocanada de aire corrompiéndose en silencio

—Claro que sí, pero no se me es permitido hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque si me como el plato de espaguetis y después me intento purgar, los trozos de pasta me arañarán aún más la garganta. Tengo la certeza de que los carbohidratos son los peores enemigos de las anoréxicas purgativas nerviosas.

Oh.

—Lo único que puedo hacer esta noche es beber mucha agua y oler la comida. —añade frunciendo los labios

—¿Pero así no te haces daño? —pregunto en un susurro y ella se encoje de hombros

—Es o soportar el ansia por comer o el dolor al purgarme.

Asiento con un leve movimiento de cabeza y bajo la mirada hacia mi plato. Me sabe mal comer delante de ella. Solo porque sé que ella desearía estar en mi lugar. En mis papilas, mi cuerpo y mi alma. Y comer sin culpa. Ni miedo.

Alguien me toca el hombro con suavidad y cuando me giro, una de las enfermeras me tiende una servilleta. Niego con la cabeza, divertida y la cojo. Con disimulo, la abro y leo:

"Cambio de planes, señorita Bowman. Esta noche quiero que nos encontremos en el pasillo de la sexta planta.
Posdata: ¿Por qué siempre estás preciosa?
Jota"

Esbozo una sonrisa y meto la servilleta en mi vaso de agua una vez más. ¿Qué me tendrá preparado Joy esta noche? La voz de mi conciencia me mira por debajo de sus gafas de luna y yo me encojo de hombros. Joy tiene una mente tan creativa que puedo esperarme cualquier cosa.

—Chicas, no os lo voy a volver a repetir, esta es la última noche que puedo tomar pedidos. Así que ya podéis pensar en lo que queréis para el resto de semana. Y del mes. Que a Scott cada vez le cuesta más traficar con nuestros productos. Oh, eso me recuerda a que debo pedirle más bebidas energéticas. Y revistas de prensa rosa. —Faith, la conejita Duracell no deja de hablar en ningún momento

—A mí me gustaría que me consiguieras algo no muy común. —le digo con una sonrisa que oculta un gran secreto y ella asiente con cierto brillo en los ojos

De repente, veo aparecer al doctor Pearson por el umbral de la puerta del comedor y me extraño. ¿Qué hace él aquí?. Tiene las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros y lo veo buscar a alguien. Cuando nuestras miradas se encuentran, él esboza una sonrisa y me saluda con un leve movimiento de cabeza. Oh. Me levanto al estante de fruta sin dejar de mirarle en ningún momento y lo veo caminar en mi dirección con seguridad. Mi pulso se acelera y me reprocho. No. Para. Es tu psiquiatra.

Cuando el doctor Pearson llega a mí, se quita las gafas de pasta y me mira a los ojos.

—¿Qué hace aquí doctor Pearson? Creí que no tenía guardia esta noche.—murmuro frunciendo el ceño, y simulando escoger entre una manzana y un plátano

—He vuelto para desearte las buenas noches y que así funcione como un incentivo para que sueñes conmigo.—me dice el doctor Pearson esbozando una sonrisa entre pícara y tierna

—¿Y qué le gustaría que soñara, doctor? Acepto sugerencias. —inquiero alzando una ceja, divertida

—Se me ocurren tantas cosas... pero no puedo desvelártelas. Entiende que solo eres una pequeña niña inocente que se asusta con facilidad.—ataca el doctor Pearson con una sonrisa júbila

Suelto una carcajada y niego con la cabeza. Oh, Oliver. Si alguien llega a escuchar nuestras conversaciones y entiende las intenciones que éstas esconden, nos encerrarían a ambos.

—Si me defines así con tanta seguridad y prepotencia es porque realmente no me conoces. Soy de todo menos inocente y asustadiza. Creí que se lo había dejado claro en mis sesiones de psicoanálisis, doctor. —digo chasqueando la lengua, y él me perfora con la mirada traspasándome

—Tal vez, pero para los sueños que tengo para ambos es mejor que sigas siendo una niña inocente y asustadiza. No me gustaría producirte un nuevo trauma. — murmura el doctor Pearson guiñándome un ojo con picardía y girando sobre sus talones, desaparece del comedor

Suelto una bocanada de aire y me aireo con la mano. La conexión que tengo con Oliver Pearson es inexplicable. Y tal vez sea porque él haya leído mi alma con lupa y que la haya curado.


En mi tiktok  @inessdeluna y mi  Instagram  @inessdeluna  publico contenido  variado sobre la   trama, los personajes y avances.
xoxo

© Obra protegida por los derechos de autor

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora