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Hay veces en las que dos personas no están destinadas a estar juntas por más que se amen. Y es que el caprichoso destino a veces funciona de esa forma. Impredecible. Éste nos da. Nos quita. Nos vuelve a dar. Y solo luego nos vuelve a quitar consiguiendo que nos sumerjamos en un círculo vicioso del ansia. Del deseo. Pues siempre ansiamos lo que no tenemos, lo que perdemos, o lo que casi tuvimos. Y nos inmunizamos contra lo que siempre estuvo y estará allí. Siempre deseamos. Deseamos lo que imaginamos tener. O lo que tuvimos pero perdimos. Un deseo que nunca acaba. Incluso si nosotros queremos que lo haga.
**Mientras la dorada luz del atardecer se cuela a través de los huecos del jardín, mi atención se centra en Joy, cuyo cuerpo ha sido ocupado por Brando, el fumador frustrado. Éste chupa del canuto con voracidad, exhalando nubes de humo que envuelven el aire a su alrededor en una densa y viciosa neblina. Observo cómo otros pacientes se acercan a él para pedirle una calada, pero el fumador frustrado se niega con desprecio. Uno de ellos insiste e intenta arrebatarle el canuto, pero es empujado con fuerza y se desploma en el suelo.
De repente, Joy deja caer su cigarrillo y cerrando los ojos, encorva su cuerpo y adopta una posición cansada. Juraría que ante mí está Nana, la anciana tejedora, quien camina lentamente por el jardín mientras respira con dificultad.
—Larry, ¿dónde está mi pañuelo? Siempre te digo que lo tengas a mano. —gruñe con voz de mujer — No tengo edad para estar repitiéndotelo. Debes acordarte tú, por algo es tu trabajo.
El celador se acerca a ella y le tiende su pañuelo rojo de lunares y monedas doradas.
—Ya era hora, muchacho. — responde Nana colocándoselo en la cabeza —Estos jóvenes de hoy en día... Oh, espera. ¿A dónde te crees que vas? Necesito mis gafas.
Larry se disculpa y rebuscando en el bolsillo de su bata las extrae y se las coloca. Ella da un paso hacia atrás.
—Santo cielo. ¿Te has rapado? Pareces un preso, hijo. Este cambio de apariencia no te favorece nada.
El celador suelta una risotada y se encoje de hombros.
—¿Necesitas algo más, nana?— pregunta él con educación, y ella refunfuña algo incoherente y se sienta en el banco del jardín dejándose ir
Durante la cena recibo un mensaje de Joy escrito con bolígrafo en una servilleta. Mis ojos se deslizan por sus palabras mientras esbozo una sonrisa casi sin darme cuenta.
"Señorita Bowman, esta noche está tremendamente guapa. Por ello y por muchas otras razones que no concretaré, ¿le gustaría tener una cita conmigo a las tres de la madrugada donde siempre?
Jota"Mi corazón late desbocado mientras leo y releo el mensaje y por un momento, me olvido del sabor de las alcachofas y la mostaza en mi boca hasta que Faith me reclama. Vuelvo a mi plato, pero no puedo evitar que mi mente siga divagando sobre la cita que tendré en un par de horas con Joy.
Escoltada por la enfermera Leonora, cruzo el sombrío y sinuoso pasillo de Hiraeth en dirección a la enfermería. Es la hora de ingesta de somníferos.
Scott, el celador responsable, me extiende un vaso de plástico con tres pastillas de diferentes colores, sin despegar sus ojos de mí. Me tomo las pastillas, pero en vez de tragármelas, las escondo debajo de mi lengua. No puedo permitirme dormir ahora, tengo que ver a Joy.
—Abre la boca. —me pide Scott para asegurarse de que me las he tomado —Bien. Dulces sueños, Bowman.
Volteo los ojos y regreso a mi habitación.
Ya en la cama, observo a Mía devorar una caja de galletas con pepitas de chocolate y beber un par de batidos de leche y fresa. Según ella, es primordial que tome un sorbo después de cada bocado para que le sea más fácil potarlo después.
