Capítulo catorce

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Me llevo una cucharada de cereales con leche y frutos rojos a la boca mientras observo cómo Mía lucha con su tazón. Como combate contra el hambre, la tentación y su anorexia purgativa nerviosa. Observo como la joven de cabello ámbar combate contra el mundo entero. Incluso contra sí misma.

—¿Quieres que te cuente un secreto? —pregunta Mía mientras da un largo trago de su segundo vaso de agua, y yo asiento.

Siempre me he sentido atraída por el misterio que los secretos susurran. Y tal vez sea porque crecí rodeada de ellos. En secreto.

—Los padres de Faith se divorciaron debido a la obsesión de su madre por el póker y el alcohol. Tanto que los dejó en bancarrota.

El alcohol. Solo mencionarlo hace que mi piel se erice. Me hace temer una vez más todos y cada uno de mis miedos. Y el pasado embriagado que succiona de los suburbios de mi alma una y otra vez.

Me imagino que la infancia de Faith no fue nada fácil. Una obsesión siempre tiende hacia la destrucción. Hacia el desequilibrio. Hacia la desigualdad. Realmente cuando una obsesión se convierte en tu amante, te aleja de todo. Y de todos. Esta solo quiere que estés con ella. Que pienses por y para ella. Que la desees. Que la ames mucho más de lo que amas a la vida. Y a las personas que realmente forman parte de tu mundo. Yo lo sé muy bien.

—Nuestra compañera pelirroja me confesó que después del fatídico divorcio de sus padres, desarrolló un trastorno bipolar con un episodio depresivo mayor. En ese momento no le diagnosticaron correctamente el trastorno, lo confundieron con depresión. Me dijo que con terapia intensiva y medicación logró estabilizarse. Sin embargo, debido a los vaivenes de la vida, Faith vivió un evento muy estresante que desencadenó un episodio maníaco con psicosis.

—¿Cuál fue el evento estresante que desencadenó su manía? —pregunto mirándola fijamente

—Un accidente automovilístico. Su padre falleció a su lado y ella sufrió varias costillas fracturadas.

Oh, diablos.

—Después de un tiempo, finalmente le diagnosticaron el trastorno bipolar y la ingresaron en Hiraeth. Desde entonces, su estado de ánimo ha alternado entre manía y depresión. Tú la conociste durante una de sus manías desenfrenadas. —termina Mía y se levanta de su asiento para evitar comer, aunque en el fondo se muera de hambre



Durante la terapia grupal, La doctora Robin se pasea entre nosotras dándonos unos cuantos minutos para mantener la mente en blanco. Cuando el tiempo cesa, nos plantea su primera pregunta.

—¿Qué pensáis del dolor emocional? —cuestiona mirándonos de reojo, y aguarda nuestras respuestas

—El dolor siempre deja un mal sabor en la boca. Pero a veces incluso llega a ser nuestro sabor favorito. No me mires así, Xia. ¿Sabes por qué lo pienso? Porque cuando el dolor se hace presente, nos está avisando de que algo en nuestro interior no está bien. Nos advierte de una posible falla —murmura Mía, jugando con un mechón de su cabello, algo nerviosa—. Lo mismo me ocurre con las paredes ensangrentadas de mi garganta. Me duelen porque están pidiendo que cese, que deje de introducir mis dedos para vomitar. Que abandone esta locura purgativa.

Oh.

—Estoy de acuerdo con Mía. Siempre he asociado el dolor emocional con una alarma interna pidiendo ayuda. Incluso gritándola. Una que se queja de la necesidad de encontrar una solución lo más rápido posible —explico mirándolas de reojo—. Mi alarma interna ha sonado tantas veces...

—Creo que todas coincidimos en que si no sabes cómo manejar el dolor, acabará consumiéndote —dice mi compañera de ojos rasgados, dando un sorbo a su cantimplora lila—. Considero que el dolor emocional siempre hace más daño que el...

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora