Capítulo veintiuno

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Me tomo mi medicación ante la atenta mirada de una de las enfermeras del turno de noche. Ella no baja la guardia en ningún momento, y en parte la comprendo.

—Abre la boca y saca la lengua. —me pide la mujer comprobando que no quede ni rastro de los fármacos y entonces me envía de vuelta a mi cuarto

En el momento en el cuál giro sobre mis talones para regresar con mis compañeras, choco con la silueta de alguien y tropiezo. El vaso de plástico lleno de agua agua moja a Joy y cae al suelo. Oh diablos. No puedo ser más patosa. Y justamente podría haberme topado con cualquiera que no fuera él. Pero a veces el destino, entrometido e inapropiado, siente cierta atracción por sorprender a sus jugadores.

Procedo a bajar para recoger el vaso del suelo, pero Joy se apresura, lo agarra y me lo tiende.

—Ten más cuidado la próxima vez, aliada de la vida. Ahora por tu culpa tendré que cambiarme de camiseta.

Bajo la mirada hacia la tela blanca del atuendo y percibo cómo se le transparentan un poco los abdominales. 

—Siempre puede desfilar entre las pacientes sin la camiseta, señor Carter. Oh no. Espere. Eso le meterá en un buen lío. Aunque bueno, usted está perfectamente capacitado para resolverlo. ¿No? — le guiño un ojo a la vez que Leonora me reclama desde el rellano de la escalera

—¿Nos vemos en la azotea a las tres de la madrugada? —se apresura él a preguntar

—Puede. Lo sabrás esta noche. —murmuro aleteando las pestañas y solo entonces regreso a mi cuarto

Por la noche, Mía se envuelve en dos mantas gruesas de lana y luego se tumba sobre el colchón. Oigo sus suspiros recorrer la habitación. Maldecir por todo y nada. Odiarse y odiar a la vida. Combatir contra sus emociones. Su lado tierno. Y el oscuro. Aquel que fugazmente la destruye.

Al otro lado del cuarto observo como Xia, la inigualable asiática se pinta las uñas de los pies mientras se come un par de dátiles. Chutes de azúcar que Mía desearía meterse en la boca. Y no detenerse hasta que su mundo del hambre emocional colapse. Aun así, ella retiene sus ansias cruzando la fina línea de la disciplina una noche más.

—¿Por qué echo de menos a alguien que me hizo tanto daño? —se cuestiona en voz alta, jugando con sus rizos dorados

—No creo que eches de menos a quién te hizo daño, salvo extrañar a quien fuiste tú cuando estuviste con esa persona.

—Pero no me acuerdo de quién fui cuando estuve con esa persona, Sabina. Solo me acuerdo de la persona en la que me convertí después de él.

—Callaros de una maldita vez. Necesito dormir. —Brama Faith colocándose la almohada encima de la cabeza y refunfuñando algo incoherente

— ¿Y antes de él cómo eras? ¿Consigues acordarte de algo? ¿O todo está borroso? —susurro entonces intentando que Faith, la depresiva no nos oiga

Mía se recompone y se sienta al borde de la cama. Me mira a los ojos y considera si volver a encontrarse con su tenebroso pasado o dejarlo ir una vez más.

— Era ingenua. Algo inocente. Y muy risueña. Vagaba por las nubes casi a todas horas. También solía esperar a que la suerte se pusiera en contacto conmigo. Convencerla para que me organizara una cita a ciegas con el amor. Uno que acabo por devastarme en cuerpo y alma.

—¿Entonces solo tuviste un amor?  

—No. Bueno... Hubo alguien antes de él, pero supongo que no estábamos destinados a estar juntos. —Mía se encoje de hombros y cierra el pico

—Antes del disparatado violador, Mía se enamoró de su mejor amigo. —Aclara Faith destapándose la cabeza— Vivieron una intensa historia de amor, pero luego él se mudó a Inglaterra con toda su familia y la distancia venció. Fin de la historia. ¿Podéis dejarme dormir ahora? Y así de paso apagáis la luz. No hace falta que os recuerde que mañana madrugamos. Como todos los dichosos días. —Faith, la conejita Duracell regresa por un fugaz momento y luego vuelve a desaparecer.

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora