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Comencé una búsqueda por las callejuelas de mi alma con intención de querer encontrarme. Observarme. Amarme. Y recordarme. Recordar quien fui antes de perderme del todo.
**Tardíamente me entrego a observar a Joy desde el ventanal del taller de creatividad. Contemplo al aspirante a músico componer alguna que otra canción con ayuda de un par de pacientes.
—Ella...Ella me mira y me convierte en luz... —canta el aspirante a músico mientras toca un par de acordes.
—Ella... se oscurece cuando la acaricio... solo por ser amante de la noche. O también podríamos referirnos a ella como amante de un torbellino—exclama uno de los pacientes.
—Uno de invierno. Destructor. Aunque, ¿tú crees que ella lo es? —le pregunta el otro hombre al aspirante a músico. Éste niega con la cabeza, levanta su azul y moza mirada hacia las ventanas de la quinta planta y me señala.
—Pregúntaselo a ella. O mejor, inspírate en ella, pero solo para esta canción. Ya sabéis que Joy no lo permitiría.
Oh. Esbozo una sonrisa y niego con la cabeza, divertida.
—Ella. Ella sonríe... y se detiene el mundo —tararea el aspirante a músico sin apartar la mirada de mí—. El tiempo. La gravedad...
Si no fuese por su tono de voz juvenil y sus comportamientos irregulares juraría que es Joy el que está ante mí.
De lejos diviso a un paciente anciano aproximarse con un par de peras entre sus manos al aspirante a músico. El hombre mayor se sienta junto a ellos y le ofrece una de las peras a Joy, que pierde su mirada en la fruta por un fugaz momento, bloqueándose. Una vez más presencio cómo éste último se desprende de todo lo que le rodea. De su gorra negra. De su guitarra. Incluso de él mismo. Joy se despide del aspirante a músico dejándolo atrás y le da una bestial bienvenida a la anciana. La anciana tejedora.
Contemplo cómo se levanta del suelo con dificultad, adquiriendo una postura encorvada y dando un paseo por el jardín, saboreando sus lentas pisadas y aquella complicación por respirar. La anciana tejedora murmura algo incoherente mientras mueve las manos de arriba abajo, de abajo arriba y luego llevándoselas a la cabeza.
—Ya decía yo... Mike. Mike... Quiero mi pañuelo. El viento me está... me está congelando el coco. —le pide a uno de los celadores con voz de mujer gruñona. Éste asiente, extrayendo el trozo de tela de uno de sus bolsillos y colocándoselo en la cabeza—. Muy amable. Así me gusta, hijo.
Parpadeo un par de veces, consciente de que lo que acabo de ver es la manifestación de la mente más peligrosa y creativa regreso hacia la mesa.
Xia, la joven de cabello alquitrán, funde su paladar en cubitos de hielo incluso aunque esta noche el frío, con sus garras, domine el centro de salud mental.
—¿Realmente hace fresco esta noche? ¿O solo soy yo imaginándomelo? —cuestiona ella mientras picotea su ensalada griega.
—Sí. De hecho, estamos a cinco grados. Entonces tu intuición no falla. —respondo sin dejar de observarla. Y observar cómo se prende de su ansiedad meticulosa.
—Pero, aunque haga frío ¿creéis que podría quemarme con el cálido aliento de alguna de las pacientes que se aproxime a mí?
—No. El aliento nunca podrá quemarte la piel.
—¿Y si me asfixio porque el comedor nos comprime a todas? —pregunta de nuevo, ansiosa
—Tampoco es posible. Como verás, el comedor, aun siendo un espacio cerrado, tiene ventanales y puertas abiertas que permiten la circulación del aire.
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Diario de una enferma mental ©
RomanceSabina Bowman despierta en un psiquiátrico sin saber por qué. Desesperada por escapar, traza un arriesgado plan: seducir a su psiquiatra, el doctor Pearson, para conseguir el alta médica. Sin embargo, su estrategia da un giro inesperado cuando conoc...