—¿Quieres un poco? —me pregunta ella con la boca llena y casi sin masticar
—Solo está siendo cordial contigo. Mía no suele compartir su comida con nadie. Aunque, a decir verdad, ninguna de nosotras comparte sus cosas. —exclama Xia, peinando su largo y sedoso cabello azabache
—Si Sabina quiere galletas, solo tiene que pedírmelas. Soy buena sobornando a Scott. O tal vez sea porque me encuentre atractiva, además de un poco majara. ¡Ah! Necesito pedirle un par de paquetes de cigarrillos, gomas para el pelo y un ventilador. ¿Alguna de vosotras tiene un chicle? Tengo mal aliento... ¿En qué estábamos hablando? Ah, sí, la primera vez que llegué aquí fue tan triste...—Faith, la conejita Duracell ha vuelto a aparecer de la nada
—Te preguntarás porqué como tanto, ¿verdad? —murmura Mía lanzándome una mirada y dándole un largo trago a su batido de leche y fresa
—No. Yo...—susurro bajando la mirada hacia mis dedos. No me gustaría incomodarla
—Tranquila. Yo también me lo pregunté durante mucho tiempo. Solo supe la verdadera razón hasta que ingresé en Hiraeth.
Oh.
—Después de que me violaran, encontré consuelo y alivio en la comida. Para mí, ésta empezó a ser mi refugio, pues hacía que me olvidara de todo y de todos. Una tarde, mi abuela me comentó que había engordado considerablemente y algo en mí se encendió. Un clic. A partir de allí, intenté dejar de comer ayunando durante largos periodos de tiempo y autolesionándome cada vez que abría la nevera, pero ni así conseguí superar los atracones. —Mía hace una pausa para respirar. Inspirar y expirar todo lo que le hizo daño una vez —Entonces encontré una manera de comer todo lo que se me antojara y por consiguiente perder peso: vomitar. Al principio pensé que era el mejor descubrimiento que había hecho porque creía que cuando quisiera dejar de purgarme lo haría, solo tenía que querer. Pero luego me di cuenta de era la bulimia la que me controlaba a mí, y no yo a ella. Mi cuerpo empezó a tener la necesidad de ingerir tanto en tan poco y suicidarse después en cada purga.
—¿En qué momento te diste cuenta de que tenías un problema? — pregunto con un hilo de voz. Y es que no todos llegamos a ser conscientes de que estamos en peligro, ni de que necesitamos ayuda. A veces tenemos la fuerte convicción de que todo está bien por más jodido que esté.
—Cuando me desperté una mañana y encontré toda la almohada impregnada de sangre de mi boca. De gritos pidiendo ayuda.
—¿Y cuándo empezaste a medicarte?
—Cuando me ingresaron aquí. Aunque recuerdo que Pearson nunca estuvo de acuerdo.
—¿Por qué? — frunzo levemente el ceño
—Porque decía que teníamos que solucionar el problema de raíz. Que la medicación solo ayuda, pero que no cura. Me dijo que se necesitaban más factores para la recuperación. Y uno de esos factores era solucionar el problema desde dentro, con terapia.
—¿Y cómo te sentiste cuando supiste que iban a atiborrarte de pastillas nada más entrar?
—Los medicamentos me ayudaron a reducir mi ansiedad por comer, el apetito y me dieron náuseas. Muchas náuseas. No niego que los efectos de la medicación fueran un factor importante a la hora de ayudarme a reducir mis atracones, pero una vez que empecé a encontrarme mejor y me redujeron la dosis, volví a recaer. —explica Mía encogiéndose de hombros
—Tuve una amiga que me decía que "de todo se sale y a cualquier sitio se llega", y en mi fuero más íntimo confío en que eso pasará con nosotras. Saldremos de esta y llegaremos a todo lo que un día quisimos. — Exclama Xia mientras se embadurna la cara con crema solar, temiendo que el sol de la madrugada le queme el rostro mientras duerme
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En mi tiktok @inessdeluna y mi Instagram @inessdeluna publico contenido variado sobre la trama, los personajes y textos reflexivos.
xoxo© Obra protegida por los derechos de autor
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Diario de una enferma mental ©
RomansaSabina Bowman despierta en un psiquiátrico sin saber por qué. Desesperada por escapar, traza un arriesgado plan: seducir a su psiquiatra, el doctor Pearson, para conseguir el alta médica. Sin embargo, su estrategia da un giro inesperado cuando conoc...