Capítulo trece

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En  el comedor, la calma se adueña de los rincones,  impregnando el ambiente  y también nuestra mesa. Esta noche, todas estamos sumergidas en nuestros pensamientos más profundos. Devoramos  nuestra cena y permitimos que los anhelos, sabiendo que es improbable que se hagan realidad, se deslicen por nuestra mente una y otra vez.

—Esta noche quiero presentarte a alguien, Sabina Rose —dice Faith sonriendo de oreja a oreja y me quita una patata frita de la mano.

—Claro, ¿de quién se trata? —pregunto frunciendo los labios.

—Mi tercer estado de ánimo. El verdadero. Hace un par de horas volví a encontrarme con Faith, la auténtica, pero no quise presentártela hasta que se asentara un poco.

—Deberías aprovechar la presencia de la tercera Faith porque no suele quedarse por mucho  tiempo. —aclara Mía bebiéndose su zumo de naranja recién exprimido de un trago.

Yo asiento entusiasmada y luego rodeo a Faith con el brazo, acercándola a mí.

—¿Recuerdas cómo empezó todo?

—Sí, todo pasó muy deprisa. Hay veces en las que no consigo recordar, pero en muchas otras ocasiones me acuerdo del último momento que congelé antes de que se me diagnosticara el trastorno bipolar —la joven de cabello zanahoria hace una pausa para respirar—. Recuerdo estar en mi cuarto oyendo cómo discutían mis padres violentamente, reprocharse y sacarse de quicio, destruirse emocionalmente. Y destruirme a mí.   Recuerdo que esa fue la última y fatídica noche antes de que se divorciaran. Antes de que dejara de existir todo lo que tenía sentido para mí —termina ella a la vez que yo ahogo un llanto.

Me rompe el corazón imaginar que una niña como lo fue Faith en su momento pudiera vivir algo tan doloroso.

—Lo... lo lamento, Faith. No tenía ni idea. —balbuceo desviando la mirada hacia mis dedos

—Lo sé. —la joven de las mil pecas se encoge de hombros

—¿Qué sientes al ser bipolar? Es una pregunta que siempre quise hacerte. — pregunta Xia rascándose la coronilla—. Pero nunca encontraba el momento porque entre Faith, la conejita Duracell, y Faith, la depresiva, tampoco es que estuviera en buenos términos.

—Suenas muy a Sabina —la molesta Faith con una sonrisa pícara y ella voltea los ojos. Entonces la joven de cabello zanahoria inspira hondo y cierra  los ojos, se vuelve a encontrar con su pasado y lo recibe con los brazos abiertos. O casi.

—A veces estoy bien, pero en  muchas otras estoy mal. Vivo en una constante metamorfosis,  viajando de  la euforia a la infelicidad y de la infelicidad a la euforia en menos  que canta un gallo. Llego a mi destino depresivo y vuelvo a coger el  tren de vuelta a la estimulación anticipada. Siento que no tengo hogar,  salvo vagar de un estado de ánimo a otro sin rumbo,  sin tiempo, sin  gravedad. Es lo más parecido a hacerse mayor en una  montaña rusa, una  que no acaba nunca. —explica ella con lentitud

Oh, diablos. Faith es tan conejita Duracell como depresiva. Ella es una representación de la dualidad, una que separa, une, hace explotar vidas y grapar muertes a otras.

—Es curioso porque con  Faith, la conejita Duracell, nunca me he llevado bien. Y suele estar   presente por meses. Con Faith, la depresiva, tampoco. Y no es que se  quede poco tiempo. Pero con Faith, la real, siendo con quien mejor me   llevo de todo Hiraeth y lamentablemente dura casi nada. —dice la  inigualable asiática

—A mí Faith, la conejita  Duracell me agrada, obviando que me produce jaqueca a veces por no dejar  de parlotear. Sin embargo, con Faith, la depresiva, no me llevo bien. Suele ser muy borde e insoportable. Y ¿qué decir de Faith, la real? Esa   es mi favorita en todo el mundo —Mía exclama mojando sus patatas  fritas  en kétchup.

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora