Capítulo treinta

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Después de que la enfermera termine de enrollar el último trozo de venda, Pearson le pide que nos deje a solas durante unos cuantos minutos. Él se aproxima a la camilla y cuando me tiene a su  altura, se desprende de sus lentes y posa su mirada en mí. Sus ojos  avellana atrapan mi alma. La retienen, la desnudan y luego la dejan  expandirse en el vacío.

— No me preguntes porqué lo he hecho. —susurro encogiéndome de hombros

Mi cuerpo es como aquel templo abandonado. Me dirijo a él todos los días y pido ser como él. Envenenada. Olvidada.

— Deberemos encontrar otra manera con la que canalices el dolor sin hacerte daño, Sabina. 

— No se me ocurre nada.

— He visto que se te da bien escribir. Podríamos empezar por eso. Si no, tenemos la posibilidad de pasar a la actividad física.

— La única actividad física que se me ocurre es contigo.— susurra la voz de mi conciencia con picardía y yo la ahuyento de mi cabeza. Ahora no.

—Yo... —miro de reojo a la enfermera de avanzada edad que atiende a otra paciente y me callo

—Acompáñame a mi despacho.

Asiento  y lo sigo por detrás mientras me pienso en lo que pasará a partir de  ahora. Ahora que he recaído en aquella adicción de querer hacerme daño.


El doctor Pearson hojea mi informe y con un suspiro resignado escribe y escribe. Supongo que pondrá algo parecido a "paciente se autolesiona "o "paciente majara con dolor irreversible".

A medida que pasan los minutos, siento su mirada clavada en mí. Sé que el doctor Pearson no se esperaba que hiciera lo que he hecho, y, a decir verdad, yo tampoco. A veces puedo ser muy impredecible, y podría decir que es una de las razones por las que me doy tanto miedo.

Pearson suelta el bolígrafo y toma una profunda bocanada de aire.

— ¿Quieres que te dé un dato interesante? —pregunto tratando de romper el hielo

— Nunca es tarde para aprender. Y mucho menos de mi paciente favorita.  

—El verdadero nombre de Lux es Lucifer. Lux fue un apodo del que él al final acabo apropiándose. —Hago una pausa para rascarme una de las heridas en mi mejilla —¿Sabes cuál es el significado de Lucifer?

—No.

—En la tradición cristiana, Lucifer representa al ángel caído que perdió su posición en el cielo debido a su constante soberbia, convirtiéndose en Satanás. — Hago una pausa para ordenar mis ideas, y las del doctor Pearson— Yo también viví esa caída. La caída de Lucifer, de Lux. Y me incitó a pasarme al mundo oscuro.

— Recuerda que lo bueno de haber cambiado de bando es que siempre puedes volver. Todos tenemos el billete de vuelta, Sabina. 

— ¿Y cómo podré volver?

—Con tiempo y ayuda. En especial, con tu tiempo y mi ayuda.

— No creo que pueda hacerlo.—digo con el semblante serio

Mi billete de vuelta está caducado. O tal vez sea que nunca lo llegué a poseer.  

—Sé que podrás. Tú solo confía en mí.

Titubeo un momento. La oscuridad me tiene tan agarra que dudo que quiera cederme a la luz.

—¿Por qué está tan seguro, doctor Pearson?

— Porque aunque tu mirada grite tortura constante, tu cuerpo se convulsiona en busca de la luz, de tu luz interior. Aquella que nadie puede apagar, ni siquiera tú, Sabina.

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora