Capítulo veinte

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Consiento que la suave brisa de la mañana se  deslice tímidamente por mi rostro acariciándome la tez. Que el ulule del viento batalle contra los continuos susurros que desprenden las hojas  otoñales al rozarse con el asfalto, sentir el sabor a otoño en el  paladar, a césped seco y oxidado, y oler el guiso de la abuela expandirse  por mis fosas nasales siempre que estoy con gripe y envuelta en un  jersey de punto.

De lejos presencio como Xia soborna al celador Scott para que le consiga crema solar, aunque él se niegue rotundamente.

—Ya van tres esta semana. Sabes que no puedo cederme más. —le explica Scott con cara de circunstancias

—Por favor. Solo un bote y medio más. —le suplica la joven de las mil quemaduras

Mía, envuelta en su manta celeste va dando vueltas alrededor del árbol de la muerte mientras canturrea una canción de cuna. Y Faith, tumbada en el césped con los ojos cerrados, le pide una tregua a la vida.

La  voz de mi conciencia y yo nos limitamos a respirar. A existir. A ser.  Tolerando a que Joy, nos observe desde el ventanal de la séptima planta. 


"..."

—Mamá, no puedo más. Lucifer... Lux me está matando. Yo... le quiero, pero a veces creo que no es suficiente. —sollozo entre hipidos

—Sabina, tienes que querer apartarte de Lucifer. Si tú no quieres hacerlo, siempre encontrarás un camino de vuelta para volver a sus brazos. Tiene que salir de...—Y la llamada se corta

—¿Mamá? ¿Hola? ¿Estás allí?

Pulso varías teclas del teléfono, pero éstas no emiten ningún sonido como de costumbre. ¿Se habrá ido la luz?

—He cortado el cable del teléfono fijo para que tu madre deje de llamar e incordiarnos. —oigo decir a Lux detrás de mí

Diablos. Ha estado escuchando la conversación. Oh no. 

Él da un paso al frente acercándose más a mí, pero yo, en un acto reflejo, le esquivo con rapidez y me dirijo a nuestra habitación en busca de mi teléfono móvil. Tengo que salir de aquí. Necesito salir de aquí. No puedo más. Estar con él siempre será sinónimo de peligro. Riesgo. Confusión. Incluso aunque le ame con todas mis fuerzas.

—¿Buscabas esto? —pregunta desde el umbral de la puerta

Giro la cabeza y veo mi teléfono móvil reposando sobre la palma de su mano. Oh Lux.

Lo lanza al suelo con brusquedad y luego lo aplasta con la suela de sus zapatos haciéndolo añicos.

"..."

—En ese momento, Lux también te estaba maltratando. No físicamente, pero si psicológicamente. Él en ese preciso momento no te golpeó o insultó, pero sí que usó un lenguaje de maltrato. Abusivo. Y es que su conducta posesiva y frustrada escondía el secreto implícito de que lo que le hizo al teléfono móvil podría también hacértelo a ti en cualquier momento. Te amenazaba indirectamente para que nunca pudieras escapar del papel de la víctima inofensiva que él había creado en ti.

Las explicaciones racionales del doctor Pearson me empujan a caer por un acantilado de metadona. A ser absorbida por todo lo que no pude ver en su momento. La dispensación por ser juzgada. El miedo a alejarme de lo que me acompañó por tanto tiempo solo por probar algo completamente diferente.

Mi oscura mirada se pierde en la pluma estilográfica del doctor por un momento experimentando un vendaval de recuerdos. Aquellos escurridos entre las fugas de mi memoria. Y las grietas de mi pasado. 

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora